Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

sábado, 4 de septiembre de 2010

Escondidos estamos de la muerte...

Desde hace algún tiempo vengo preparando la edición de las poesías completas de Quevedo, de quien ya antologué parte en la conocida colección Austral. Las tareas profesionales y docentes me llevan ahora a renovar mis trabajos sobre ese inmenso corpus, y de ahí voy a extraer unas entradillas selectas, que pueden agradar al lector, porque, como tantos rincones de la vida, la obra y la poesía de Quevedo andan un poco abandonados.
Ahora por ejemplo tengo que ir a cambiar ideas y opiniones sobre la difusión de sus poemas, tarea muy, muy complicada, como quizá explique brevemente en otra ocasión. Lo que sí que resulta curioso es volver a leer algunos de los que fueron poemas de los preferidos por sus contemporáneos (romances, sonetos escatológicos, letrillas....) Entre todos ellos, hasta quince testimonios nos han trasmitido este madrigal, que no llegó a imprimirse, por el contrario, en ninguna de las primeras ediciones impresas (El Parnaso Español, Tres Musas) de sus poesías. ¿Será el encendido tono apasionado el que atrajo a los lectores, los "festejos de los amantes", como titulan algunos manuscrito? Y lo que es más problemático, ¿de verdad son versos de Quevedo? Convendría quizá recordar que fue Quevedo el primer traductor de "da mi basia...." de Catulo; y que otro de sus poemas difundidos es un sueño erótico ("¡Ay, soñe, Floralba...."); pero no fue muy dado Quevedo a la explayación erótica. 
Como se ve, los problemas filológicos pueden no tener solución, tan solo explicación.

A Fabio preguntaba 
la divina Florisa, enternecida
primero por su vida
y luego por la fe que le guardaba,
cuántos besos quería
de su divina boca; y él decía:
– "Para podértelo decir, deseo
que multiplique el agua el mar Egeo,
que se aumenten de Libia las arenas
y del cielo sagrado
las estrellas serenas
los átomos sin fin del sol dorado".
Mas ella, en este punto,
al rostro de su Fabio el suyo junto,
le cortó las razones con un beso;
y él, recibiendo el regalado peso
de su amada en sus brazos,
con ella se tejió en diversos lazos,
diciendo de esta suerte:
– "Escondidos estamos de la muerte,
pues es tan grande el gusto que poseo;
por pedirte sin fin, dulce Florisa,
más besos tuyos pido que deseo".
Creció en entrambos por igual la risa
y por poco después juntos lloraran
lo que les estorbó que se besaran.

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