La Magdalena desmayada, de Guido Cagnacci (Palacio Barberini, Roma) |
de Guido Caznacci– Que me voy. Por cierto de aquel encuentro en el autobús del aeropuerto con una fan papal surgió un romance correntío, que no divulgué por subido de tono, y que a lo mejor va más tarde.
Santiago. De noche, con un poco de lluvia, las calles de alrededor de la catedral llenas de gente –tapeo–, grupos de peregrinos luciendo bastón, calle arriba y calle abajo... así estaba Santiago al empezar este otoño: ciudad grata que, además, cuando recoge la luz purifica los colores y cobra una luminosidad que es difícil de encontrar si no es en Galicia.
Cuando se viaja de norte a sur o viceversa los contrastes se hacen más llamativos, sobre todo si no paras en las tierras de transición –norte de Burgos y Palencia, sierra de los Ancares, parte del Bierzo...–: la humedad de la piel, el olor a verde (muchas veces hierba cortada), la luminosidad cuando al sol le da por salir, todo un conjunto de elementos que configuran una sensación: estar en el norte. Hoy viajaré desde Santiago –toda la noche el ruido de la lluvia– al norte de Cedeira; y mañana volveré atravesando Orense para reencontrarme con el Bierzo y las tierras de León y Zamora. Ha estado sin llover varios días en esos lugares, y el otoño –la estación más “pobre” en la meseta– ha permitido algunos dorados y ocres, que se irán rápidamente con las borrascas de esos días.
Cuando se viaja de norte a sur o viceversa los contrastes se hacen más llamativos, sobre todo si no paras en las tierras de transición –norte de Burgos y Palencia, sierra de los Ancares, parte del Bierzo...–: la humedad de la piel, el olor a verde (muchas veces hierba cortada), la luminosidad cuando al sol le da por salir, todo un conjunto de elementos que configuran una sensación: estar en el norte. Hoy viajaré desde Santiago –toda la noche el ruido de la lluvia– al norte de Cedeira; y mañana volveré atravesando Orense para reencontrarme con el Bierzo y las tierras de León y Zamora. Ha estado sin llover varios días en esos lugares, y el otoño –la estación más “pobre” en la meseta– ha permitido algunos dorados y ocres, que se irán rápidamente con las borrascas de esos días.
Las visitas a Santiago, nocturnas, porque la reunión de filólogos e historiadores en la Universidad iba de sol a sol, 48 horas muy intensas, que terminaron ayer con mi charla sobre la poesía de Quevedo y las conclusiones y despedida de dos de los organizadores, Jean Pierre Etienvre (Casa de Velázquez) y Alfonso Rey (Universidad de Santiago), además de la Sorbona Nouvelle (Pierre Civil). Presenté el programa, que se ha cumplido casi en su totalidad, en página anterior. Va una instantánea de una de las sesiones, en la sala de grados de la facultad de Letras o de Filología, a cuya salida tomé la foto de las bandadas de estorninos y, en otra ocasión, la de la luz, la de la sencilla escena del jardín con sol.
Gracias por las fotos. Tengo buenos recuerdos de Santiago, especialmente de esta ultima foto.
ResponderEliminarHablar mal de Su Santidad es pecado. Os ireis todos al infierno.
ResponderEliminarE