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Patio de la sede del Instituto Cervantes |
En esas dos instituciones han tenido lugar dos sesiones del congreso, y en el Instituto se ha clausurado, esta tarde. Las reuniones de hispanistas sirven no solo para exponer y escuchar comunicaciones o conferencias sobre el tema de la convocatoria, tengo para mí que casi, casi ejercen mejor la función de encuentro entre investigadores, que así llegan a conocer focos de trabajo, la dedicación de los colegas, publicaciones en marcha, proyectos, etc. Y eso también ha sido el encuentro, bien grato, por la cordialidad y la eficacia de sus organizadores, es decir de Lía Schwartz (CUNY), Jeremy Lawrance (Nottingham university), J. O´Neill (HSA), a los que en la sesión final ha acompañado Eduardo Lago (director del Instituto Cervantes de Nueva York). Pero así he conocido a Pablo Valdivia, Esther Villegas, Laura Muñoz, Clayton McCarl,...; me he reencontrado con Trevor Dadson, Antonio Azaustre, Marina Brownlee, Ottavio di Camillo, Elena del Río, Carmela Mattza, Juan Antonio Yeves... Y hasta con Paul Julian Smith, al que creo que no veía desde que ocupé la cátedra BBV en Cambridge (UK), donde él estaba y adonde me llevó.
En la sesión final del Instituto intervenimos cuatro personas, además de autoridades, presentaciones y demás. Yeves habló de la colección del marqués de Caracena en el Museo Lázaro Galdiano, sin duda una de las bibliotecas –nos demostró– y una de las empresas bibliográficas más importantes del siglo. El marqués había nacido en 1609 y murió a los 59 años, o sea que su actividad recorre los años centrales del siglo XVII. Me llamó la atención que, como patrono o mecenas, intervino en muchas de las ediciones flamencas de Foppens, entre ellas las de Quevedo. Me referí yo al corpus cortesano de poesía quevedesca; lo hizo luego J. Lawrence, sobre el arte de gobernar y la república de las letras; y terminó, tras una breve pausa, Antonio Carreira, con su rigor característico, recogiendo y comentando la nómina de poetas que llevaron a sus versos –para bien o para mal– al Conde Duque.
Volví andando desde el Instituto, porque la noche era deliciosa y la lluvia parecía no ser excesiva. Desde la 49, en donde esta la sede del Instituto, salí callejeando a la quinta avenida, para ver si encontraba un A&F ("Aberccrombie and Fitch", me aclaró O'Neill), una de esas tiendas que "todavía no han abierto en España" –me dijo Encarnación– y que resultan espectaculares (música, ¡dependientes!, ropa, diseño de la tienda...) Nos suelen dar un adelanto de lo que va a llegar. No la encontré o se me pasó, porque ya estaba cerrando el comercio y había arreciado la lluvia. Cerca de la calle 32, en donde está el hotel, tomé una última foto del Empire State, para cumplir con el rito turístico. Y luego me sumí en un mundo de orientales-
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