Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

lunes, 28 de febrero de 2011

III Concepto de Literatura


En los dos primeros capitulillos o viñetas que han intentado mover este campo de conceptualizaciones en torno a la literatura hemos ido a dos o tres espacios simples: existe una actividad verbal que en algún  momento de nuestra historia se empezó  a denominar “literatura”.

En el campo de las acciones no verbales la discusión se plantea haciendo jugar los términos de artesanía, arte, estética y sus alrededores;  lo que se crea o hace con función explícita, cuando la producción es de un solo objeto, por ejemplo, se dice que es un producto artesano; industrial, si se produce mediante artilugios mecánicos más o menos complejos. Se suele pasar al etiquetado “arte” cuando se otorga a ese objeto o a esa acción de paulatinos grados de autonomía, para lo cual hay que disminuir su funcionalidad, hasta el punto de que se puede hablar de “arte puro” cuando su autonomía es tan grande que no concebimos que pueda servir para nada: solo ser y ser percibido (visto, oído, escuchado....)  Curiosamente entonces se suele apuntalar su definición acudiendo al conjunto de efectos que provoca en el espectador –por un lado– y de modo más complejo y vago –a las condiciones en las que se crea por el “artista”.

Ese subterfugio, sin embargo, nos lleva a callejones sin salida, por más que suela ser el refugio habitual de los que no se han parado seriamente a pensar lo que es literatura. Emociones de todo tipo, sensación de belleza, añoranzas y recuerdos, placer, profundidad intelectual.... Muchísimas cosas puede ocasionar en el espectador la percepción de un objeto o una escena definida como “artística”; pero hemos de admitir que no lo hace en exclusividad: la sensación de belleza al escuchar una pieza musical puede provocárnosla igualmente un paisaje o un abrazo de dos seres queridos, es decir, un elemento de la naturaleza o un hecho real. Y que no se nos ocurra medir por grados, porque no sacaríamos nada en limpio con ese baremo. Sí que podemos deducir, empero, algo más simple: los llamados hechos o productos artísticos provocan, como los que no lo son, reacciones importantes, considerables, dignas de ser tenidas en cuenta. Son importantes para la calidad de nuestra vida. Claro. ¿No serán como todas las demás?

Si de los efectos que causa en el espectador o en el público nos vamos a las condiciones en las que se produce, nos encontramos con la misma situación, y menos nítida. Se habla entonces de “inspiración, “genio”, “capacidad creadora”, etc. Pero ese estatus aparentemente especial afecta igualmente en situaciones de la vida real. Se argumenta entonces que aquellas condiciones impulsan al que la siente a exteriorizarlas y dejarlas plasmadas en algún objeto, escena o hecho (un cuadro, una composición, una figura de ballet....) Desde luego, al igual que el impulso de jugar, cantar, bailar o guisar, y tantos otros de nuestro bendito quehacer humano.

La historia moderna (Sullivan, Benjamin, Emerson, Wolin, Shusterman....) de la estética –la ciencia o rama de la filosofía que con mejor propiedad se ha tenido que ocupar de lograr la estabilidad del concepto de “arte” y de toda su familia, o de deslindar adecuadamente artesanía de arte, o de definir las cualidades de “lo bello”– parece que nunca puede escapar de las redes del tiempo –como nosotros– y que siempre va supeditando su quehacer al vaivén de la historia.
Porque la historia nos salva. El tiempo, que es lo que nos mata, es también lo que nos explica.

Rodrigo Calderón y Luisa de Carvajal


Di noticia hace un par de días de un documento que señalaba la curiosa petición de Luisa de Carvajal para iniciar su viaje a Inglaterra, que se encuentra en un manuscrito de la BNE con minutas y cartas de Rodrigo Calderón. Hoy me he encontrado en la BNE con mi colega Anne Cruz –precisamente una de las más finas estudiosas de Luisa de Carvajal– y le he comentado la existencia de una documentación dispersa y de difícil acceso, de la que iré dando noticia. En su honor, reproduzco el documento. La firma del favorito del Duque de Lerma es autógrafa, claro, lo mismo que la nota final  y marginal.

San Plácido. "Valentías del demonio en los energúmenos"



En el proceso de documentación para los paseos históricos por Madrid, preparando estoy lo que se refiere a San Plácido, iglesia y convento, de documentación rica, extensa, dilatada y bien estudiada. La monografía de Carlos Puyol Buil, por ejemplo (Madrid: CSIC, 1995), espléndida por todos los conceptos trabajó con multitud de fuentes, particularmente con todas las del AHN, en donde se conservan los procesos. Lo último que he leído y conozco es una sínteses monográfica de Fernández Douro (del año 2005, en la UAM, a ciclostil), amén de muchísimas fuentes menores, entre las que se debe referir un conocido artículo de Mercedes Agulló como primera piedra. 
Antes de redactar la viñeta sobre el lugar, el convento y la iglesia, sin embargo, quisiera subrayar que una de las fuentes esenciales no se ha tenido nunca en cuenta, o al menos yo no he visto que así fuera, y se trata nada menos que de un precioso autógrafo de Francisco de la Cerda, el hermano de la abadesa, obispo de Badajoz, que entrega su exposición y alegato en un manuscrito –que se conserva autógrafo en la BNE– que termina por llegar a la Inquisición. ¡Y que está digitalizado! Su fecha es de 1656; la monografía de Pujol acaba en 1660; Jerónimo de Villanueva muere, amargado y abandonado, en Zaragoza el 21 de julio de 1653. 


