Se ha presentado, leído y aplaudido hoy por la mañana el manifiesto para la defensa de la Enseñanza Pública, promovido por profesores, padres, personas del mundo profesional de la educación, intelectuales, etc. Y se ha hecho la presentación en el viejo y hermoso salón de actos del Ateneo de Madrid, que se ha llenado, con multitud de camisetas verdes, algunas pancartas y un claro tono de amargura y enfado generalizado de quienes allí estaban. Ocuparon la mesa Miguel Ángel, Luis García Montero, Almudena Grandes y Luis Lostalé; pero fueron más los que luego hablaron.
Olvida la Comunidad de Madrid y quienes están hurgando en las sensibles redes de la educación pública que el conjunto de profesores que allí trabajan pertenecen a un extensa, formada, noble y maltratada clase social, la que desde décadas –quizá ya más que décadas– ha preferido vivir discretamente –sueldos mediocres, prestigio ninguno, porvenir ciego, formación larga y exigente....– para dedicarse a una tarea noble y agotadora, cuya compensación estriba más en vocación, creencias e ideas que en dineros y otras gaitas. De manera que, cuando los banqueros se arruinan y se les castiga a ellos con "dineros" y condiciones laborales, sin percatarse de que lo que están haciendo es otra cosa –la defensa de la educación pública–, cuando así se hace, se les está insultando. Entienden los politicastros de turno que a esas personas se les puede engañar "intelectualmente" hablándoles de dinero y de crisis. ¿No habrá nadie capacitado en la Comunidad de Madrid, a la altura intelectual de los profesores de IES y alrededores?
El manifiesto y sus firmantes puede leerse en esta dirección: http://manifiestoescuelapublica.blogspot.com/
En los comentarios y preguntas que han seguido a la presentación del manifiesto ha vuelto a remacharse que se trata, además o por lo demás, de una carga de profundidad contra la enseñanza pública y lo que eso significa, simplemente y si todo funcionara bien, de igualación social, intento de frenar la desmesura de las clases privilegiadas.
La actuación de las consejerías de educación que están obrando así –sean del signo político que sean, tampoco parece que Gabilondo vaya a resolver y a gastar sus ambiciones políticas–, sencillamente, están empezando a derribar, ahora descaradamente, la enseñanza pública. Medidas menores, sistemáticas, hábilmente distribuidas ya lo venían haciendo; la llamada crisis les ha dado el pretexto que necesitaban para avanzar hacia una sociedad cada vez más injusta, en la que la educación es un ingrediente peligroso que sería mejor que estuviera solo al alcance de los que más tienen.
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