Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

viernes, 11 de junio de 2010

Métrica y Revolución

Los avances técnicos, cuando alcanzan la práctica y se convierten en hábitos sociales facilitan el entendimiento de nuestro universo y de los contornos de nuestra vida, las más de las veces es así; sin embargo, no todos los avances son asimilables por nuestra condición de animales en estado de evolución permanente –que eso es lo que somos, aunque suene tan mal. 
Con semejante párrafo como presentación e hipótesis voy a terminar  guiñando el ojo a la Revolución, a través de un desvío por la Métrica. Tortuoso y complicado; pero así debemos ser, complicados, hechos de materia, espíritu, historia y sabe dios si porvenir: mezcla que nos suministra ora la delicia ora la melancolía.
Se estudiaba antes la Métrica mediante el sencillo expediente de construir una teoría a partir de la observación de los versos y de su naturaleza normalmente fónica, sonora. La observación era “de oído”. Todavía me acuerdo de los viejos maestros cuando al leer un poema fruncían el ceño y detectaban, “aquí algo suena mal”, un ritmo inapropiado en un fluido versal de ochenta versos, por ejemplo. Es un gesto que tengo grabado, por eje mplo, de Eugenio Asensio. Lo hacen todavía los buenos poetas. Me lo hace Mario (Hernández) cuando ejercita como lector. Armonía entre el lector, los versos y, más luego, la teoría sencilla que se construía a partir de aquellas lecturas.
La ciencia avanzaba. La meticulosidad en la observación nos llevó a los avances de la Fonética, que distinguía ya no solo lo que sonaba –bien o mal¬– sino que descomponía el sonido en elementos “distintivos”, que los estudiantes de hace treinta años llamábamos “rasgos” y que generaron nuevas ramas en el frondoso árbol de la Lingüística, como el de la Fonología.  Una cosa era lo que se oía y otra lo que funcionaba como código de la lengua. Y aquello, mal que bien, se asimiló, aunque todavía hay quien moderniza los textos clásicos, cuando los edita, “fonéticamente”; pequeño disparate que no asusta. Y la ciencia avanzaba. Una cosa son los sonidos, otra cosa es cómo los articulamos, otra cosa es como viajan por el espacio, otra cómo se trasforman al atravesar el  mundo de los ruidos, otra cosa es cómo los percibimos si conocemos su código, o si no lo conocemos, otra cosa es si los oye un pájaro, la argentina de la que me enamoré el otro día, el profesor de fonética de mi universidad… Y así hasta el infinito. He visto que los gramáticos actuales emplean el término “minimalista” para aproximarse cada vez más a la realidad que estudian primorosamente, sin el temor borgiano a recrear otra vez Babilonia, quiero decir, a reconstruir una teoría para cada molécula estudiada, lo que en la práctica aboca a descubrir el mediterráneo, es decir, a volver a inventar la lengua estudiada. MI admirada exalumna Silvia, que trabaja en esos haceres, lleva muchos años de su envidiable juventud dedicados a estudiar la construcción “el que….”
La entrada se me alarga demasiado si sigue por ahí; querría enderezarla hacia el campo de la Métrica, en donde los avatares (¡qué difícil es utilizar ahora esta palabra, viciada por la peli) de la ciencia han llevado a distinguir entre una métrica teórica, con sus hijuelos de la métrica del autor o de la creación, la métrica fonética, la métrica fonológica, la métrica de la percepción… Bien sencillo distinguir: podemos analizar un recitado de versos con aparatos refinadísimos para saber realmente cuáles son los sonidos que soportan el verso, y nos descubriría secretos fonéticos que la audición no supo distinguir, frente a la Métrica de la audición o de la percepción, en donde habría que admitir los que se pierden en el proceso de trasmisión (por ejemplo, porque el perceptor no es competente en la lengua empleada; o porque el pájaro al que aludíamos antes se ha puesto a cantar, y era un canario chillón); y así sucesivamente, porque además cada métrica llevaría su teoría al lado,  se podría erigir una teoría de la métrica de la articulación, de la métrica de la percepción, de métrica fonológica, de métrica fonético-acústica, de métrica con pájaro chillón…
Algo falla. Vuelvo a mi amigo y colega Mario Hernández leyendo versos y frunciendo el ceño por alguna disonancia. ¿Qué es lo que falla en el minimalismo métrico? Creo saberlo o intuirlo, claro, es impertinente para la degustación real de los versos, se va a un universo de realidades que están más allá de nuestra capacidad de comprensión, de nuestra satisfacción, con el oído que dios nos ha dado. No me interesa, mire usted, que el sofisticado aparato que descompone el sonido y que analiza una rima de Bécquer y me la devuelve con cuadros, espectogramas, armónicos, juegos tonales, etc. me construya una teoría métrica alejada de la realidad que son los versos que nos decimos para la ira, el amor, la pasión, la tristeza y otras circunstancias. Mientras el oído humano no pueda percibir lo que el aparato, me quedo con el oído humano, apegado a mi cortedad fonética; porque –y esto sí que es irrefutable y verdadero– los versos se construyen para que funcionen en ese circuito humano y social, no en el de la alta ciencia de la tecnología, que tendrá otras funciones.