Los capítulos de quien fue obispo de Almería y Badajoz están escritos después de haberse pertrechado de amplia documentación histórica y teológica, como era usual, además de contener amplias secciones descriptivas de los sucesos –de sus páginas he sacado el título–. A mi modo de ver hay que integrar este manuscrito en el conjunto de las reconstrucciones históricas.



domingo, 27 de febrero de 2011

La hermana de Quevedo profesa en las carmelitas descalzas



El documento (24 de abril de 1599) describe la decisión de profesar –y renuncia a la legítima– de Felipa de Espinosa, hermana menor de Quevedo, de dieciséis años, que ha terminado su noviciado, pues lleva más o menos un año con esa condición, en el monasterio de Santa Ana de carmelitas descalzas de Madrid. Será la única hermana que sobreviva al escritor, quien se acuerda de ella muy ocasionalmente.
Quizá no haga falta señalar que ese convento se encontraba en lo que hoy es –porque se recuerda– la Plaza de Santa Ana, en Madrid, frente al teatro Español.

Una extensa meditación sobre la poesía clásica

Eso es el impresionante volumen que acaba de publicar Miguel Ángel García (Universidad de Granada), en torno a la poesía de Francisco de Aldana, y que estoy consumiendo en pequeñas dosis, ya que realiza un despliegue intelectual rico, extenso y comprometido. Lo difundo.

Estar

Estar es lo que le gustaba a Nani. El mejor estar era el que conseguía no ser más que eso, estar. Recuerda con fruición los estares en algunos sitios sorprendentemente adecuados para ese no más que: la plazuela de san Ildefonso en Madrid, una mañana invernal de sol, mirando a los grupos de jóvenes que compartían pizzas y porros, sentados en el suelo alrededor de una conversación perdida; a la sombra del roble de las penas, en el Retiro, cuando ya se buscan las penumbras de junio; la ventana de su casa que da a los desconchados de la fachada de enfrente; la salida tumultuosa del colegio de la esquina que esparce niños por todos los alrededores.... Y luego aquellos estares algo más sofisticados y elegantes, pero que al fin y al cabo no eran nada más que eso: en la hierba de la plaza de los Vosgues, en el Marais; en el banco que mira cómo se va el Charles hacia el atlántico; en el muelle de Palermo, mirando el ajetreo del puerto sin verlo; aquel lejano y sencillísimo estar playero mirando al Grand-Be, imaginando las tristezas de Senancour, y la vejez de Chateaubriand... La quietud y la serenidad llegaban por un descenso a la armonía con las circunstancias, y quizá –ay, que este quizá es problemático– porque el descenso casi siempre repelía cualquier tipo de acompañamiento. Entre las circunstancias que se atemperaban parece ser que era conveniente la de una cierta dosis de soledad, porque de otra manera se entraba en contacto con el universo del otro, y se entraba en fase distinta, no sé si mejor ni peor, pero sí distinta: el otro tenía sus estares y representaba un universo en buena medida desconocido, un engranaje infinitamente más complicado, por le general un revulsivo del estar al que me estoy refiriendo.
De manera que cuando alzó los ojos desde su apacible estar y vio aquellos otros oscuros que se habían dejado caer en los suyos como quien no quiere la cosa, adivinó que aquella presencia estaba, a su vez, saliendo de algún pozo de quietud y entraba en fase de perturbación, de ligera perturbación.
Supo que podía obrar de modos muy distintos: volver al estar distante y secreto, lo que era un escorzo ligeramente falso, porque la perturbación ya se había iniciado en algún lugar donde se cruzaron luces; alimentar la perturbación con cualquier sencillo gesto –bastaba un mohín, un movimiento imperceptible, un cambio de postura....– para crear un campo nuevo en el que sabe dios lo que iba a pasar; salir decididamente de aquella fase previa de estar –ya volvería a ella– y entrar a saco en aquellas otras circunstancias, con desparpajo, incluso agresivamente. No saber nada y no hacer ni decir nada.
Nani se dio cuenta perfectamente que en el quicio de esa conducta se fundamentaba  buena parte de lo que se suele etiquetar como “social”, y durante unos breves segundos exhumó de su memoria recuerdos, historias, experiencias  que se habían resuelto por circunstancias semejantes a esta. Y también recibió información precisa y rápida de que los estares a los que a veces llegaba, los que constituían oasis y logros de su vida, se alimentaban, y eran casi vitualla exclusiva, de aquellas otras perturbaciones, aceptadas, rechazadas, vividas, combatidas, buscadas y sus etcéteras. Que nada se podía serenar si antes no se alcanzaba la pasión.
Se volvió, miró a fondo aquellos ojos y sonrió con dulzura.

[Denis Antonio]

sábado, 26 de febrero de 2011

"Que quiten el temor, el de los viernes...."

