Para conocer los orígenes de La Encarnación hay que trasladarse a las crónicas y relatos sobre el cambio de capitalidad de Madrid (1600-1606) a Valladolid y a la vuelta de la emperatriz de Praga para refugiarse en Las Descalzas, en donde va a morir (1603). No podía la piadosa Margarita competir con aquel santuario de la nobleza europea que eran Las Descalzas, a donde además había ido a encerrarse también la infanta real.
El caso es que en Valladolid la reina se había encontrado muy a gusto saliendo al convento de las agustinas recoletas, en donde se encontraba con la hermana del marqués de Poza, el círculo de Luisa de Carvajal y otras mujeres nobles, piadosas y emprendedoras al mismo tiempo. Así es que cuando la corte vuelve a Madrid, la reina Margarita anda queriendo traerse a su tertulia de damas devotas, a las que veía, de todos modos, en sus frecuentes y largas estancias en Lerma o sus alrededores; pero eso no es suficiente, de manera que piensa en abrir convento de agustinas recoletas en Madrid, para lo cual contaba con la pericia de la salmantina Mariana de San José, que había fundado ya los de Palencia y Valladolid, entre otros (existe una biografía suya, publicada en 1646).
La ocasión o el pretexto va a ser otro hecho histórico: en 1609 se emprende la arriesgada expulsión de los moriscos, y Margarita ofrece fundar el convento si las cosas salen bien. En 1610 se trae a Madrid, a Santa Isabel, a las agustinas de Valladolid –que van a ir recibiendo adhesiones de novicias de la nobleza–; pero en 1611 la reina muere de sobreparto –las malas lenguas dicen que muere envenenada por Rodrigo Calderón; pero eso parece legendario– y Felipe III ordena que se acomoden sus monjitas en las llamadas casas del Tesoro (actual café de Oriente) donde van a residir algo más de cuatro años, hasta que en junio de 1616, recién aparecida la segunda parte de El Quijote, leyendo la gente los dos grandes poemas gongorinos y mientras Quevedo soborna a los funcionarios, se organiza el solemne espectáculo de la consagración del altar mayor y traslado de la nueva comunidad a su convento. Dicen las relaciones que aquello fue de un lujo y una solemnidad fuera de todo encarecimiento, con las calles alfombradas, adornadas con tapices reales (¿dónde estarán?), etc.
No vamos a descubrir a estas alturas el significado histórico y el valor artístico de este pequeño conjunto de edificios que se comunicaban directamente con el Alcázar –por un pasadizo– y que acogieron a un selecto grupo de agustinas recoletas, por iniciativa de la reina Margarita de Austria (+1611), que llevó allí a la madre Mariana de San José y a otras monjitas, formando una comunidad que todavía existe –creo que son quince las monjas en la clausura actual. En consecuencia, detrás de los dos tornos, al menos, que he visto, y probablemente disfrutando del claustro alto –que no se visita, tampoco he visto los tapices, que no sé si siguen existiendo– y otras estancias siguen viviendo y rezando las agustinas, lo que no se deja de observar en pequeños detalles decorativos –flores frescas, alfombrillas, pañitos limpios cubriendo las partes pudendas de algunas estatuas, limpieza....–
Lo que mejor parece que se conserva parecen ser los modesto y bellos suelos –barro cocido y madera– así como los mosaicos (por ejemplo los que rodean el torno de la sacristía), y la impresionante galería de pinturas del claustro bajo (¿las habrá en el alto también?), casi todas de Carducho y Juan Vander Hamen, o las que se han colocado en la sala de los reyes, una colección de retratos de Bartolomé González, el pintor vallisoletano del III Duque de Osuna, del que volveré a hablar en este cuaderno. La colección artística va de lo religioso a lo palaciego: yo destacaría varias figuras de Gregorio Fernández, entre ellas la del Cristo Yacente, tenebroso, como todas las de este tipo, así como el San Agustín del coro; y la colección de cristos de marfil; y un San Juan de Ribera, iluminado. Gracia especial sigue teniendo el famoso cuadro de las entregas (hay tres copias, esta es una de ellas, no muy bien dilucidado el problema de las autorías), justo a la entrada, que fotografía el río Bidasoa y la entrega de Isabel de Borbón al príncipe Felipe (1615) en la Isla de los Faisanes.
Los turistas han de pasar por la cámara de torturas que es la sala de las reliquias, con la historia de la sangre de san Pantaleón y demás, quizá sin reparar en dos excelentes figuras de Salcillo y en otros detalles. Como signo de época, la sala es impresionante, como lo será la colección de El Escorial, que no recuerdo haber visto. La guía, ponderada y correcta, no explica que cada monjita tenía su cofrecillo con reliquias varias y que solían añadir una propia (un anillo, un mechón, un diente....) Eso sí, montada encima del cementerio conventual y con el nicho y monumento de las dos primeras abadesas, en la parte baja de un lateral, cofre forrado de terciopelo rojo, el cuerpo incorrupto de Luisa de Carvajal, amiga de las fundadoras, cuyo cuerpo se trajo de su aventura inglesa, que seguirán embalsamando las monjas año tras año.
La iglesia, aunque conserva parte del viejo trazado –se han suprimido las capillas y sufrió un gran incendio en el siglo XVIII– y algunos cuadros, entre ellos el de Carducho en el altar mayor, ha recibido la mano ordenada de Ventura Rodríguez y de una tropilla de artistas sensatos y aburridos del s. XVIII (Isidro Carnicero, Juan de Mena, Jose Castillo, Gregorio Ferro....) Su joya puede ser la del órgano, que aun admira al auditorio cuando, como hoy, domingo, se toca.
Fuera, un día de sol espléndido, con Lope de Vega dando la espalda al convento, mirando hacia Madrid: Gallardón acaba de poner una fuente de granito donde estaban los caños del Peral (¿y qué se hizo de los que aparecieron, incorruptos también, al ensanchar el metro de "Ópera"?). Tampoco he podido ver la biblioteca, que creo saber que es una de las mejores bibliotecas musicales e históricas de este país (¿se mando al monasterio de Ripoll?). Cualquiera lo intenta: todavía me acuerdo de que me echaron del colegio de Santa Isabel, también de patrimonio.
Hablaremos de Luisa de Carvajal.
Apasionante esta historia. Gracias por rescatarla para la globosfera.
ResponderEliminarUn beso