Es ejemplar observar cómo el uso de géneros gramaticales se enreda de manera inextricable con el de sus significados, hasta el punto que los quiebros y distingos del gramático no terminan nunca por abocar a quien considere al lenguaje como instrumento domeñable. Desde el momento en el que una representación semántica (un “significado”) se introduce en cualquier esquema de habla y significación, con sus circunstancias, nuestro prurito de objetivación lingüística se va a la porra. Pues bien, eso es lo que ocurre con el llamado “género” gramatical. El uso y valor de las palabras depende del significado que creamos que tienen; de su valor en el uso social y tradicional; de su cara fonética.
La culpa de tamaña confusión procede de dos o tres cruces peligrosos, particularmente del empleo de masculino o femenino para una marca gramatical –por analogía con lo que significan cuando se aplican a seres vivos–, o la clasificación, en la vuelta teórica, de que hay morfemas que indican masculinidad y otros que indican feminidad. De ahí se propaga peligrosamente a otras cuestiones más peliagudas, por ejemplo, y tomo los ejemplos de la tradición gramatical española: no se puede escribir correctamente (no se pueden utilizar concordancias adecuadas) si no se conoce si el hipopótamo, la avispa o el espárrago son masculinos, femeninos, neutros o epicenos. “Un hipopótamo atrevido o una hipopótamo atrevida”. ¿No se hace un poco duro que nos califiquen lingüísticamente mal porque no conocemos si el hipopótamo tiene pareja o no? Pues no: parece que a la gramática le va a ocurrir como al léxico o como a la cultura en general, tanto mejor la utilizas cuanto mejor la conoces así como la realidad que representa. En otras palabras: es problema insoluble en los términos que yo lo enuncio.
En las dos o tres viñetas que hablan de género en este cuaderno hemos buscado encarar el famoso y discutido problema de “queridos amigos / amigas....” y semejantes. Antes de llegar a esas bimembraciones de sindicalistas, políticos, modernos y demás gentes que hablan en público y para el público y no espontáneamente he querido enunciar ligeramente el problema.
En primer lugar, quienes así lo hacen intentan romper una tradición que confiere al género gramatical asociado a los masculinos (de los seres vivos) la representación de todo el conjunto. Existe una equivocación de base, por tanto, en el uso de las bimembraciones; pero esa equivocación no es de quien usa la lengua de la otra manera no arraigada, es sencillamente de quien creó la analogía de las terminaciones con seres masculinos/ series femeninos; es decir, es una confusión que procede de la naturaleza misma de la lengua, cuyos signos portan significados, no son símbolos matemáticos.
En segundo lugar, es una postura totalmente defendible, una vez que se ha observado el delicioso caos que se desprende del uso de las lenguas naturales, está bien intentar cambiar la tradición aireando esas bimembraciones, como modo pacífico para restaurar equivalencias masculinas y femeninas. La batalla es social en sus raíces, la sospecha es que la lengua quedó viciada en su uso histórico por esa huella tan difícil de borrar que asocia una marca a masculinos y la misma marca al genérico (el que sirve para ambos). Ocurre que, como todas las batallas contra el uso de la lengua, los contendientes parecen no saber muy bien contra qué luchan exactamente, es decir, están luchando con la lengua contra un uso de la lengua, cuando en realidad ese uso deriva de una inconsecuencia gramatical... Cuanto más cerca se halla un nombre de designar ‘humano’ o ‘ser vivo’ más cerca estaremos de confundirnos. Si se llevara, consecuentemente, lo del doble género a todas las estructuras gramaticales el resultado sería grotesco: “una/una estudiante universitario tiene que esforzarse para que sus padres/madres sepan que los/las más dignos/dignas son merecedores/merecedoras de que sus hijos/hijas....” Va contra el sistema económico del lenguaje, contra la naturalidad expresiva. Es batalla perdida, aunque algo se pude hacer en el campo de lo ya hecho, es decir, con las posibilidades creadoras del lenguaje, que puede traspasar morfemas, crear... (poeta, motriz, etc.), jugar en las fronteras posibles, elegir y variar.
Esta viñeta no ha de ser larga; de manera que me contentaré con añadir algunos casos –ya vendrán más– en los que los criterios oficiales (de la RAE) no es que sean discutibles, es que, sencillamente, no los seguimos, así recomienda la utilización de “aquella” + sustantivo que empieza con á- tónica, en contra del bello ejemplo citado por la propia academia “blanca más que las plumas de aquel ave” (Góngora), mucho más eufónico y natural. Y la eufonía es una razón importante en el uso de la lengua.
