Diana Eguía, colaboradora, amiga, ahora ida a lejas tierras, para experimentar, profundizar, aprender y jugar al ajedrez, viene trabajando sobre los autógrafos, en principio de Quevedo –tema sin tratar debidamente, de suma importancia en sus adherencias textual, autorial, histórica....–; pero, como es lógico y por su capacidad intelectual, con ramificaciones complejas que alcanzan tanto a lo que los franceses llamaban la sociología de la literatura, como a lo que los germánicos llamaron sociología de la literatura, como a lo que los norteamericanos casi casi llaman sociología de la literatura, que son tres derivaciones distintas, a la vez muy distintas de lo que a mí me gustaría que se llamara sociología de la literatura, es decir, del proceso mental que se produce cuando, pluma en ristre, se ejerce el difícil arte de convertir en garabatos codificados el batiburrillo mental y todo lo que semejante gimnasia provoca, esto es, el paso de lo que en el nido mental e ideológico se lleva a su forma dibujada para que llegue –lo que llegue– a los que conviven lingüísticamente.
A veces se ha utilizado la figuración histórica (iluminaciones medievales, cuadros, grabados, etc.) para llegar a este proceso desde otras perspectivas históricas: cuando el ángel anuncia a María a voces, cuando lo hace leyendo; cuando San Ambrosio –o San Agustín, o San Jerónimo....– reciben voces de inspiración directamente en su oído, cuando es un dictado que escriben, cuando se da la confluencia, etc. E incluso yendo a detalles, que si papiros, cilindros, hojas, el propio cuerpo.... Sobre su propio cuerpo las escribía Teresa de Cepeda y prácticamente todos los místicos.
He recogido para Diana cuatro preciosas muestras, las tres de detalle de Zurbarán (fray Pedro Machado y otros frailes), coetáneo de Quevedo, para que sobre ellas reinscriba ese tipo de reflexión y lo integre en su trabajo, allí, en lejas tierras norteamericanas, escuchando a Chartier y a otros maestros.
Yo he visto gente en el metro escribiendo así...
ResponderEliminarMuchas gracias por las imágenes, Pablo. Qué curioso resulta que de la inspiración de las musas nos queden los borrones, los garabatos y las tachaduras. Escribir de pie, de rodillas como hacían los esclavos griegos; escribir sobre el cuerpo, con sangre como el Marqués de Sade u otros flujos. Espero que Mercurio, dios de la comunicación escritura, nos ayude a entender por qué escribimos.
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