Que quiten el temor, el de los viernes,
que inventen aspirinas de cansancio,
que se haga gomaespuma de los sueños
y la pena partirse pueda en cachos;

que se almacenen los amores viejos
en algún servidor de google rápido
y en un pen draive que se cuelga al cuello
se recobren sin más de vez en cuando.

Y que se invente con urgencia, pido,
un final como dios manda, sensato,
tras una puerta de tirabuzones,
sin boleros, sin guerras y sin tangos.

Y que todo esto sea pronto, porfi;
porque esta vida nos está matando.

Filosofía barata: "En la cabeza está cuanto decimos...."

En la cabeza está cuanto decimos,
cuanto pensamos, cuanto hacemos, todo
está en algún lugar de nuestro cuerpo
que algún día hallarán y darán nombre,

y sobre el que organizarán congresos,
conferencias, trabajos y poesías,
y un refinado pensamiento nuevo
cuyas raíces volverán a ser

intuiciones geniales de platón
con aristóteles de contrapunto
y un desarrollo desigual histórico
que ajustó marx indefectiblemente.

Y mientras tanto todavía ocurre.
Río el cuerpo que duele y se estremece.

Luisa de Carvajal

Voy a hablar hoy informalmente de Luisa de Carvajal; dejaré para otra ocasión la referencia exacta y erudita a muchas curiosidades de su vida y de su obra. Ya hace unos días, con motivo de una visita al monasterio de la Encarnación, en Madrid, dejé unos versos conmovido por esa oscuridad tétrica, de cuatrocientos años, que mantiene su cuerpo "incorrupto" en la sala de reliquias del monasterio de las agustinas recoletas, uno de ellos –al otro, el del opus, no me dejan entrar– de Madrid.
Está incorrupta porque el Conde de Gondomar, en cuya residencia de Londres murió, justo al publicar Cervantes la segunda parte del Quijote (1614), ordenó que se embalsamara y que se llevara, luego, a España. Bueno lo de llevarse  España fue insistencia de quien entonces mandaba, de Rodrigo Calderón, que eligió la Portaceli de Valladolid en vez de La Encarnación. Sus viejas amigas quería que volviera allí, con ellas, a recordar las tertulias de Valladolid, cuando todavía vivía la reina Margarita y la corte adornaba el Pisuerga. Y así se hizo, porque intervino el Monarca,  y por eso está ahora allí su cuerpo, en un rincón de la sala, en un arca tapizada de rojo con ribetes dorados; y eso que nunca profesó de monja. 

El segundo apellido de Luisa puede ayudarnos a entender más cosas: "y Mendoza", sí, de una las familias nobles más reputadas de España. No quiso ser monja, en cierto modo como Teresa de Cepeda: se le quedaba estrecho el convento, el tiempo, el país.... Todo. Eligió la vida espiritual y desde adolescente prefirió emanciparse y vivir intensamente, acallando su cuerpo desnudo que le reclamaba el demonio: el dolor en su carne acabó por ser alimento necesario, cubrió sin duda los apetitos de la naturaleza. Al final de su vida, en Londres, hasta llaves ponía en los hijuelos de los látigos para lacerarse. No es extraño que muriera relativamente joven, a los 42 años, allí, en Londres, en casa del conde de Gondomar, el embajador, a quien no hizo más que causar problemas diplomáticos, pues ¿a quién se le ocurre viajar hacia 1604 a Inglaterra para convertir herejes?
Iré publicando en este "blog" noticias y documentos de Luisa de Carvajal y Mendoza. 
No siempre se llamó así. El 24 de enero de 1605 Rodrigo Calderón escribe a Juan Ruiz de Velasco: "El Duque [de Lerma], mi señor, dice que su Majestad quiere saber quién es una doña Antonia Enríquez que va de Flandes y cuyo era un pasaporte que el otro día envió V.M. a firmar y me ha mandado su excelencia que lo sepa de V.M....."  A lo que contesta Ruiz de Velasco: "Esta cédula de paso se hizo por orden que para ello tuve de su excelencia el Conde de Miranda; y ahora he entendido del secretario Juan de Amezqüeta que esta señora doña Antonia Enríquez se llama por otro nombre doña Luisa de Carvajal, conocida en esta corte por muy espiritual y devota, la cual dice que va a una romería secreta. Y por que no se entienda que es ella quiso que en el pasaporte se nombrara así, y que no ha querido decir adónde va, y desea que no se sepa su jornada...."  Y luego marginalmente, en la minuta, añade: "Pienso que V.M. debe de conocer a esta señora, que posa junto al colegio de los ingleses, por Carvajal, y mi señora doña Inés también; hase concertado con su hermano y creo le da alguna cantidad de dinero. Puédese pensar que de la vecindad de los ingleses y de su bondad haya dado en ir a procurar ser mártir como ellos". Rodrigo Calderón será uno de sus corresponsales habituales y, como dijimos, el encargado de gestionar el traslado del cuerpo y su depósito en la Encarnación.
Su viaje es otra aventura. Por cierto, ¡no sabe ni una palabra de inglés! Cuando consigue llegar –le mandan un guía desde Londres y llega disfrazada–, se esconde durante un año, aprende el idioma y luego se lanza a su misión, lo que es otro capítulo, el final, de su biografía. A través del epistolario se puede seguir bastante bien la parte más aparatosa de su biografía.
Al poco de llegar la noticia –y el cuerpo– de su muerte a España, se multiplican las relaciones de su vida y las exequias hagiográficas, una de ellas, por cierto, del padre Pineda, que por el momento estaba censurando a Góngora y que iba a hacer luego lo propio con Quevedo. El padre Pineda era un jesuita de mucho prestigio y Luisa de Carvajal, que no había querido profesar en ningún convento, se había arrimado a la compañía, cuyo modo de vida le era, sin duda mucho más afín. A fundaciones de jesuitas dejó todos sus bienes, casi todos. Jesuitas fueron los editores de sus obras, primero en 1635; ahora, en 1965 (volumen de la BAE). 
He estado buscando los originales de sus obras. Todavía no los he podido ver, pero sé que existen, lo dice, sin ir más lejos, precisamente Camilo María Abad (s.j.), que es el que edita el Epistolario de Poesías (1965) a partir de un trabajo muy serio de Jesús González Marañón. Espero poderlos consultar a través de Patrimonio Nacional.
Antes de despedir esta primera asomada a Luisa –le voy a llamar a partir de ahora así, como a una novia portuguesa que hace tiempo tuve–, vamos a dejar aquí un romance "espiritual", y me duele poner ese adjetivo que no sé si proviene de su pluma o de sus piadosos editores, que así intentaban evitar que lo leyéramos de modo profano. Y no es el más subido, no.
Yo lo leo de modo profano:

