En alguna ocasión he propuesto, sin llegar a burocratizar la propuesta, que hiciéramos entre todos los aficionados una geografía de los helados, o mapa, o itinerario, o como se quiera llamar, porque a mí, que debo parte de mi sueldo a las palabras, lo que me interesa en este caso es el helado: su consistencia, sabor, calidad... Y que lo mismo que se va uno de museos o de catedrales o de bibliotecas, se pudiera ir de helados, probando con mesura los santuarios que nos hubieran recomendado y –ya para los más expertos– degustando sabores, de los de siempre (fresa, chocolate, limón nata...) a los nuevos (bariloche, tiramisú, menta...). No quiero enmendar la plana a nadie, o sea que no cito las heladerías semiartesanales (venden solo en donde fabrican, no como las industrias nacionales o internacionales del helado) de Santander, La Coruña, Valencia, etc. Los locales sabrán mucho más que yo de esos lugares venerables, que deberían declararse “zona protegida” por los ayuntamientos.
Eso sí, en mi propio terreno puedo dar fe de los santuarios madrileños de mi barrio y cercanías, porque tengo cerca dos de esas catedrales del helado, la de Sienna –en su ubicación de la calle Narváez, semiesquina a Ibiza– y la de Alboraya, frente a la boca del metro de Príncipe de Vergara, en la calle Alcalá. Su nombre –y así vuelvo a las palabras– apunta a sus raíces: es Sienna heladería de tradición italiana regentada por simpáticos argentinos; los dependientes son siempre hispanoamericanos; Alboraya –habrá quien no lo sepa– es el pueblecito pegado a Valencia –absorbido ya por Valencia– con la cosecha de chufas mayor de España y hasta hace poco de las mayores del mundo, junto con Egipto. La tradición de horchatas y helados en Alboraya es sencillamente maravillosa. Allí se mezclan las horchatas con los helados, los “fartons”, etc.
Hace poco un comisario europeo de algo, entre regocijado e hiriente, comentó que a España “se le ha acabado la feria”, en alusión a eso que llaman crisis, es decir, a la degradación de las clases más humildes para que sean más dóciles en el trabajo ganando un poquito menos. Bueno, a lo que iba. Procedería de algún consejo bancario o industrial el tal comisario, para quien la “feria” probablemente iba unida a la circulación monetaria, y no porque se acordara de que así era cuando remataban la recogida de las cosechas, sino porque probablemente ya era incapaz de entender cómo se produce la “feria”, a la que él aludía con cierta sorna, cuando no se asienta en la circulación de moneda.
Y sin embargo, sin embargo... El Retiro ha venido explotando de gentes, grupos, ocio, alegría... ferias del comisario durante los últimos meses. Gentes probablemente con hipotecas reventadas ya en el bolsillo se han ido a pasar la tarde en el Retiro. Casi no había óstugo (= ‘rincón’, es palabra cervantina que se me viene al discurso) sin ocupar por pareja retozona, por tribu latinoamericana, por corrillo de adolescentes, por padres arruinados, etc. Y no digamos la promoción de patinetes, bicicletas, artilugios, la de partidillos de fútbol, partidas de tute, petancas, ajedreces... ¡Y las tertulias de marujas, jubilados, estudiantes..! ¡Y las prácticas de oscuras creencias, religiones, pasiones, gimnasias...! En medio de la ruina y de la crisis, El Retiro era una inmensa feria en la que la gente se encontraba, por fin, con ellos mismos y sus amigos.
Y mi churumbel y yo nos tomábamos un helado de Sienna de 1,20 euros, con dos sabores, elegidos cuidadosamente en barra de entre los cuarenta que ha llegado a tener este verano: el mío de leche merengada y turrón con fructosa; el del churumbel de mango y pistacho.
Se va el verano. Mientras escribo estas líneas llega oficialmente el otoño: no sabemos con qué intenciones llega, por eso y por si las moscas, nos hemos ido a despedir del verano con un buen helado artesanal.
Se va el verano. Mientras escribo estas líneas llega oficialmente el otoño: no sabemos con qué intenciones llega, por eso y por si las moscas, nos hemos ido a despedir del verano con un buen helado artesanal.
Vaya pinta la del helado? No me acuesto esta noche sin tomarme uno
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