Vamos a traer a tierra un conocido paradigma filosófico con el que se suele operar teóricamente, y no solo en filosofía, también en el terreno científico, la sociología, el siconalásis, la religión, etc. Vamos a traerlo, decía, a tierra y a mezclarlo con las cosas cotidianas y de pan llevar, para intentar oponernos, de esa manera, y bien modestamente –eso también se deduce luego– a los procesos de generalización, globalización y remisión “a mayores” de todo lo que nos pueda resultar difícil, antipático o molesto.
Por que abocados estamos, si no nos defendemos, a no poder pensar, hacer, decidir... El reflejo lejano de cada decisión –inmediata, espontánea– nos amenaza casi siempre a modo de reflexión que se aleja de nuestra responsabilidad, de nuestra capacidad para decidir y actuar, porque así se viene logrando con este sistema de globalización reflexiva que remite a lugares donde realmente no podemos actuar. Si le compras un cd a un top manta, porque en ese momento la escena te ha conmovido, enseguida te explican que hay una mafia detrás, que vas a hacer daño a las discográficas, que de las industrias del disco viven miles de familias y así sucesivamente, hasta que te sitúan en un lugar donde tú no puedes hacer nada, absolutamente nada, que permita compatibilizar la ayuda al mísero emigrante que te ofrece que le compres música por tres euros con toda esa ruina que vas a provocar si lo haces. De ese modo se anula cualquier acción que uno se sienta impulsado a realizar: el calentamiento del planeta, la pobreza de los pequeños agricultores, el hambre en la India, las inundaciones en Pakistán, las mafias de la droga, las redes de la prostitución, la falsedad de las declaraciones de la renta, el respeto a los impuestos, el sentido ecológico de la existencia... ¿Cómo comprar fruta al gitano, dar limosna al magrebí, proteger al sin papeles, adquirir un bolsa de Versace al senegalés, dejar que copie al alumno que estuvo enfermo, aprobar al que no sabe ni escribir, permitir que los adolescentes vayan cumpliendo con sus cuerpos, fumar...? ¿Cómo, si detrás de cada decisión, bien estrujada hasta sus últimas consecuencias, y teniendo en cuenta lo que un sesudo analista nos diría, se encuentra un mal, un daño, muchísimo mayor que nuestra discreta, humilde, sencilla y espontánea acción? El sistema ha logrado disuadir, sencillamente justificando la otra veta, la veta egoísta que permite desentendernos de todo lo que ocurre a nuestro alrededor por el sencillo expediente de remitir a un lugar ajeno donde nada tenemos que hacer.
Pues bien, frente a esa presunta exculpación que nos libera de pensar, actuar y ejercer, creo que, por el contrario –con las debidas cautelas– esa situación que nos lleva a tierra de nadie debería impulsarnos a actuar espontánea y concienzudamente con todo y ante todo lo que está cerca, a nuestro alcance; y que quienes dicen que se hunden las empresas, se enriquecen las mafias, se daña el sistema en niveles lejanos, etc. sean los que se encarguen de que allí adonde no nos dejarán llegar nunca, donde se produce aquella repercusión indeseable, se ocupen quienes puedan de resolverla, de la misma manera que nosotros resolvemos con un acto simple el hambre, el dolor, la miseria, la agresión, la injusticia... actuando en nuestro humilde, discreto y sencillo círculo humano, social, profesional.
Y todo ello puede provocar, como suele ocurrir, réplicas, argumentos, análisis, anatemas... sin cuento, lo que es otro modo de anularnos, mientras nos emboban con una cháchara que no entendemos, como está haciendo ahora a niveles inconcebibles con el “sistema financiero”. Ya lo hacían de perlas Rinconete y Cortadillo –y nos lo contaba Cervantes– cuando robaban la bolsa a un licenciado, suspenso y atónito, ante la charla que no entendía del pícaro. Los tiempos cambian las costumbres, la cháchara ahora es “técnica”, y el latrocinio va a los ahorros, las pensiones, las hipotecas, los impuestos, los plazos mensuales, los índices de precios al consumo... y otras gaitas que pertenecen al universo de los que así lo han creado, y nos acusan de descomponerlo, porque, ya es el colmo, lo hemos usado “excesivamente”.
Convengamos, si eso ocurre, que parece bien, que así sea; pero yo mientras tanto voy a seguir actuando allí donde me parezca adecuado, en los casos concretos de compras sin control, linchamientos universitarios, en las arbitrariedades de las calificaciones, en el chorreo de la mendicidad y la miseria, en los casos de absurda sacralización de la burocracia, en el bálsamo religioso, y todos los etecéteras que cuelguen. E invito a quienes puedan que eviten que por mi conducta se hunda una multinacional, se amplíe la capa de ozono, aumente el paro, hacienda deje de recaudar, no haya camas suficientes en los hospitales, la iglesia se quede sin dinero y se agote el presupuesto para ayudar a los drogopendientes.