En la dura superficie
de la tierra recostada
y de una mortal herida
de amor, que el alma le pasa,
con mil vivos sentimientos
del tierno pecho arrancaba,
Silva, profundos gemidos
que por la posta despacha.
Del grave dolor que siente
constreñida y apremiada,
más que a toda diligencia
les ordena que se partan,
y dice: "Andad, mis suspiros,
pues me veis desahuciada,
en busca del bien que pudo
herir de este modo el alma,
con cuya mano divina
solo podré ser curada,
que de males rigurosos
de amor jamás nadie escapa
con vida, sino en las manos
del mismo que de amor mata".


Véase un excelente enlace, que recupera textos idos con la colección Fernán Núñez:
http://www.ehumanista.ucsb.edu/projects/spanish_black_legend/03.htm

viernes, 25 de febrero de 2011

Sáficos invernales: "Vuelven los trenes que marcharon lejos...."

vuelven los trenes     que marcharon    lejos
vacíos vuelven       entre nieves blancas
regresan pronto      desde algún pasado
y no sabrán lo que    el futuro    guarda

qué se prendió     qué se olvidó      perdura
memoria incierta     sin saber qué guarda
la soledad       cuando la noche   llega
y el desamparo   de las madrugadas

qué las riberas     que cruzó el verano
dónde el perfil      que dibujó montañas
cuándo los ríos     que hacia el mar fluían....
llegará   todo    a ser     materia vana

tren infinito      de la vida  y tiempo
ruido de sombras     y fragor     de nada

Romances noticieros: "Todo viene y todo va...."

Por la vereda del tiempo
todo viene y todo va
por la vereda del tiempo
la morenita se va
los ojos que lleva oscuros
los míos llevan detrás
la mirada que se aleja
la sonrisa que se va
parece que arrasa todo
y no deja nada atrás
yo lo que supe canté
como quien sabe cantar
y hasta el olvido canté
que tanto duele olvidar
si así te vas morenita
sé que nunca volverás
amores son los que marchan
que no sirven para amar
pozo que fue el de tus ojos
qué bien te supe soñar
que cuánto que yo te quise
que cuánto fue que te amar
con mis ojos desterrados
condenados a mirar
las veces que no mirabas
sin poderte ni mirar
con mis manos desprendidas
que se echaban a volar
hacia el aire de tu cuerpo
sin descender ni posar
con los sueños tan desnudos
y la noche sin cerrar
sin saber lo que se teme
sin saber ya nada más
que amores y más amores
amores sin terminar
que donde empieza tu piel
la mía quiere acabar
y allí donde tus secretos
quisiera yo descansar
una estela de tristeza
en donde estabas está
en manos vacías llevo
un poco de soledad
que en los versos voy dejando
hasta que pueda callar
hambre quedó de tu vida
ahíto de tanto soñar
que el poco tiempo que queda
no me sirve para amar
travesías son distintas
tú te vas hacia la vida
yo voy a la oscuridad
por la vereda del tiempo
todo viene y todo va.

jueves, 24 de febrero de 2011

Libros, libros, libros....

