I. LA LITERATURA ES UN ACTO
Y con esa primera indicación habríamos de volver a las raíces de su conceptualización para reconstruir cabalmente la sencilla red sobre la que se encaramó la historia hasta confluir en la moderna aparatosidad superficial de lo que nos rodea.
El ser humano actúa y cada vez que actúa puede producir una nueva escena, o puede producir un objeto o un proceso, o puede verbalizar algo. Cualquiera de estas variaciones tiene sus circunstancias históricas, que se esclarecen y distinguen cuando el historiador las rehace mediante el conocimiento histórico o la investigación.
Quedémonos, por ahora, con que el ser humano, por tanto, al actuar en una de las direcciones, consigue “hacer” objetos. El progresivo enriquecimiento y desarrollo de las condiciones de vida y del conocimiento humano repercuten en esa posibilidad de creación, que termina por ser extraordinariamente rica, diversificada. En principio –principio histórico, sobre todo– la creación de objetos pasa de ser elemental a tener algún tipo de función: cumplir con sus necesidades, creencias, vida social, placer, etc.
La creación de objetos puede ser un acto individual, gremial, corporativo, social, incluso diacrónico (crear a lo largo de un periodo de tiempo); durante el proceso, el artesano que ejerce esa tarea integra el proceso y su resultado en su propio universo mental, piensa sobre él y recibe sensaciones y conocimientos que derivan de la creación de ese objeto, así como de los que crean los demás, y de su utilización. Es característico de la actuación humana la complejidad, no la reducción a una sola función, de todo tipo de acciones: objeto no solo para comer, caminar, leer, sobrevivir, abrigarse...., porque su propia naturaleza pensante es compleja y percibe y asume el mundo que le rodea de manera pluridimensional, no solo como percepción sensorial, sino como percepción sensorial asociada a procesos mentales muy variados (memoria, voluntad....)
Algunos de los derivados de ese proceso y de su asunción van a resultar, andando el tiempo, espectacularmente desarrollados. En principio, siempre nos parecerán “valores” de ese proceso la correcta o refinada adecuación de ese objeto a sus funciones (una vasija, una prenda de abrigo, un refugio, un artilugio...); cada vez que uno de esos objetos logra su función producirá el sentimiento de satisfacción y logro en quien lo ha creado o en quien lo utiliza. Semejante tarea crea técnicas que, a su vez, producirán, con su refinamiento, nuevos objetos y nuevas técnicas. La sensación de “placer”, “gusto”, “satisfacción”, etc. habrán comenzado siempre por estar asociadas a esa conjunción de finalidad y funcionalidad que nos suministra un objeto creado.
Y he aquí que, históricamente, artesanos de distintos campos, han ido derivando sus creaciones para intentar producir ya no solo la utilidad de sus objetos, sino esos efectos de “placer”, gusto”, “satisfacción”, “complacencia”.... –e inmediatamente otros muchos posibles: inquietud, angustia, terror, evocación....– relegando a segundo plano la funcionalidad del objeto creado, o incluso anulando esa finalidad. En el primer caso asoman los conceptos de “gusto”, “belleza”, etc. El segundo, más radical, da paso al concepto de “arte”, autónomo.
La primera conceptualización no me cabe en menos palabras, y eso es lo que solemos llamar “esquema”, que perdona flecos y derivados para acudir a los pilares. Lo completaremos enseguida con la referencia al universo verbal (es decir, a la literatura). Universo teórico que se puede hallar prolija –y cumplidamente– expuesto en libros de pensamientos y erudición, los que van de Wotton a Shiner, en la crítica americana; los que pivotan en torno a Althuser en la europea –con su extenso y rica proyección en los ensayos de Juan Carlos Rodríguez entre nosotros. A lo mejor hasta podemos, al cabo de las lecciones sencillas, entregar una mínima bibliografía, nunca tan importante como el entendimiento correcto de los conceptos básicos.
