Plaza de San Ildefonso |
Calle Hortaleza |
Calle Hortaleza |
Mi oculista –excelente, amable, eficaz– me ha dicho que he ganado vista y que tengo que hacerme gafas nuevas con otros cristales; lo malo es que para llegar a esa conclusión hubo de dilatarme las pupilas. Yo no sabía que la dilatación podía durar cuarenta y ocho horas, de manera que mi trabajo de campo de los viernes ha sido un recorrido lleno de aventuras y peligros, tomando autobuses indebidos, sentándome encima de un señor respetable que leía el ABC, hablando encarecidamente a las farolas, preguntando que cuándo abrían las Descalzas a un poste de anuncios o comiéndome una servilleta como si fuera lechuga.... y eso que de cerca veía mejor. Para saber si una dama era hermosa tenía que acercarme a medio metro y, prácticamente, preguntárselo; creo que he ligado con el conserje de la Academia de Bellas Artes de San Fernando; desde luego lo he hecho con una pareja de hombres muy amables a la altura de la calle Infantas –porque me han hecho propuestas curiosas–; he entrado en una peluquería china de la calle Leganitos para saber si tenían la monografía de Kusche (sobre Pantoja y Bartolomé González); y he estado hablando un buen rato con una estatua de la planta tercera del Museo que he visitado, atenta ella, la estatua, escuchando sin decirme nada.... Eso sí, he comido el excelente menú (9,50 euros) en uno de los mejores restaurantes de Madrid –Hileras, la verdad es que hay muchos– de la zona centro, lo que compensaré con su foto publicitaria.
La jornada había de rematarse en el Doré, en la filmoteca; cambié a media tarde por los Goldem de Plaza de España y en el último momento tomé la sabia decisión de no entrar, para no pedir a mi compañero de butaca –yo iba solo– que me leyera los subtítulos.
Calle Hortaleza |
Algo frustrado he vuelto callejeando y me he regalado la hermosura de la calle de Hortaleza, una de la que pasea los edificios más hermosos de Madrid, para recalar en las dos o tres plazoletas más encantadoras de Malasaña, particularmente en la de San Ildefonso, al ladito de una de mis raíces familiares –la materna, en la Calle del Escorial. De todo ello he obtenido las debidas ilustraciones.
Calle Hortaleza |
Eso sí, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, por la mañana, he recorrido sus tres pisos y he terminado en su archivo-biblioteca, uno de los lugares en donde me documento para mis viñetas sobre el Madrid histórico. Los legajos que he leído me han ilustrado sobremanera sobre el triste destino de buena parte de nuestro patrimonio –particularmente lo que era y habia en San Felipe el Real, el convento de La Victoria, de mínimos; San Felipe Neri....
Me he detenido particularmente en los escritos, lamentos y esfuerzos de esa admirable corporación para que –en 1836, con motivo de la desamortización– no se siguiera destruyendo nuestro patrimonio. Querían salvar San Felipe el Real, San Felipe Neri, la cúpula de los Basilios, las Calatravas.... todo estaba amenazado de demolición. Y todo pereció. No sé si tendré ánimo para contarles –con la documentación histórica en la mano– episodios de esa naturaleza, que sistemáticamente han ido deshaciendo lo que hacíamos. Ya veremos. Quizá en pequeñas dosis.
Ah, y no hay que preocuparse demasiado por lo de las gafas: las quiero raras –ya está bien– y María a lo mejor me acompaña para verme los perfiles, y yo le miro los suyos, que también a lo mejor.
O sea que a la vejez viruelas? Lo de mejorar la vista creía que ocurría cuando te quitan las cataratas...Muy gracioso.
ResponderEliminarPor un momento me pareció estar ante una de esas entrañables historias de Rompetechos. Esto era para verlo. Muy bueno el paseo y su relato.
ResponderEliminarCurioso arte el de dialogar con las más que bellas farolas madrileñas, que duran más de un mes y no se vuelven plaga. Relato interesante, en tu linea.
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