Creo que merece la pena que reseñe –que dé noticia– de las novedades de Clásicos Castalia. Ya lo hice ayer en referencia a La pícara Justina, edición de Luc Torres. En tamaño de esfuerzo y calidad no le va a la zaga la nueva edición de Fortunata y Jacinta, a cargo James Whiston (Trinity College, Dublin; en dos volúmenes, como es usual). Una hermosa recopilación histórica es la del volumen Lope de Aguirre y la rebelión de los marañones, que han organizado Beatriz Pastor (Dartmouth College) y Sergio Callau. El repertorio de Lope de Vega se enriquece con una de su comedias clásicas, El Villano en su rincón, editada por J.A. Martínez Berbel (Univ. de la Rioja). Y, en fin, El heredero, la novela de José María Merino, editada y exquisitamente preparada para su lectura por Fernando Valls.


Anuncio asimismo la publicación de un nuevo volumen en la serie manuales, que dirijo, el de Bibliografía, a cargo de Fermín de los Reyes (Univ. Complutense).


Desconchados en la pared de enfrente

Todo estaba pasando en el cuadro de la ventana, un azul de invierno por arriba y un ocre irregular de la fachada de la casa de enfrente. Era el lugar de pensar y de recordar, casi siempre todo junto, sin muchas posibilidades de llegar a deslindar limpiamente lo uno de lo otro.
Todo empezó cuando Carol se rió mientras comíamos y, al acompañar su risa infantil con la mía, comentó “¿Te acuerdas cómo se reía Nani?”. Al rato, solo con algunos extraños restos de risa, me volví y pregunté: “¿Y quién es Nani?”.  Tardé en comprender que a la  niña se le había escapado algo que yo no hubiera debido saber: habían estado viendo una peli de dibujos animados con alguien que así se llamaba, Nani. Dada la mirada rápida de mi pareja y todo lo que fue sucediendo después no hicieron falta muchas más explicaciones. Apenas unas semanas más tarde, cuando ya se había ido de casa, Nani tenía un cepillo de dientes azul –nuevo comentario de Carol– y un pijama con dibujos extraños. 
Las paredes de la fachada en la casa de enfrente estaban bastante desconchadas y no me dejaban descansar la vista: hubiera necesitado cierta limpieza, cierta lisura, apaciguamiento que viniera de algún lado probablemente. Creo que no llegué a entender nada de nada, solo que entonces sí que se me embotó el modo de pensar y sí que vinieron oleadas incontrolables de sentimientos, recuerdos, reflexiones.... que nunca pude reconvertir en situación pensada, es decir, situación controlada al menos por el animal racional. Me entregué a los vendavales y durante unos meses, quizá durante más, un par de años –se trata de un proceso irregular– me fui convirtiendo en, en.... en algo así como aquella pared desconchada, con sus irregularidades, sus cambios de luz, sus quebraduras, sus si se cae o no se cae. Al fin logré la serenidad mediante un curioso escorzo –un subterfugio, que diría mi amigo el poeta– que consistió en dotar a la inestabilidad y al vendaval de estatus regular, es decir, que eso era lo razonable, lo establecido, lo real,  con lo que había que convivir, etc. Vivir en los desconchados. Lo  otro era lo falso. Pero ¿qué era lo otro? Lo otro probablemente era la vida falsa que hasta la risa y el comentario de marras había llevado.


[Denis Antonio]

miércoles, 23 de febrero de 2011

Juan de Tassis, Conde de Villamediana (I)

He desistido de recorrer las páginas de los buscadores en busca de material sobre Villamediana después de atravesar medio centenar de direcciones que reiteran noticias y textos, sin ningún filtro mínimo entre mentira y verdad, incluyendo una de las primeras de google, muy conocida, que se anuncia como

WebMii - Juan De Tassis. Toda la información sobre Juan De Tassis: e-mail, trabajo, blogs, teléfono, dirección, redes sociales, sitios web y WebMii Score


Yo no voy a publicar el e-m del Conde de Villamediana ni su facebook y cosas así, de verdad, máxime teniendo en cuenta que es uno de nuestros autores clásicos peor tratados y conocidos, hasta el punto de que hay algunos trabajos rematadamente malos –uno de ellos se publicó, mea culpa, en la primera época de Manuscrt.cao– que no se salvan ni por las intervenciones del benemérito Narciso Alonso Cortés, del erudito E. Cotarelo (reeditado en Visor), ni por el malogrado J.M. Rozas (quien no pudo acabar su tarea de asedio al Conde), ni por el bienintencionado Luis Rosales (Pasión y muerte del Conde de Villamediana, Madrid: Gredos: 1969). Todo lo mejor que conozco en torno a Villamediana –y pido ayuda si hay cosas que se me han escapado– son referencias puntuales (por ejemplo la de Jaime Moll). Mis búsquedas bibliográficas para ver si alguien había movido sus papeles, desde que lo hizo Narciso Alonso Cortés, no han dado resultado, ya he dicho que por el tapón de la red, que en este caso no solo no ayuda sino que desborda e inutiliza la consulta.


Publicaré al menos los autógrafos, que son bastantes, en torno a la veintena, y que nos trajeron de cabeza cuando incluimos su entrada en nuestra Biblioteca de Autógrafos Españoles (I), hasta el punto de que acudimos a firmas en el AHPM. Ese es un lugar en donde sin duda aparecerán más, tanto en el de Madrid como, sospecho, en otras ciudades (¿Córdoba, Toledo?). Muchos habrá en Italia –en donde espero pasar una temporada el curso que viene, rematando la investigación, si consigo el hueco, muy difícil, en mi tenebrosa universidad– y otros muchos, sencillamente, están al alcance de nuestra mano –y allí siempre han estado– en los grandes centros en donde se depositan nuestros tesoros. 

