He visto al viejo roble, el de las penas,
al cruzar un Retiro abandonado,
con la tranquilidad y la dulzura
de quien por fin se queda solitario.
Pierden los robles tarde su volumen
y el mío había sido desmochado;
hongo yesquero entre las ramas bajas,
conservará el verdor de los veranos.
Antes de proseguir entre senderos,
en el banco de siempre me he sentado.
–“¿Cómo va todo, amigo, y cómo te ha
ido;
guardaste algún amor bien cobijado?”
Yo no tuve con quien venir a verte;
ya volveré otro día, que voy de paso.”
Me ha emocionado el poema. No hay soledad interior más honda que la del que dialoga con los árboles y de alguna forma se identifica con ellos: siempre rodeados, siempre solos.
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