El lenguaje político en nuestro país se está convirtiendo definitivamente en un producto lingüísticamente extraño y éticamente inmundo. Son tantos los síntomas de su corrupción que habría de estudiarse continuamente como un engendro peculiar que ha conseguido desnaturalizar su función comunicativa, al menos la comunicativa, la primordial. Solo aludiré a un par de casos de signo contrario, que derivan o se pueden exponer a partir de la pregunta formularia, enquistada:
–"Conteste usted sí o no".
A quien nos viene con esa pregunta –y la hacen jueces, policías, profesores...–no se le debería contestar nunca "sí" o "no", desde luego; nadie debería de verse obligado a responder en el estrecho y contradicho margen de esas dos posibilidades con que le acorrala el inquisidor. Quien así pregunta tiene o que demostrar que esas son las únicas contestaciones posibles; o, lo que viene a ser casi igual, que el contexto del diálogo tiene un campo de referencia tan nítido que el "sí" y el "no" son las únicas respuestas sensatas; y cuando se ofrece está segunda opción, el interlocutor que inquiere ya está acotando y presumiendo respuestas, es decir, ya está acorralando verbalmente a quien pregunta. De manera que ni siquiera en la serie siguiente, aparentemente la de preguntas más cerradas, habrían de plantearse así, sin dejar la opción de otra respuesta:
– "¿Su abuelo se llamaba Juan? Conteste sí o no." [No sé quiénes fueron mis abuelos, no puedo contestar en esos términos].
– "¿Ha estado usted en Italia, sí o no"? [Nací allí, pero mi madre se traslado a los pocos días y no he vuelto a ir].
– "¿Le gustan las patatas, sí o no?" [solo me gustan las patatas fritas, pero no las cocidas ni las guisadas; no hay modo de conciliar esa realidad con la actuación verbal solicitada.]
Etc.
Al otro extremo de tan curiosa exigencia de respuesta verbal prefabricada e inmediata nos encontramos con esa otra actitud del lenguaje, fundamentalmente el político, que navega por el limbo de la expresión indefinida, lejana y crítica. De manera que si se le pregunta al político que de qué color son sus calzoncillos, el interfecto, admitida a trámite la pregunta, se despacha con un arco verbal del que nunca desciende y que puede desarrollarse de la siguiente manera:
– "¿Y de qué color lleva su señoría los calzoncillos?"
– "Nosotros, cuando nos planteamos que era realmente lo que habría que desarrollar para que el índice de paro descendiera, iniciamos una serie de actuaciones que exigían el sacrificio de todos los españoles durante la legislatura, de manera que íbamos a actuar de modo sensato cambiando aquellos elementos del proceso de reconversión que, indudablemente, afectaban al color de sus calzoncillos, de manera que las grandes fábricas de ropa interior..." Más etcéteras.
En otras palabras, no hay modo de mantener un dialogo razonable cuando la conversación se desvía hacia la esfera política, en donde la moneda corriente consiste en hurtar la información veraz, o disfrazándola, o huyendo de su exposición sencilla o presentándola siempre desde una perspectiva crítica negativa, opción que han elegido los partidos y sus voceros y que ha condenado a la gente común, sencillamente, al castigo de no saber nunca cuál es la verdad a partir de lo que un político cuenta. Es inútil que escuchemos un debate parlamentario, que leamos la crónica política de un periódico o que intentemos calibrar el alcance de las actuaciones de quienes pululan en esos lugares y se han apoderado de los medios de comunicación... Nos hemos aprendido perfectamente la lección: todo lo que diga, haga, cambie, acometa, etc. el rival político ha de ser comentado críticamente –la portavoz del PP en el Congreso es el mejor ejemplo de esa poderosa maquinaria verbal que todo lo destruye. Y todo lo que han dicho, dicen o van a decir nos lo sabemos de memoria. No hace falta escucharlo, no nos interesa. Y el mal se ha ido contagiando a prensa, radio, TV, etc. hasta el punto de que no nos hace falta leer lo que cada día escupen. Mas bien lo que conviene es guarecerse.
Triste pero cierto, una gran verdad. Uno antes se planteaba lo que iba sucediendo, lo que oía y veía en la tele, o la noticia publicada en el periódico... Ahora dan ganas de ponerse a otra cosa, de cambiar de canal (o apagar la tele de golpe, mejor), y de pasar de página...
ResponderEliminarY gracias a esto, escuchas hablar a la gente de a pie y compruebas que la mayoría se ha quedado con un mensaje deforme, con una visión distorsionada, para bien o para mal del político en cuestión... Y entonces ya no es que no tengas ganas de oír a los políticos, es que no quieres ni oír hablar de política.
Luego, en las urnas, todo esto pasará factura...
En las urnas pasará que la gente votará a X político porque Y le "cae mal", o porque X "ha prometido eso"...
ResponderEliminarRealmente, desvirtualizada hasta este punto la palabra en la política, se genera que nadie entienda nada, nadie sepa nada, y nadie pueda pararse a pensar en la mejor opción.
Creo que no es necesario que explique a través de dónde he llegado a este blog, ¿no? Ayer empecé el mío, probando finalmente a viajar por la blogosfera... A ver que tal me desenvuelvo, de momento prometo pasarme a menudo por aquí.
Un saludo.