Por cierto, Wikipedia, en este caso, es un disparate. 
Y no, no he encontrado el misterio de su asesinato, es decir, ninguno de los papeles se refiere directamente a ese episodio.

He aquí un autógrafo, para hacer la competencia a los que anuncian que tienen su número de teléfono:

















Un libro sobre Blas de Otero













No es la bibliografía crítica sobre Blas de Otero tan espesa como sería de esperar tratándose –a mi entender– del mayor poeta español de la segunda mitad del siglo que se fue, de manera que saludo al volumen Compromisos y palabras bajo el franquismo. Recordando a Blas de Otero (1979-2009), resultado de una reunión granadina a la que fui invitado, acudí y en el que no he tenido tiempo de limar mi colaboración, por lo que he de pedir disculpas a Araceli Iravedra y Leopoldo Sánchez Torre, organizadores entonces y editores ahora. Excelente punto de partida este volumen, con variedad de enfoques, para seguir leyendo a Blas de Otero, particularmente la edición de Hojas de Madrid con la Galerna, en tanto nos llega el volumen de las Obras completas.




La Pícara Justina, ya se puede volver a leer



Al fin una edición de La pícara Justina, de Francisco López de Úbeda, preparada ahora por Luc Torres (Universidad de Lyon). Me cabe la satisfacción de que se haya publicado en Clásicos Castalia, colección que dirijo. Ocupa un solo volumen, de más de 900 páginas. En la ilustración distinguirá el lector que se ha respetado su peculiar forma gráfica original, con las anotaciones marginales, por ejemplo.


La Pícara (1605) es uno de nuestros grandes clásicos, que desde hace unos cien años –la vieja edición leonesa– siempre se hubo de leer precariamente anotada y editada (e incluyo mi propia edición). El profesor Luc Torres ha ido publicando –y lo seguirá haciendo, por lo que sé– batería de estudios que completan el panorama sobre el autor, la obra, el léxico, etc.

martes, 22 de febrero de 2011

Posesiones de Quevedo en Cantabria

Doy a conocer uno de los documentos originales que señalan las raíces de la familia Quevedo en la Montaña; transcrito hace mucho por mí mismo en la colección documental que publicamos Crosby y yo, lo curioso es que estamos en 1570 y es el padre de Quevedo, Pedro, "estante" ya en Madrid, en donde no le deben ir mal los negocios, compra tierras en Bejorís. 
La documentación sobre Quevedo y su familia en Cantabria es muy abundante, procede, en primer lugar, de mis propias investigaciones de campo hace mucho tiempo, recorriendo parroquias y lugares, de curiosas informaciones locales –periódicos, revistas....– y de documentación del AHPM (como la que publico); y se está engrosando curiosamente también la documentación posterior, que también poseo en abundancia, con la que mantenían los descendientes de Quevedo.


Jardines de Lope

camedros
Rafael Osuna señaló la riqueza de "bodegones literarios" en la literatura clásica española, en un hermoso artículo de Thesaurus, del BICC, en 1968, que ahora cuelga de la red.
Traigo uno de esos bodegones –no pudo Osuna citar todos, claro– de Jerusalén Conquistada  (Libro XVII, reproduzco la ed. de Sancha).

 

napel






Lo mejor, ahora, es que podemos no solo anotar la definición léxica, sino encontrar e ilustrar con su imagen. Los nombres, en efecto, ocasionaron bastantes quebraderos de cabeza –particularmente los "minosoles"– a los lexicógrafos   (V. BRAE, 28 [1948]; Isaías Lerner lo anota como arcaísmo léxico del español de América). Hay que insistir  en que muchas veces el buen Lope utilizaba, al igual que Polianteas, repertorios de botánica de la época; aunque era un  fino conocedor de plantas y flores. De hecho en esta sencilla entrada al bodegón hemos ilustrado  algunas de las denominaciones más difíciles, como camedros, napeles y balsaminas. A veces se trata de pequeñas deformaciones fonéticas que indican el uso de Lope de repertorios latinos, así por ejemplo, la "altamisa" o "artemisa", el abrótano pareja de la santolina. Y el "penses" será sencillamente nuestro actual "pensamientos". En otros casos la búsqueda léxica ha de seguir otros caminos –quizá vía Font Quer–, como el de la última ilustración, que indica  que las balsaminas son una variedad de las "alegrías", aunque en otros lugares se aluda a una variedad de "camelias".
En todo caso, nada que envidiar los bodegones de Lope a los de Juan Van der Hamen.