Y con esa primera indicación habríamos de volver a las raíces de su conceptualización para reconstruir cabalmente la sencilla red sobre la que se encaramó la historia hasta confluir en la moderna aparatosidad superficial de lo que nos rodea.
El ser humano actúa y cada vez que actúa puede producir una nueva escena, o puede producir un objeto o un proceso, o puede verbalizar algo. Cualquiera de estas variaciones tiene sus circunstancias históricas, que se esclarecen y distinguen cuando el historiador las rehace mediante el conocimiento histórico o la investigación.
Quedémonos, por ahora, con que el ser humano, por tanto, al actuar en una de las direcciones, consigue “hacer” objetos. El progresivo enriquecimiento y desarrollo de las condiciones de vida y del conocimiento humano repercuten en esa posibilidad de creación, que termina por ser extraordinariamente rica, diversificada. En principio –principio histórico, sobre todo– la creación de objetos pasa de ser elemental a tener algún tipo de función: cumplir con sus necesidades, creencias, vida social, placer, etc.
La creación de objetos puede ser un acto individual, gremial, corporativo, social, incluso diacrónico (crear a lo largo de un periodo de tiempo); durante el proceso, el artesano que ejerce esa tarea integra el proceso y su resultado en su propio universo mental, piensa sobre él y recibe sensaciones y conocimientos que derivan de la creación de ese objeto, así como de los que crean los demás, y de su utilización. Es característico de la actuación humana la complejidad, no la reducción a una sola función, de todo tipo de acciones: objeto no solo para comer, caminar, leer, sobrevivir, abrigarse...., porque su propia naturaleza pensante es compleja y percibe y asume el mundo que le rodea de manera pluridimensional, no solo como percepción sensorial, sino como percepción sensorial asociada a procesos mentales muy variados (memoria, voluntad....)
Algunos de los derivados de ese proceso y de su asunción van a resultar, andando el tiempo, espectacularmente desarrollados. En principio, siempre nos parecerán “valores” de ese proceso la correcta o refinada adecuación de ese objeto a sus funciones (una vasija, una prenda de abrigo, un refugio, un artilugio...); cada vez que uno de esos objetos logra su función producirá el sentimiento de satisfacción y logro en quien lo ha creado o en quien lo utiliza. Semejante tarea crea técnicas que, a su vez, producirán, con su refinamiento, nuevos objetos y nuevas técnicas. La sensación de “placer”, “gusto”, “satisfacción”, etc. habrán comenzado siempre por estar asociadas a esa conjunción de finalidad y funcionalidad que nos suministra un objeto creado.
Y he aquí que, históricamente, artesanos de distintos campos, han ido derivando sus creaciones para intentar producir ya no solo la utilidad de sus objetos, sino esos efectos de “placer”, gusto”, “satisfacción”, “complacencia”.... –e inmediatamente otros muchos posibles: inquietud, angustia, terror, evocación....– relegando a segundo plano la funcionalidad del objeto creado, o incluso anulando esa finalidad. En el primer caso asoman los conceptos de “gusto”, “belleza”, etc. El segundo, más radical, da paso al concepto de “arte”, autónomo.
La primera conceptualización no me cabe en menos palabras, y eso es lo que solemos llamar “esquema”, que perdona flecos y derivados para acudir a los pilares. Lo completaremos enseguida con la referencia al universo verbal (es decir, a la literatura). Universo teórico que se puede hallar prolija –y cumplidamente– expuesto en libros de pensamientos y erudición, los que van de Wotton a Shiner, en la crítica americana; los que pivotan en torno a Althuser en la europea –con su extenso y rica proyección en los ensayos de Juan Carlos Rodríguez entre nosotros. A lo mejor hasta podemos, al cabo de las lecciones sencillas, entregar una mínima bibliografía, nunca tan importante como el entendimiento correcto de los conceptos básicos.
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