Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 22 de junio de 2010

El Lazarillo (12): La crítica textual. "Ella me preguntaba de cosas ignoradas / y yo le respondía de cosas imposibles".

PARECE cuando menos extraño que con una obrita de condiciones bibliográficas casi paradigmáticas para poner en juego teorías textuales no se haya alcanzado un sencillo acuerdo sobre la relación que guardan los diversos testimonios y, de ahí, el establecimiento cabal de un texto que, por otro lado, es bastante sencillo. 
Más extraño resulta todavía que haya terminado por enfrentar a filólogos de reconocido prestigio, algunos de los cuales, como Alberto Blecua, han acercado la Crítica Textual a nuestra academia; y otros, como Aldo Ruffinatto, se han formado en la prestigiosa práctica italiana de la ecdótica. Si oteamos los alrededores, nombres como los de Caso, López Vázquez, R. Navarro, Carrasco, F. Rico… y una larga estela de críticos franceses han ensayado la reconstrucción textual del Lazarillo sin convenir unos y otros.
¿Será que la ecdótica no es tan segura como continuamente señala Alberto Blecua? ¿Será que las escuelas han diversificado los métodos y de distintos métodos suceden diferentes resultados? No tengo ninguna duda sobre el conocimiento y competencia de Alberto Blecua y de Aldo Ruffinatto, por ejemplo y ya que de ellos comencé hablando. Tampoco lo tengo de que la aplicación del método neolachmaniano, cuando se hace rigurosamente, es decir, como un procedimiento matemático, un cálculo de predicados, produce un resultado también exacto, equivalente a un dos + dos = cuatro. De manera que he buscado los motivos de esa divergencia, que podemos llamar amistosamente “falta de acuerdo”, no en el método y su aplicación, sino en toda la fase preliminar que adecua los materiales para su tratamiento ecdótico.


Una vez hecho este distingo, he podido discernir con meridiana claridad las razones de la divergencia. Unos y otros, sencillamente, no se han puesto de acuerdo sobre lo que es un “error” en el texto –en cualquier texto que se considere– y han intentado utilizar como elementos fijos para su teoría un material textual, lingüístico, sumamente viscoso, para cuya fijación han puesto en juego criterios que no convenían a la inestabilidad, movilidad, apertura, etc. de la lengua española de hacia 1550. Es como si hubieran intentado definir cuantitativamente lo que se nos da gradual o continuamente. Los resultados han sido catastróficos, hasta tal punto que, cada nuevo editor de la obrita que ponía en juego criterios ecdóticos, se fijaba en lugares distintos de la obra, que juzgaba o no como errores; y era a partir de esos señalamientos como se levantaba el edificio, sobre pilares poco firmes.
En mi trabajo extenso desciendo de la teoría a los textos para ver lo que en ese sentido se ha hecho. En ese descenso nos encontramos con un lugar común, casi un clamor, que es el que, en estos momentos, confiere rango de importancia fundamental a la vieja atribución del Lazarillo a Diego Hurtado de Mendoza y al hallazgo documental de Mercedes Agulló.
Pero antes de seguir, vaya una salvedad de rango mayor: los datos y los hechos son objetivables, pero asequibles solo en una proporción menor: la documentación que se necesita consultar y ordenar, todavía, alcanza el millar de documentos. 

Mi exposición no va a ser una declaración de autoría ni una desautorización de nada ni de nadie. Me parece de perlas que una obra como el Lazarillo suscite un interés tan grande y haya generado una melodía crítica riquísima, de la que, por cierto, yo me valgo constantemente, no solo respetándola, también agradeciéndola. Leo con deleite las reconstrucciones históricas de Rosa Navarro, admiro la pedantería insufrible y atinada de Francisco Rico, acompaño a Ruffinatto en sus arduos caminos por los textos, me maravilla la fe ciega que Alberto Blecua mantiene todavía sobre la exactitud de los textos que maneja, sopeso las teorías que de lejas tierras –admirable hispanismo– se apoyan en perspectivas críticas de viejo o de nuevo cuño… Yo no digo que todo sea cierto, desde luego. Se trata de los reflejos del arte clásico. Los reflejos no son, sin embargo, los datos.
Con razón dice su último editor, Carrasco,  que se trata de demasiadas conjeturas “ope ingenii” como para no sospechar que algunas de sus (de las variantes de la edición de 1573, la de Velasco = VE) intuiciones provengan de su acceso a una fuente desconocida por nosotros”. Y con razón Ruffinatto se aplicó a un análisis exhaustivo de las variantes significativas, que le llevan a concluir que “tras filtrar todas sus escorias (que abarcan desde las pequeñas intervenciones del compilador… hasta los cortes mas o menos relevantes que hizo el censor para castigar al pobre Lazarillo) aparece una imagen realmente sensacional” (p. 135).

Lo que realmente descubre el dato aireado por Mercedes Agulló es que faltaba esa pieza para el argumento que organizara la historia del Lazarillo y sobre todo para que se determinara la razón del texto. Faltaba asumir ese dato con cierta decisión, la que nos suministra un documento que no tiene, como la mayoría de los de este tipo, la contundencia de una declaración notarial: por eso precisamente necesita apoyarse en el mapa de la historia, en otros datos. El texto VE (de la edición expurgada de 1573) con sus maravillosas y acertadas enmiendas no es obra del ingenio de Juan López de Velasco ni supone un testimonio –códice o edición perdidos– desconocido: las enmiendas provienen directamente del autor, Diego Hurtado de Mendoza, probablemente dictadas, sugeridas o realmente efectuadas para que Juan López de Velasco sacara el libro en 1573, siempre como anónimo, desde luego. No hay milagro, no hay misterio, no hay testimonio desconocido: son las sensatas correcciones de un autor a su obra impresa como anónima, eso sí dilucidando los pasajes oscuros como solo el autor podría hacerlo. No hay más.
Nótese que la cuestión textual es el verdadero argumento que atrae a todos los restantes a su lógica, que lo armoniza, relaciona y corrobora, el que ayuda a trazar una historia relativamente sencilla de los aspectos históricos de la primera novela moderna, cuya realidad histórica emerge, me temo, a pesar de los esfuerzos que la crítica ha hecho por complicarla inútilmente .


2 comentarios:

  1. Como siempre, el texto lo dice todo. Sólo hay que saber mirar bien.

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  2. Como me aludes en el texto (por cierto: López-Vázquez,con guión,no López Vázquez, igual que esd Blecua, y no Bleuca) te señalo que he ampliado mi propuesta sobre el stemma en Lemir nº 14. Si no me equivoco, aporto alguna novedad de cierto peso (al menos otro de los aludidos piensa que lo es). En cuanto a la autoría,no veo que la aportación )importante) de Mercedes Agulló conduzca a reforzar la vieja leyenda sobre Hurtado.

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