Literatura y lugares comunes. De la REC, 4

Iba a contar en la entradita a  REC 4 de qué manera las páginas de aquella primera novela salvaron una tarde de adolescente aburrido y encendieron la pasión hacia un mundo mágico que la imaginación fue conquistando al compás de las lecturas; iba a describir una vez más la gozosa e inquietante emergencia de ese mundo interior que se agazapa esperando multiplicar la vida; pero recordé, mano en mejilla, las veces que ya había leído pasajes semejantes (de Garcilaso, Lope, Quevedo, Iriarte, Zorrilla, Martí, Unamuno, Carvajal, Bolaño…), las veces que había admirado cómo se expresó la emoción de la lectura; y preferí renunciar. Antes de abandonar esa primera idea, con todo, pensé en la posibilidad de rehacer el breve texto y justificar el abandono, precisamente, como motivo de esa situación, abocado a decir lo que ya se dijo mejor, justificando mi renuncia; pero cuando ya me encontraba decidido a hacerlo, se me representó nuevamente la lectura de momentos semejantes en mis lecturas: cuántas veces acompañamos al héroe melancólico que renuncia a la travesía del destino porque sintió que aquello no era ya ardua senda sino lugar de todos, y cuántas el silencio repitió con su blancura lo dicho y repetido, cuántas veces el silencio es la comunión con lo sabido, la aserción con lo leído y divulgado. La renuncia en señal de solidaridad con lo existente: ser y mirar. El desplazamiento me volvía a situar en un lugar deliciosamente concurrido de la historia literaria, en donde no tenía nada que hacer. Acudió en mi auxilio, entonces, produciendo un nuevo quiebro en mi voluntad, la posibilidad de justificarme nuevamente con la verdad, la de no rendirme: expresar, contar porqué el silencio era la mejor manera de decir; y entonces podría contar cómo, a pesar de todo, esa situación de lugar común experimentado tantas veces, amortizando la voluntad expresiva de nuestra experiencia, conservaba unas briznas de verdad, las que se habían reunido para que cada individuo se sienta, a pesar de todo, único en un lugar exclusivo del tiempo y del espacio. Poco me duró la ilusión, pues enseguida recordé que aquella visión entre romántica, burguesa y cristiana era un nuevo lugar común, sobre el que se habrán escrito varias tesis doctorales, posiblemente francesas. Tampoco podría enfrentar lo real a todo lo demás, enfrentar la vida a la literatura, al sueño, a la imaginación, a la creación; resolución que hubiera justificado un texto breve sobre la Literatura. Nada que hacer frente a esa ilusión, que terminaron por banalizar las ruinas circulares de Borges y su prole de epígonos. Terminé por pensar que lo mejor era, como estaba haciendo, escribir una introducción sobre las dificultades de la introducción, y claro, allí estaba nada menos que Cervantes, para empezar Cervantes. Camino vedado.


Ningún camino parece habérsele escapado a la literatura en su reflexión imaginaria sobre la vida. ¿Pasará lo mismo con cada tema, cada motivo, cada detalle de todo lo que te entregamos ahora a la lectura? El proceso, así encadenado, puede llevarnos a un punto lejano, desde el cual yo no sea posible distinguir realidad y literatura, al fin y al cabo porque a esa capacidad humana para dilatar su imaginación y su mundo interior en sucederse sin límites hemos convenido en darle un nombre hoy intocable: será literatura cuando lo expresamos. No existe la literatura como verdad objetiva, desde luego –y este texto se ha de insertar en la serie que lo va exponiendo–  pero sí que existe un fenómeno cultural, derivado de las condiciones humanas, al que hemos denominado −en momentos de exaltación− históricamente “literatura”, y que luego nos hemos afanado en adjetivar con lo que, en cada caso, se nos ocurría, para desesperación de teóricos sesudos. 
Y todo parece haber ido a parar a ese inmenso lugar, tanto o más ancho que la misma vida, y sin embargo perteneciente a ella, que nos empecinamos en calificar de modo peculiar, como ocurre con tantos vocablos, de esos que se nos deshacen cuando se analizan con unas migas de sensatez (patria, fe, literatura…), que se nos deshacen en la coyuntura histórica que los produjo y en el aferramiento de los individuos a su parte irracional, para justificar condiciones de su existencia.
No hay modo de defender el contenido de luna revista literaria o de una actividad académica con estos supuestos: todo lo que sigue son repeticiones, amagos de renovar la dicción hasta encontrar el modo más ajustado de relatar conductas y sentimientos, malabarismos lingüísticos para que provoquen algún hallazgo feliz, considerandos sobre lo que se mantiene en el mundo imaginario de quienes transitan constantemente por él, diálogos con quienes intentan salir del atolladero de nuestras sociedades… 
Todo, en efecto, todo son repeticiones; nuevamente menos un accidente: el del hito histórico en que se producen. Y aunque el universo juegue a repetirse en el infinito espejo del tiempo, del cosmos, y nosotros con él, “nadie me quitará mi dolorido sentir”, todos habremos de cumplir un segmento del tiempo –ese fenómeno incomprensible—y necesitaremos asumir desde esa minúscula parcela el gigantesco proceso al que nos parecen haber arrojado. Sin embargo, sin embargo, cuando acabo de incurrir en esa frase contundente, dramática y aparentemente conclusiva, recuerdo la cantidad de veces que el buen escritor nos ha llevado a experimentar una situación semejante, cuántas ha levantado un mundo imaginario para que experimentáramos el pánico de un individuo asido a un tiempo exiguo frente a la vastedad, la inconsistencia, el vértigo; cuántas ha intentado salvarlo mediante pilares eternos, o destruirlo como barro… Todas las posibilidades parecen haber sido recreadas por la literatura. No parece que podamos escapar. 

lunes, 21 de febrero de 2011

Luisa de Carvajal, en el convento de la Encarnación


Luisa de Carvajal yace incorrupta
en un cofre aterciopelado, rojo,
entre los relicarios que guardaron
las agustinas de la Encarnación.