Es la revolución un lugar al que se llega cuando el conjunto de elementos que configuran una formación social se aleja tanto de los individuos y de sus agrupaciones naturales –genéricas, históricas, gremiales y laborales, etc.— que se hace incomprensible y, lejos de favorecer, la vida de esos individuos, les oprime de manera cada vez más dolorosa, sin que las razones que se prediquen pertenezcan a las que ellos pueden entender, cambiar, matizar o transgredir para que tal estado de cosas no siga ejerciendo sobre sus vidas una presión insoportable. Lo que en estos momentos se llama, con poquísimo temor de dios, “crisis financiera”, es el resultado de unas técnicas exquisitas de las sociedades capitalistas que pocas veces pueden ser asumidas por los individuos, que han de conformarse, exclusivamente, con aceptar que así es porque los avances de la ciencia ¬–¿de las ciencias económicas?– son indiscutibles.

Pero cuando ese estado de cosas se propaga como un manto de ignorancia, como las religiones, es cuando los individuos pueden irse al rincón donde crece la semilla de la libertad, la revuelta contra lo que no entienden y barruntan que es injusto, en un posicionamiento que aceptaría, de buen grado, los planteamientos de tabla rasa, es decir, de la revolución. No me sirve lo que me dices porque no lo entiendo: quiero saber, entender, juzgar y participar.

El fantasma de la imposición violenta asoma en esos momentos, con todas sus secuelas fascistas, militares, dictatoriales.

Yo prefiero volver al recitado de los versos y a la Métrica tradicional, al menos mientras siga cantando versos para encandilar a un coro de niños que me escucha embobado.

1 comentario:

  1. ¡Qué suerte y qué pena que su reflexión sea tan larga!. Suerte, porque es muy interesante; pena, porque hay muchísimas cosas para comentar y estos espacios no dan lugar a ello. Si lo hubiera divido en dos, habría sido más fácil pero nos hubiéramos perdido lo interesante.
    Sólo unas cosas. No suena nada mal que seamos animales, al contrario, con lo malos que somos los humanos, es un elogio.
    La poesía es de "oído", pero sobre todo de vista y de imaginación. A veces, con sólo el oído, los buenos lectores aborrecen la poesía precisamente porque el ritmo y la "cantinela" suenan muy artificial y poco natural: cursi. Se escuchan los poemas no sólo con el oído, la mayoría de las veces es con la mente, llena de sensaciones que se instalaron desde no sé sabe dónde y que provocan impresiones que no se nos van ya nunca más.
    Tiene razón en quedarse con el oído y no con la técnica de los aparatos de fonología.
    Las religiones no son un manto de ignorancia: es algo, tal vez por ser nosotros animales sociales y más desorientados que el resto de los de la naturaleza, que desde tiempos primitivos dieron consuelo a ansiedades y miedos. Hoy día no hacen tanta falta porque la gente va al médico y toma prozac, etc. En lejanos tiempos, intuitivamente, ya sabía el hombre de angustias y desasosiegos y creó los mundos religiosos: no por ignorancia, precisamente, sino por sabiduría. Los científicos demuestran hoy día que la gente que tiene fe en una religión, es mucho más feliz y se siente más tranquila y aliviada. La religión provocó arte y belleza en todo el planeta. Por eso, para mí, me gusten o no, las religiones no son manto de ignorancia.
    La revolución no vendrá: la gente con sus préstamos por pagar, por su sumisión a esta vida moderna que nos han ofrecido los capitalistas y que, algunos más gustosamente que otros han abrazado efusivamente, no está dispuesta a hacer ninguna revolución por miedo. Queda revolverse, como usted bien escribe, individualmente, pero las revoluciones clásicas eran de desesperados y hambrientos. Hoy en este país, al menos, la gente come y necesita casa y coche, y no están dispuestos a renunciar a nada. Y más ... pero como es todo tan largo y para discutir tanto ...
    Gracias por su interesante artículo.

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