Patio de la sede del Instituto Cervantes |
En esas dos instituciones han tenido lugar dos sesiones del congreso, y en el Instituto se ha clausurado, esta tarde. Las reuniones de hispanistas sirven no solo para exponer y escuchar comunicaciones o conferencias sobre el tema de la convocatoria, tengo para mí que casi, casi ejercen mejor la función de encuentro entre investigadores, que así llegan a conocer focos de trabajo, la dedicación de los colegas, publicaciones en marcha, proyectos, etc. Y eso también ha sido el encuentro, bien grato, por la cordialidad y la eficacia de sus organizadores, es decir de Lía Schwartz (CUNY), Jeremy Lawrance (Nottingham university), J. O´Neill (HSA), a los que en la sesión final ha acompañado Eduardo Lago (director del Instituto Cervantes de Nueva York). Pero así he conocido a Pablo Valdivia, Esther Villegas, Laura Muñoz, Clayton McCarl,...; me he reencontrado con Trevor Dadson, Antonio Azaustre, Marina Brownlee, Ottavio di Camillo, Elena del Río, Carmela Mattza, Juan Antonio Yeves... Y hasta con Paul Julian Smith, al que creo que no veía desde que ocupé la cátedra BBV en Cambridge (UK), donde él estaba y adonde me llevó.
Nueva York nos ha dado tres días muy distintos, en este último, como se ve en la foto del patio del Instituto Cervantes, suavizando el bochorno con un orvallo que a veces era casi calabobos. Pocas instituciones podrán presumir, como la HSA, de anunciar alguna de sus actividades imprimiendo como reclamo en el anuncio del programa un Goya (la Duquesa de Alba) y un Velázquez (El Conde Duque), o de iluminar –nunca mejor dicho– sus salas con los cuadros de Sorolla, al que no le va mal el bullicio de los altos de Harlem, arriba de la 150. Cuando ayer nos llevaron en autobús, después de atravesar los elegantes barrios de los museos, se puso la tarde bulliciosa y hasta algo marinera, porque el Hudson se asomaba de vez en cuando a las bocacalles. Y en la HSA nos esperaba Sorolla. Más en conveniencia con nuestro encuentro, el profesor Marcus Burke nos enseñó la galería alta de la HSA –Grecos, Murillos, Goyas, Velázquez...– y desde la esquina donde colgaba el cuadro del Conde Duque se demoró en charla amena sobre el cuadro y los signos que el valido ostentaba (banda dorada, sortija, látigo, bastón o espada..., también golilla, sombrero...) Incluso podría haber añadido detalles de su "tocado", cuidadosamente elegido para la ocasión. Más tarde, el profesor Trevor Dadson disertó sobre algo que él conoce muy bien: impresión y dispersión de los libros de entretenimiento. En la sala Sorolla terminamos todos de manera más informal, por ejemplo yo en conversación con Encarnación Sánchez que andaba cerrando detalles de la próxima reunión de hispanistas en Palermo y Nápoles.
En la sesión final del Instituto intervenimos cuatro personas, además de autoridades, presentaciones y demás. Yeves habló de la colección del marqués de Caracena en el Museo Lázaro Galdiano, sin duda una de las bibliotecas –nos demostró– y una de las empresas bibliográficas más importantes del siglo. El marqués había nacido en 1609 y murió a los 59 años, o sea que su actividad recorre los años centrales del siglo XVII. Me llamó la atención que, como patrono o mecenas, intervino en muchas de las ediciones flamencas de Foppens, entre ellas las de Quevedo. Me referí yo al corpus cortesano de poesía quevedesca; lo hizo luego J. Lawrence, sobre el arte de gobernar y la república de las letras; y terminó, tras una breve pausa, Antonio Carreira, con su rigor característico, recogiendo y comentando la nómina de poetas que llevaron a sus versos –para bien o para mal– al Conde Duque.
Volví andando desde el Instituto, porque la noche era deliciosa y la lluvia parecía no ser excesiva. Desde la 49, en donde esta la sede del Instituto, salí callejeando a la quinta avenida, para ver si encontraba un A&F ("Aberccrombie and Fitch", me aclaró O'Neill), una de esas tiendas que "todavía no han abierto en España" –me dijo Encarnación– y que resultan espectaculares (música, ¡dependientes!, ropa, diseño de la tienda...) Nos suelen dar un adelanto de lo que va a llegar. No la encontré o se me pasó, porque ya estaba cerrando el comercio y había arreciado la lluvia. Cerca de la calle 32, en donde está el hotel, tomé una última foto del Empire State, para cumplir con el rito turístico. Y luego me sumí en un mundo de orientales-
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