Siroco hay en Palermo
con un calor agobiante.
Hoy, la sesión académica
del instituto Cervantes.
Investigadores, profes,
algún señor elegante,
Carlos –un lector peruano–
alumnos, gente importante...
Mas hete aquí que me vienen
unos ojos a asaltarme,
tan sin piedad me miraron,
tan oscuros, tan brillantes
que me sentí de repente
abandonado y sin arte.
No supe qué hacer, no supe,
al verlos así delante;
las entretelas temblando,
el corazón que se me abre
por el rincón de los besos,
por el que mejor me sabe,
cerrado pensaba que era
para amores, para lances;
y no sabía que abrirlo
podía con esas llaves;
tan poca cosa me siento
frente a los dos ventanales
que ni un solo gesto alcanzo,
ni una palabra me sale;
y esos ojos, esos ojos,
se merecen que le hable.
Le digo las cuatro cosas
que se dicen sin pensarse.
Y mientras hablo le miro
cara, porte, gesto y aire:
amores lleva en los labios,
ritmo esconde en el talle,
la piel parece canela,
el cabello, negro y suave;
un par de risas le mando
para que no se me espante,
sugerencias de ternura
con tonos y dejes graves,
que lo sepa, que si viene,
que yo estaré de su parte.
Laura se llama, contesta;
yo le digo que me llame
por el nombre que más guste,
siempre que no se separe.
Quedamos para café
por la noche o por la tarde;
en el fondo de sus ojos
ya se ve que no lo sabe.
Hoy la he buscado sin suerte
en casi todas las calles
y he buscado sus ojos
en las tiendas y en los bares.
Adiós, Laura, los amores,
mañana termino el viaje;
te veré en todo lo hermoso
te amaré todas las tardes,
tendré los sueños contigo
y no podrás escaparte.
Pero ¡¡qué bonito, qué alegría!! Es como de colorines...
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