Una de las cosas que más trabajo me ha costado, bueno, que realmente no he conseguido, ha sido que mis alumnos leyeran El Quijote sin demasiados supuestos previos; quiero decir: obviamente todo el mundo lee cualquier obra desde sus circunstancias, incluyendo las educacionales y culturales: no hay otro modo de hacerlo. Lo que me resulta cada vez más arduo es conseguir que no adquieran y apliquen, al tiempo que leen, los estereotipos añadidos por la cultura postiza, o por la cultura oficial e impuesta, ya sea la que rueda sin ton ni son por los lugares comunes, ya sea la que recoge modos de interpretación simple y fácil, ya sea la que deriva de lugares comunes críticos, ya sea la que proviene de sesudos pensadores, etc. Ha resultado prácticamente imposible que chavales entre 18 y 20 años –los que se estrenaban en la facultad de letras– pudieran leer a Cervantes de manera sencilla y, por lo tanto, pudieran, si ese hubiera sido el efecto, disfrutar de la lectura, ejercer un primer movimiento interpretador sin prejuicios culturales, esto es: sin que se encauzara su lectura por los carriles señalados por la crítica. Y no es que esos carriles no sean ciertos –en casos–, ni es que no los respetemos como modos de interpretación adecuados, es que anulan la apertura del lector, controlan su espontaneidad y, al proyectarle, no le dejan ni ver ni sentir de otra manera.
Resultaba frustrante leer cómo respondían a lecturas sencillas con los clichés de la quijotización de Sancho y sanchificación de don Quijote –en este caso, además, cliché que desvirtúa la obra–; cómo ajustaban lo que les habían dicho de que don Quijote no estaba loco, que los locos somos nosotros; cómo interpretaban de modo ideal y adquirido que Cervantes luchaba por la libertad; o cómo hacian dialogar lo que no conocían –novelas de caballerías, épica culta, teatro de época....– con los pasajes que hubieron debido leer, por ahora, de manera más inmediata y fresca.
Ha sido en vano pedirles que, por ahora, no se atiborraran de prólogos, artículos, estudios y demás, que disfrutaran de los textos, una vez mínimamente ubicados y contextualizados. Con el agravante de que, en bastantes casos, han pasado más tiempo leyendo crítica que textos; y lo que es peor, ¿cuántos habrán leído solo la crítica, con el afán de señalar algo profundo, admitido, que les sirva como opinión?
Esta breve nota es una desahogo, que podría llevarnos mucho más lejos; pero que he querido dejar claramente dicho, fijado, porque sigo viendo a mi alrededor ese afán que aleja los textos del lector. Y que concede el espacio del lector a la autoridad de la cultura oficial.
Cierto que ese tipo de lectura es la deseable, cierto que es difícil lograrla. Pero da mucha satisfacción cuando nos damos cuenta de que pudimos transmitir el gusto bastante puro de leer a Cervantes. A mí me lo contagiaron entre la primavera del 92 y el otoño del del 93, lo recuerdo con precisión y creo que algunos más han seguido ese camino desde entonces.
ResponderEliminarEn parte el problema de leer a Cervantes con gusto y como (yo creo que) pide ser leído, es la paradoja de que a un escritor como él lo hayan convertido en patriarca de la Literatura Española (así, con todas las mayúsculas). Muchos recién iniciados (y otros no tan recientes)se atascan con la autoridad que supone el pedestal y pierden de vista, me parece, el porqué merece ese lugar, que en realidad no tiene nada de autoritario, ni de estirado, ni de unívoco.
Estimado Pablo, comprendo perfectamente lo que dices.
ResponderEliminarInicié estudios de Letras a los 18 años y cursé Literatura del Siglo de Oro a los 19; pero bastante antes, a mis 10 años, mi abuelo me regaló el Quijote, completo y sin notas.Fue un deslumbramiento absoluto y lo leí infinidad de veces, por cuenta propia.
Cuando me topé con lecturas sobre el Quijote-la de Ricardo Rojas, o Madariaga, que andaban a la mano- éstas agregaron información o juicios que
matizaron algo la periferia interpretativa del libro; pero la idea del Quijote ya era mía y estaba ganada por mi propio trabajo de lector.
Un libro que me llevó a releer con placer el Quijote, fue el ensayo de Torrente Ballester, un libro hecho con la inteligencia de haber rumiado la crítica anterior, pero con el plus de la mirada del novelista.
"Han pasado más tiempo leyendo crítica que textos": es trágico y es una calamidad universal. En la Universidad de Buenos Aires hay alumnos que del Quijote han leído una sola frase, y esta única frase porque aparece citada en un cuento de Borges. Y algo semejante pasaba cuando estaba de moda Bajtín para explicarlo todo:la carnavalización y la polifonía estaban en boca de los mismos que no leían a Rabelais ni a Dostoievsky.
La crítica-con las honrosísimas excepciones que siempre hay- cuanto más dogmática, es más insegura.La prueba está en que sólo aceptan el argumento por autoridad y toda hipótesis o juicio personal enseguida queda estigmatizado como "lectura impresionista".
Por último, creo que la enseñanza universitaria-al menos en Argentina- tiñe clases, cursos y seminarios de un consenso irónico, campechano y demagógico, pero la coloratura original sigue siendo categórica: "esto es así", sin pruebas, sin evidencias,sin definir los términos -o definiéndolos subjetivamente- sin estado de la cuestión y, sobre todo, sin lógica.
Entonces, toda esa coraza de erudición lleva al resultado que tan bien describes:esa triste distancia entre los lectores y un libro como el Quijote, en el que habitan lectores y en donde se los busca.
Saludos,
Ignacio
Pablo, el próximo año sería fantástico si puedes abrir la asignatura con este texto. Ganarían mucho los que no se van a dedicar a esto y muchísimo los que sí.
ResponderEliminarBrazos
Gracias por la abundancia y cordialidad de los comentarios que, cuando lo lean algunos alumnos, servirá para animarles a lecturas más limpias.
ResponderEliminar