Nada ni nadie corrompió su vida
a pesar de los viajes y peligros,
durante sus cuarenta y dos gloriosos
años, muchos en tierra de enemigos.

Con castigos calló las tentaciones,
y abrió sus carnes, y venció al demonio,
y escribió versos místicos de amor,
de amor incorruptible y poderoso.

Cuerpo incorrupto atravesando siglos
en el rincón oscuro del convento.

domingo, 20 de febrero de 2011

II Lección sobre Literatura: Actos verbales

Esta entradita sigue la que días atrás inició la definición de “literatura”, que se ha de proseguir aun y todavía más durante cierto tiempo, para redondear el tema.

La referencia ahora es a actos verbales, que pueden aparecer en el breve despliegue crítico como “discursos”, “textos”, etc. Para lo actos verbales cabe hacer el mismo esquema que para los restantes, lo que parece obvio: su función primaria, la comunicativa podría efectuarse con precisión, ajuste, adecuación, etc. y provocar el abanico de sensaciones al que aludíamos en la primera lección simple de teoría literaria: placer, satisfacción, armonía, por ejemplo. Y de ahí –no hacemos más que retomar conceptos ya habilitados– a provocar o sugerir que cualquier hablante –la técnica de hablar es natural en todos los que pertenecen a la misma comunidad lingüística– intente lograr los mismos efectos, incluso mejorarlos, incluso despertar esos efectos sin necesidad de acarrear contenidos, de comunicar. Hay muchas posibilidades, casi infinitas. Si no fuera algo así como desvelar el final de nuestra novela-crítica, yo diría que el conjunto de esas posibilidades  es lo que se va a llamar “literatura”.

Hablar y escribir, primero. Hablar y escribir de modo que esa acción cumpla adecuadamente su función primaria; posibilidades de que a lo largo de la historia los elementos accesorios, decorativos, externos, superfluos, etc. se sustantiven, desplacen a los funcionales, incluso se olviden de la función “comunicativa” y se construya una teoría sobre cómo conseguir otros efectos, quién sabe hacerlo, de qué maneras se organizan los objetos verbales que así se construyen. Bombardear al acto de la comunicación o expresión verbal con todo tipo de atributos derivados de los efectos que experimenta tanto el que habla, como los que escuchan, y definir la literatura poniendo en juego  todos esos efectos –¡que cambian con el tiempo, con la historia!–, hasta configurar un objeto o un proceso llamado “Literatura”, que no es más que un pensamiento histórico aplicado como si no lo fuera.

Hablaba, pues, de desarrollo, creación y consolidación de todos estos aspectos, es decir, de lo que origina una teoría de la literatura, una preceptiva, un catálogo de géneros literarios; eso es algo que ocurre sinuosa, lenta, inexorablemente a lo largo del tiempo, que se atisba en diferentes momentos de culturas diversas y que, en la occidental, se puede dar como “inventada” y consolidada al final del periodo clásico, a mediados del siglo XVII. Para entonces ya parece normal hablar de “literatura”. Si se ha seguido la argumentación hasta ahora se convendrá conmigo que la literatura, en rigor, no existe como tal, a no ser que así califiquemos a cualquier discurso lingüístico.

¿Qué es lo que ha ocurrido entonces? Que hemos convenido en llamar literatura a un conjunto de discursos ejecutados y realizados para que ejerzan en nosotros efectos de un cierto rango de valores, vagamente conexionados con el sentido de la belleza, la capacidad del estilo, la posibilidad de la emoción y bastantes más, eso depende de escuelas. Conjunto de discursos y sus efectos que solo con poco rigor podríamos etiquetar como “literatura”, de la manera que tampoco acepta el término el mero etiquetado de “artificioso, imaginado o irreal”.

Es verdad que para que tal concepto surgiera y se hiciera hueco fue preciso que, desde otros horizontes, emergiera un tipo de discursos que querían negar esos efectos, que necesitaban negarlos para construir verbalmente el universo de las ciencias, que tenía que ser soportado por un lenguaje neutro, casi objetual. Eso provocaba un reacomodo de conceptos, como si de un rompecabezas se tratase. Por un lado estaba el arte, por otro lado estaba la ciencia.

Aun más lejos va a quedar un conjunto de elementos conceptuales que suelen derivar de la aceptación del término y de su tradición semántica, que nos trae a discusión otros  como “arte”, “genio”, “autonomía”, “inspiración”, etc. Todos los cuales habrán de ser motivo de reflexión simple, que enlace con la que ahora termina, en las próximas consideraciones.