El bonito es plato veraniego; es normal oír en las pescaderías –lugares que todo el mundo debería frecuentar–: "¿El bonito es fresco?", lo que empieza a ocurrir a comienzos del verano, cuando llega muy caro.
A medida que entra el calor y los barcos en los puertos de pesca, va bajando de precio. Los pequeños bonitos (de cuatro o cinco quilos) se venden en las pescaderías del norte a 5-6 euros el quilo: no está mal. Si continuamos en la pescadería y elegimos cocinar y comer bonito, la siguiente pregunta la hace el pescadero, "¿cómo se lo preparo?": en rodajas; troceado para hacerlo con tomate, pisto o encebollado; en lomos para hacerlo adobado; etc. Cuando se termina de vender el bonito, por lo general queda allí expuesto un trozo triangular doble: la ventresca.
La ventresca es la parte más sabrosa del bonito, la más jugosa también. Se puede preparar de la forma más sencilla que imaginarse puede, que es la que digo ahora: abierto y entero se recubre con ajitos picados y–¡sin añadir nada más!– se mete en el horno previamente calentado, pero no a su máxima temperatura (240º), sino a 170-200, dependiendo del grosor de la ventresca (a mayor grosor o más grande, algo más de temperatura): conviene que se haga poco a poco, lo que le suele llevar entre 20-30 minutos, al cabo de los cuales se puede dorar (con la parrilla arriba) durante un par de minutos, sin que se quemen los ajos.
La ventresca es lo suficientemente jugosa como para no añadir aceite ni otros ungüentos, que lo único que hacen es quitar sabor. Hay quien, sala: no hace falta; hay quien añade especias: no hace falta; hay quien echa un chorrito de vino: no hace falta, pero si ha de ser, fino o montilla; hay quien una vez fuera, riega con limón: no hace falta.
En nuestro ejemplo se ha servido con un par de ensaladas, una de pimientos asados (con tomate y ajo), la otra fresca (rúcula, tomate, maíz, manzana, pepino, semillas de girasol....)
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