[...Te mando un pequeño texto de Virginia Woolf que me ha encantado. Se trata de un comentario acerca de la novela de Henry James Otra vuelta de tuerca (The turn of the screw), que (esto es descubrir el Mediterráneo) es, como sabes, una obra inteligentísima, nada convencional, muy cervantina, sutil, fascinantemente bien escrita y construida, y llena de misterio, belleza y verdad. El texto de la Woolf lo he encontrado en la edición crítica de la novela de Henry James de Norton (a Norton critical edition). No conocía el texto en castellano, y, ni corto ni perezoso, he pasado la tarde entera traduciéndolo. Ha sido un rato inolvidable...]
[...Te mando un pequeño texto de Virginia Woolf que me ha encantado. Se trata de un comentario acerca de la novela de Henry James Otra vuelta de tuerca (The turn of the screw), que (esto es descubrir el Mediterráneo) es, como sabes, una obra inteligentísima, nada convencional, muy cervantina, sutil, fascinantemente bien escrita y construida, y llena de misterio, belleza y verdad. El texto de la Woolf lo he encontrado en la edición crítica de la novela de Henry James de Norton (a Norton critical edition). No conocía el texto en castellano, y, ni corto ni perezoso, he pasado la tarde entera traduciéndolo. Ha sido un rato inolvidable...]
Los fantasmas de Henry James no tienen nada en común con los viejos fantasmas violentos –los ensangrentados capitanes de navío, los caballos blancos, las damas decapitadas de los oscuros senderos rurales y los campos comunales expuestos a los vientos. Su origen se sitúa dentro de nosotros. Se hacen presentes cuando quiera que lo significativo sobrepasa nuestra capacidad de expresión; cuando quiera que lo ordinario aparece cercado por lo extraño. Las cosas que no se alcanzan a entender, que se dejan como sobras, que persisten pertinaces, aterradoras –estas son las emociones que él toma, plasma, hace consoladoras y amigables. ¿Pero cómo puede ser que sintamos miedo? Tal y como dice el caballero cuando ve el fantasma de Sir Edmund Orme por vez primera: “Estoy dispuesto a garantizarles a todos sin excepción que los fantasmas son mucho menos alarmantes y mucho más divertidos de lo que por lo común se piensa”. Los espíritus bellos y corteses pertenecen tan solo al otro mundo ya que tienen demasiado buen gusto para este. Han llevado consigo más allá de la frontera sus ropas, sus modales, su cortesía heredada, de ilustre cuna, sus sombrereras, sus doncellas y sus mayordomos. Continúan siendo siempre un poco mundanos. Puede que nos sintamos torpes en su presencia, pero no nos es dado tener miedo. ¿Qué ocurre, entonces, si cogemos Otra vuelta de tuerca una hora o así antes de irnos a la cama? Tras procurarnos un entretenimiento exquisito, terminaremos, si hemos de dar crédito a las otras historias, con esta sutil música en los oídos, y dormiremos a pierna suelta.
Quizá es el silencio lo primero que nos impresiona. Todo en Bly permanece tan profundamente callado. El gorjeo de los pájaros al alba, los gritos de los niños en la lejanía, los pasos apenas perceptibles en la distancia lo conmueven pero no lo quiebran. Lo acentúan; nos agobia; nos hace recelar extrañamente del ruido. Al final la casa y el jardín se extinguen por debajo de él. “Puedo escuchar de nuevo, según escribo, la intensa calma en la que caían los sonidos del final de la tarde. Los grajos dejaban de graznar en el cielo dorado, y la hora más propicia para la amistad enmudecía durante un minuto inefable”. No se puede decir con palabras. Sabemos que el hombre que permanece en la torre mirando fijamente desde lo alto a la institutriz es infame. Alguna forma de obscenidad impronunciable ha asomado a la superficie. Trata de entrar; trata de alcanzar algo. Los pequeños seres exquisitos que yacen dormidos inocentemente han de ser protegidos a toda costa. Pero el horror crece. ¿Es posible que la niña, que se da la vuelta desde la ventana, haya visto a la mujer ahí fuera? ¿Ha estado con la señorita Jessel? ¿Ha visitado Quint al niño? Es Quint el que merodea a la espera a nuestro alrededor en la oscuridad; el que está ahora en ese rincón y de nuevo en ese otro. Es de Quint del que debemos formarnos un juicio, y el que vuelve reclamando toda nuestra capacidad racional para hacerlo. ¿Puede ser que estemos asustados? Pero no es un hombre pelirrojo y de tez pálida lo que nos inspira miedo. Estamos asustados de algo innominado, de algo, quizá, que se halla en nosotros mismos. Al poco, encendemos la lámpara. Si al abrigo de su haz de luz examinamos la historia, nos percatamos de hasta qué punto su elocuencia es magistral, cómo se alarga cada frase, cómo se perfila cada imagen, cómo el mundo interior se beneficia de la robustez del mundo exterior, cómo la belleza y la obscenidad logran introducirse imbricadas la una con la otra en lo más hondo –todavía debemos reconocer que algo permanece inexplicado. Debemos admitir que Henry James ha salido vencedor. Ese viejo caballero cortés, mundano y sentimental puede aún hacernos temer la oscuridad.
(Traducción de J. R. Trotter)
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