Por que abocados estamos, si no nos defendemos, a no poder pensar, hacer, decidir... El reflejo lejano de cada decisión –inmediata, espontánea– nos amenaza casi siempre a modo de reflexión que se aleja de nuestra responsabilidad, de nuestra capacidad para decidir y actuar, porque así se viene logrando con este sistema de globalización reflexiva que remite a lugares donde realmente no podemos actuar. Si le compras un cd a un top manta, porque en ese momento la escena te ha conmovido, enseguida te explican que hay una mafia detrás, que vas a hacer daño a las discográficas, que de las industrias del disco viven miles de familias y así sucesivamente, hasta que te sitúan en un lugar donde tú no puedes hacer nada, absolutamente nada, que permita compatibilizar la ayuda al mísero emigrante que te ofrece que le compres música por tres euros con toda esa ruina que vas a provocar si lo haces. De ese modo se anula cualquier acción que uno se sienta impulsado a realizar: el calentamiento del planeta, la pobreza de los pequeños agricultores, el hambre en la India, las inundaciones en Pakistán, las mafias de la droga, las redes de la prostitución, la falsedad de las declaraciones de la renta, el respeto a los impuestos, el sentido ecológico de la existencia... ¿Cómo comprar fruta al gitano, dar limosna al magrebí, proteger al sin papeles, adquirir un bolsa de Versace al senegalés, dejar que copie al alumno que estuvo enfermo, aprobar al que no sabe ni escribir, permitir que los adolescentes vayan cumpliendo con sus cuerpos, fumar...? ¿Cómo, si detrás de cada decisión, bien estrujada hasta sus últimas consecuencias, y teniendo en cuenta lo que un sesudo analista nos diría, se encuentra un mal, un daño, muchísimo mayor que nuestra discreta, humilde, sencilla y espontánea acción? El sistema ha logrado disuadir, sencillamente justificando la otra veta, la veta egoísta que permite desentendernos de todo lo que ocurre a nuestro alrededor por el sencillo expediente de remitir a un lugar ajeno donde nada tenemos que hacer.
Pues bien, frente a esa presunta exculpación que nos libera de pensar, actuar y ejercer, creo que, por el contrario –con las debidas cautelas– esa situación que nos lleva a tierra de nadie debería impulsarnos a actuar espontánea y concienzudamente con todo y ante todo lo que está cerca, a nuestro alcance; y que quienes dicen que se hunden las empresas, se enriquecen las mafias, se daña el sistema en niveles lejanos, etc. sean los que se encarguen de que allí adonde no nos dejarán llegar nunca, donde se produce aquella repercusión indeseable, se ocupen quienes puedan de resolverla, de la misma manera que nosotros resolvemos con un acto simple el hambre, el dolor, la miseria, la agresión, la injusticia... actuando en nuestro humilde, discreto y sencillo círculo humano, social, profesional.
Y todo ello puede provocar, como suele ocurrir, réplicas, argumentos, análisis, anatemas... sin cuento, lo que es otro modo de anularnos, mientras nos emboban con una cháchara que no entendemos, como está haciendo ahora a niveles inconcebibles con el “sistema financiero”. Ya lo hacían de perlas Rinconete y Cortadillo –y nos lo contaba Cervantes– cuando robaban la bolsa a un licenciado, suspenso y atónito, ante la charla que no entendía del pícaro. Los tiempos cambian las costumbres, la cháchara ahora es “técnica”, y el latrocinio va a los ahorros, las pensiones, las hipotecas, los impuestos, los plazos mensuales, los índices de precios al consumo... y otras gaitas que pertenecen al universo de los que así lo han creado, y nos acusan de descomponerlo, porque, ya es el colmo, lo hemos usado “excesivamente”.
Convengamos, si eso ocurre, que parece bien, que así sea; pero yo mientras tanto voy a seguir actuando allí donde me parezca adecuado, en los casos concretos de compras sin control, linchamientos universitarios, en las arbitrariedades de las calificaciones, en el chorreo de la mendicidad y la miseria, en los casos de absurda sacralización de la burocracia, en el bálsamo religioso, y todos los etecéteras que cuelguen. E invito a quienes puedan que eviten que por mi conducta se hunda una multinacional, se amplíe la capa de ozono, aumente el paro, hacienda deje de recaudar, no haya camas suficientes en los hospitales, la iglesia se quede sin dinero y se agote el presupuesto para ayudar a los drogopendientes.
A estas horas de la madrugada, leer tu artículo ha sido la mejor manera de comenzar el día.
ResponderEliminarNo me gustaría entrar en contradicción contigo -no has aludido a este asunto-, pero a mí,como mujer, me preocupa también la prostitución. Garantizar la seguridad y la protección de estas mujeres me parece una reivindicación altamente justificada, a pesar de los sesudos análisis publicados recientemente en El País. Más aún cuando nos dicen que el pleno empleo es una utopía y que debemos aprender a soportar la existencia de una inmensa bolsa de paro estructural.