La culpa de tamaña confusión procede de dos o tres cruces peligrosos, particularmente del empleo de masculino o femenino para una marca gramatical –por analogía con lo que significan cuando se aplican a seres vivos–, o la clasificación, en la vuelta teórica, de que hay morfemas que indican masculinidad y otros que indican feminidad. De ahí se propaga peligrosamente a otras cuestiones más peliagudas, por ejemplo, y tomo los ejemplos de la tradición gramatical española: no se puede escribir correctamente (no se pueden utilizar concordancias adecuadas) si no se conoce si el hipopótamo, la avispa o el espárrago son masculinos, femeninos, neutros o epicenos. “Un hipopótamo atrevido o una hipopótamo atrevida”. ¿No se hace un poco duro que nos califiquen lingüísticamente mal porque no conocemos si el hipopótamo tiene pareja o no? Pues no: parece que a la gramática le va a ocurrir como al léxico o como a la cultura en general, tanto mejor la utilizas cuanto mejor la conoces así como la realidad que representa. En otras palabras: es problema insoluble en los términos que yo lo enuncio.
En las dos o tres viñetas que hablan de género en este cuaderno hemos buscado encarar el famoso y discutido problema de “queridos amigos / amigas....” y semejantes. Antes de llegar a esas bimembraciones de sindicalistas, políticos, modernos y demás gentes que hablan en público y para el público y no espontáneamente he querido enunciar ligeramente el problema.
En primer lugar, quienes así lo hacen intentan romper una tradición que confiere al género gramatical asociado a los masculinos (de los seres vivos) la representación de todo el conjunto. Existe una equivocación de base, por tanto, en el uso de las bimembraciones; pero esa equivocación no es de quien usa la lengua de la otra manera no arraigada, es sencillamente de quien creó la analogía de las terminaciones con seres masculinos/ series femeninos; es decir, es una confusión que procede de la naturaleza misma de la lengua, cuyos signos portan significados, no son símbolos matemáticos.
En segundo lugar, es una postura totalmente defendible, una vez que se ha observado el delicioso caos que se desprende del uso de las lenguas naturales, está bien intentar cambiar la tradición aireando esas bimembraciones, como modo pacífico para restaurar equivalencias masculinas y femeninas. La batalla es social en sus raíces, la sospecha es que la lengua quedó viciada en su uso histórico por esa huella tan difícil de borrar que asocia una marca a masculinos y la misma marca al genérico (el que sirve para ambos). Ocurre que, como todas las batallas contra el uso de la lengua, los contendientes parecen no saber muy bien contra qué luchan exactamente, es decir, están luchando con la lengua contra un uso de la lengua, cuando en realidad ese uso deriva de una inconsecuencia gramatical... Cuanto más cerca se halla un nombre de designar ‘humano’ o ‘ser vivo’ más cerca estaremos de confundirnos. Si se llevara, consecuentemente, lo del doble género a todas las estructuras gramaticales el resultado sería grotesco: “una/una estudiante universitario tiene que esforzarse para que sus padres/madres sepan que los/las más dignos/dignas son merecedores/merecedoras de que sus hijos/hijas....” Va contra el sistema económico del lenguaje, contra la naturalidad expresiva. Es batalla perdida, aunque algo se pude hacer en el campo de lo ya hecho, es decir, con las posibilidades creadoras del lenguaje, que puede traspasar morfemas, crear... (poeta, motriz, etc.), jugar en las fronteras posibles, elegir y variar.
Esta viñeta no ha de ser larga; de manera que me contentaré con añadir algunos casos –ya vendrán más– en los que los criterios oficiales (de la RAE) no es que sean discutibles, es que, sencillamente, no los seguimos, así recomienda la utilización de “aquella” + sustantivo que empieza con á- tónica, en contra del bello ejemplo citado por la propia academia “blanca más que las plumas de aquel ave” (Góngora), mucho más eufónico y natural. Y la eufonía es una razón importante en el uso de la lengua.
Los que lo enrollan todos son los leístas. Bajo esa capa se esconde todo el que quiere!
ResponderEliminarla, lo (complemento directo) le, indirecto. Esto lo aprendí en Murcia cuando tenía 12 años!
como castellano viejo, soy leísta, qué le vamos a hacer; aunque puedo corregirme cuando quiero.
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