Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 21 de julio de 2010

La voracidad mercantil

La voracidad del capital no tiene límites, ni el propio riesgo a perder su dominio absoluto detiene la erosión de los discretos, escasos, limitados bienes que, después de muchos años de lucha, las llamadas sociedades occidentales han alcanzado. Leo o escucho ahora, y frecuentemente, que la gente joven –por un lado– y los "mayores" –por otro– se están planteando y solucionando sus problemas de subsistencia mediante el arbitrio de compartir la vivienda... ¡uno de los lugares sagrados de las sociedades burguesas, hasta el punto de que IKEA, con mala pata, lo hizo bandera de su publicidad! Parejas que se asocian de dos en dos; individuos que forman colectivo ocasional para compartir un alquiler; jubilados que se van a las poblaciones de los andurriales o al pueblo, con la familia... para poder hacer frente a los gastos que significan vivir solo o, lo que es lo mismo, las posibilidades de una vivienda digna. 
Durante las décadas pasadas ya se ocupó el capital de hacerse con –digamos– el 50 o el 60 % de lo que producía la fuerza del trabajo, de manera que casi toda la población trabajadora entrega esa cantidad de su sueldo a algún Banco, Caja de Ahorro o similar para poder tener una vivienda, que muchas veces además no es tan digna como el sintagma dice, por inercia lo dice. La entrega se suele hacer durante un periodo de veinte o más años, en casos hasta de cuarenta años, es decir: durante casi toda la vida laboral del trabajador.  Media España trabaja en estos momentos para dar la mitad de su sueldo a un Banco, que se lo adelantó para que adquiriera una vivienda. Y poder realizar ese esfuerzo brutal es una de las metas de quienes quieren integrarse en nuestra sociedad civilizada, occidental y disfrutar de sus bienes, aunque luego para los bienes que se vayan a disfrutar hay que volver a hacer pequeños esfuerzos suplementarios, en forma de coche a plazos, tarjetas de pago, hipotecas añadidas, préstamos... Mundo financiero perfectamente organizado para nuestra comodidad que, si alguna vez se distorsiona, será cuidadosamente consolidado, protegido, ayudado por el impuesto o el esfuerzo adicional de la misma clase trabajadora.

La presión de las sociedades financieras, organizadas y protegidas por el gran capital, se ha hecho tan insoportable y se ha dirigido tan arteramente a los lugares donde queda algo para rebañar, que hoy día casi nadie se atreve a plantearse críticamente seguir soportando ese estado de cosas. Se ha conseguido propagar el miedo a la crítica, a los cambios y a la revolución, y se ha hecho precisamente impregnando a la clase trabajadora del mismo temor que les produce su discreción, su incultura financiera, la creencia de que les hacen un bien cuando les abren las puertas a un trabajo indigno o mal pagado.

Poco margen para la solución mientras no se trabaje desde el único sitio posible en donde se puede conseguir algo: el de la educación, el del conocimiento, el de la cultura y la sabiduría. Terreno minado desde hace tiempo, que interesa desertizar rápidamente –escuelas públicas degradadas, profesorado de IES sin alicientes, universidad mercantilizada como empresa...– o, mejor todavía, rellenar con ingredientes inocuos que satisfagan imaginación, vida social, anhelos humanos.

Y así nos va.

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