No
hace faltar ir muy lejos dar testimonio de las miserias de la condición humana
que, según qué circunstancias, gradúan su intensidad: nada comparable a la
radicalidad de los miles de emigrantes que cruzan mares o desiertos para morir
o alcanzar el mínimo que les permita sobrevivir; ni comparable a los que
padecen una guerra que o no saben o se les ha enquistado sentimentalmente
(“ideológicamente”) por motivos religiosos o raciales o patrióticos
(“fanatismo”). Y de ese tenor todo un decálogo de calamidades con sus causas,
que desde las sociedades desarrolladas y bienpensantes se sabe bien que se
podrían evitar: que si investigación y vacunas, que si comercio justo, que si
educación.... Se ha dicho tantas veces ya que con un solo avión militar se
alimentarían diez mil niños de los que cada año mueren de hambre que la frase
se ha convertido en una especie de oración absurda.
En
esas mismas sociedades ricas y establecidas nos hemos acostumbrado a admitir
que el timón necesario para cambiar las cosas no nos pertenece, lo manejan
entidades abstractas (grandes compañías, entidades financieras, consorcios
colectivos, asociaciones suprapersonales, partidos políticos, consejos de
administración...) que se han escapado definitivamente a nuestro control y
seguirán acumulando poder y riqueza a costa del hambre, el sufrimiento, la
postergación y la injusticia, que se producirá –sencillamente– allí donde sea
necesario para que aquel poder prevalezca y siga aumentando su riqueza.
Entre
nosotros –digamos: la llamada civilización occidental y sus aledaños– ocurre,
sin embargo, que la ambición y desmesura ocasiona de vez en cuando erosiones
irritantes indeseables para los que gustan de la serenidad de los tiempos, y
entonces sube el paro, aumentan las emigraciones, asoma el hambre, hay
colectivos que agitan viejos fantasmas –porque el sistema educativo no debe
perderse del todo, solo hacerse descender selectivamente–, etc. Corregir ese
tipo de problemas no debe de ser fácil, porque los grupos sociales pueden
descontrolarse, porque hay individuos a los que les da por pensar y gentes que
quieren saber y conocer, o porque los pueblos con arraigo de elementos
ideológicos extraños –religión, raza– pueden darse de bofetadas, todo lo cual
puede ser conveniente o puede no serlo para quienes tienen la capacidad de
torcer la marcha de la historia. La repugnante marcha de la historia –y sí,
estoy parafraseando a un conocido pensador, que todo el mundo cita-, que hemos
lavado para poder sobrevivir sin que nos aplaste su memoria.
El
noticiero cotidiano, sea de la clase que sea, concede ya bastante más espacio
entre nosotros a la alineación de Casillas que a los miles de muertos en Egipto
o Siria; y todo el mundo lo acepta como normal. El único grado de normalidad
reside en que necesitamos vivir, mantener una temperatura vital que haga
posible tomarse un café con las imágenes del horror, y que en esa circunstancia
se basan quienes viven en la injusticia y practican el horror; pero eso no
quiere decir que no nos importe. A veces la sociedad despierta momentáneamente
y busca espitas y caminos para manifestar su repulsa o gritar su asco, aunque
en estos casos tampoco sirve de mucho en tanto no llegue a mayores, a la
revolución, profundamente anestesiada precisamente por esa llamada a conservar
la calma necesaria para seguir siendo, precariamente en muchos casos. La
precariedad moral de nuestra sociedad es otro de los signos de nuestra
sociedad.
Es
sintomático lo que acaba de ocurrir –nivel internacional– en Siria, por
ejemplo: han muerto más de tres mil personas por un ataque con bombas químicas.
¿Lo decimos de otra manera?: Hay que matar con cuidado, se puede hacer
desaparecer una barriada, pero que sea con bombas y disparos, quemando,
cortando y desguazando cuerpos: no importa que los niños queden mutilados o que
los muertos sean irreconocibles, un amasijo de carne; no se puede permitir que
matar y destruir no esté bajo control (¿de quién, cómo, por que?). Como cuando
hace unos años se explicaba en los telediarios que las tribus africanas
organizaban matanzas a machetazos –¡qué horror!–.... porque no tenían dinero
para comprar ametralladoras. Y eso que nuestra sociedad civilizada construye y
vende sofisticadas ametralladoras, que compran las tribus de todos los pueblos
subdesarrollados para matar con más rapidez y limpieza. Que la ONU dictamine los modos legítimos de matar.
En
Madrid, este verano, he sorprendido una escena que muestra, de otra manera y
adecuada al nivel de nuestras circunstancias, la precariedad de la condición
humana. La foto adjunta muestra a dos personas adultas, de noche (era de
madrugada) al lado de dos contenedores de vidrio y cartón, de los que el
ayuntamiento deja. La foto no muestra sin embargo que, dentro de uno de esos
contenedores, por la estrecha abertura superior que sirve para meter cartones o
vidrios, se ha subido y ha entrado un niño: desde dentro va dando a los dos
adultos lo que selecciona del contenedor, para que se lo lleven y lo vendan
como traperos. La operación duró casi una hora, al cabo de la cual cargaron una
furgoneta y se fueron a la esquina siguiente. No dejarán rastro en la historia.
Nada nos afecta hasta que lo vivimos de cerca o en nuestra propia piel. Y si se da el caso, de nada nos vale entonces quejarnos,protestar o denunciar.
ResponderEliminarEn este mundo hay verdugos y víctimas. Y así vivimos, intentando no ser las víctimas porque nadie está a salvo.
Yo no sé cómo evitar las guerras, el hambre, la tortura, las violaciones..., y créeme que me gustaría saberlo.
Lo de Irán, ¿quien nos asegura que no es una maniobra de USA&friends para tener ya un motivo para invadir Irán? Si intervienen se armará una guerra más... y todo así,y todo así...
Sí, está bien denunciar, desahogar nuestra impotencia,pero ya sabemos lo efectivo que es.
La humanidad es un 90% miseria y carencias. Y ya desde la cuna nacemos marcados.
La gente que al menos tenemos lo más básico cubierto, unos auténticos proviligiados, solo queremos forzar unas risas casi infantiles y pensar en cómo sobrevivir.
La fabricación de armas es imparable y esta gente necesita un mercado donde venderlas.
El hambre se soluciona con la agricultura, no con ONGs. Todo está inventado, entonces ¿por qué no alcanza para todos? Solo hay una respuesta: la ambición de unos pocos.
Bicos.