El ser humano necesita comer cada día y ocupar su tiempo en actividades que le dignifiquen. Si estas son clasificadas como legales o ilegales, lo son por obedecer a interese absolutamente especulativos. Decir que la legalización de la prostitución aumenta la prostitución de menores es olvidar que organizaciones internacionales, como la Iglesia,no necesitan leyes para arropar a sus pederastas.
Como ser humano, considero que la única revolución posible sigue siendo poner en duda los análisis oficiales.
Que 'el poder' se ocupe de perseguir a las mafias -¿lo hace?,¿persigue a los bancos que han desestabilizado el sistema?,¿corrigen el déficit subiendo los impuestos a las grandes fortuna? Es más fácil perseguir a los Top-manta-.Considero que en mis manos sólo está la duda y la solidaridad.
Gracias por tu artículo, me he visto reflejada en ti.
Hay, además, una enorme hipocresía detrás: en el cole de Carol (público) se organizan charlas sobre la importancia del reciclado y las terribles consecuencias que, de no hacerlo, tendrá en el planeta. Pero el Ayuntamiento acaba de repartirnos la estupenda oferta de actividades extraescolares en un maravilloso papel satinado, a color, junto con el programa de las fiestas en honor a la Virgen de los Remedios; igual es que, en lo civil y en lo religioso, no reciclar no afecta tanto al planeta. Eso sí, el año pasado en el colegio y debido a la crisis, los niños y los profesores tuvieron que ahorrar mucho, mucho más papel que nunca, incluido el higiénico.
ResponderEliminarA la vuelta de vacaciones me doy de bruces con algo que me rechina y duele.
ResponderEliminar“El ser humano necesita comer cada día y ocupar su tiempo en actividades que le dignifiquen”, excelente afirmación. Y entonces, ¿por qué nunca se habla de la magnífica labor de la Iglesia (que por cierto, no es una organización internacional), de los millones y millones de personas que gracias a ella tienen la oportunidad de vivir bajo techo y disponer diariamente de comida con la que alimentarse? ¿Por qué nunca se dice nada de la ayuda que la Iglesia presta al espíritu de cada persona y de la ayuda económica que ofrece a los países subdesarrollados y de la cantidad de misioneros que dejan todo, y digo TODO, y se entregan en cuerpo y alma al servicio de los demás?
Pero claro, ahora lo que está de moda es el tema de los curas abusadores… ¡Ojo! no estoy justificando, para nada, la acción de esos sinvergüenzas (por decirlo finamente, ya que sinvergüenzas hay en todos los órdenes de la vida) pero generalizar en estos términos y atribuir ese comportamiento también a la Iglesia me parece que está totalmente fuera de lugar. La Iglesia Católica la formamos todos los católicos, no sólo el Papa, los Obispos, los Cardenales, los Curas y las Monjas, que es lo que hoy en día se cree. Yo también soy Iglesia y no considero que sea una organización internacional como la ONU, por ejemplo, ni mucho menos arropo a los pederastas. ¡Dios me libre! Rezo por ellos todos los días, que es lo único que podemos hacer (los que sabemos).
Y otra cosa: la Iglesia, como es lógico, necesita un sostenimiento (¿por qué nos asombra tanto eso?) y aquí entran en juego nuestras aportaciones, (e incluyo la casilla “X Tantos” en la declaración) que no se las queda la Iglesia para irse de copas, sino que utiliza para un bien común, para ofrecer una mejor calidad de vida a los que no tienen los mismos privilegios que nosotros. Es un acto de solidaridad (como dar limosna al magrebí o comprar fruta al gitano, igual.)
Verdaderamente, el artículo es una defensa a la libertad, sin ninguna duda, pero una defensa un tanto pesimista. El hecho de creer en la Iglesia no nos priva de libertad, al contrario, es una guía (de más de 20 siglos) que nos invita a todos a colaborar para hacer un mundo mejor.
¡Y no soy del Opus!
La Iglesia católica es un aparato de dominación encantador. La docilidad de las ovejas que conforman su rebaño es conmovedora. Los eufemismos que repiten poseen una belleza lírica. Fijaos, por ejemplo, en la palabra "guía". Qué bonita. El discurso de la Iglesia es una cháchara afásica, asémica y autoconplaciente que arropa con la calidez de una nana. Y el acatamiento de los guiados/as pone de manifiesto un reblandecimiento cerebral emocionante.
ResponderEliminarHabrá dentro de unos días –me refiero a un comentario de Marivi– una entrada sobre la prostitución, tema, en efecto, delicado y tratado casi siempre desde perspectivas extrañas; para que lo pensemos entre todos.
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