Excelente la idea –y el resultado de aplicarla– de esta antología, en la que Juan Ignacio Guijarro recoge "casi un siglo de poesía española de jazz".
Las casi cien páginas de introducción constituyen un itinerario que va de los comienzos del siglo XX hasta la poesía actual, con estaciones tan importantes como las del Lorca neoyorquino o los referentes culturalistas de los novísimos y alrededores, que todavía, por lo que veo, sirven como pilar del panorama histórico, algo que probablemente haya que ir desmontando poco a poco.
Las casi cien páginas de introducción constituyen un itinerario que va de los comienzos del siglo XX hasta la poesía actual, con estaciones tan importantes como las del Lorca neoyorquino o los referentes culturalistas de los novísimos y alrededores, que todavía, por lo que veo, sirven como pilar del panorama histórico, algo que probablemente haya que ir desmontando poco a poco.
Son interesantes los intentos de retrazar la historia poética desde esta perspectiva, que implica, previamente, algún tipo de ideología estética, en lo que se me alcanza lejos, por ejemplo, del Juan Ramón final y de otras muchas estelas del 27, pero que llega por puertas de la universalización intelectual de las generaciones más jóvenes, y ahora, sin embargo, lejos de suministrar criterios ideológicos profundos, hermanando en motivos, por ejemplo, a Luis García Montero, Miguel D'Ors, Luis Alberto de Cuenca, Díaz de Castro, Martínez Sarrión, Wolfe.... En realidad en todo el panorama posterior lo que persiste es el motivo de la inspiración ya asimilado, sin raíces estéticas o ideológicas históricas, algo así como había ocurrido con cualquier otra corriente o movimiento, por ejemplo con el surrealismo: una conquista ya permanente del arte.
Resulta de una impertinencia atroz señalar huecos en las antologías; máxime cuando ya he señalado que la ausencia de esa veta apunta hacia una postura estética –esto es: ideológica–, que me resulta obvia en casos como el ya mentado de Juan Ramón, pero también el de Miguel Hernández, aunque en cada caso por motivo distinto. Blas de Otero se antologa por los pelos. Más llamativa me parece la ausencia de Antonio Carvajal, creo que también por credo estético. De puntillas, pidiendo perdón, con todo tipo de excusas –como lo haría él– dejaría por alguna página a Carlos Piera. Y sé, sé que hay muchos y tantos que no están, obligatoriamente, para no convertir la antología en disparate.
Que no lo es, porque el hilo histórico se sigue muy bien, con los hitos y estaciones obligados en Lorca, Gómez de la Serna, Guillermo de Torre y las mujeres del 27, Ory, Cirlot, Celaya, Félix Grande.... para subrayar nombres actuales (Luis García Montero, Francisco Díaz de Castro, Jon Margarit....), con concesiones a tremendistas, coloquialismos y demás, hasta llegar a casi al lado. Al fin y al cabo es condición de la antología que luego el lector elija lo que prefiere, una vez descubierto ese mar. Yo voy a elegir, una por vanidad, la otra –que va arriba– porque en cierto modo se adelanta hacia un modo de expresión modelada por el jazz, que se cumpliría mucho mejor, desde luego, en los aledaños de la poesía conceptual:
Resulta de una impertinencia atroz señalar huecos en las antologías; máxime cuando ya he señalado que la ausencia de esa veta apunta hacia una postura estética –esto es: ideológica–, que me resulta obvia en casos como el ya mentado de Juan Ramón, pero también el de Miguel Hernández, aunque en cada caso por motivo distinto. Blas de Otero se antologa por los pelos. Más llamativa me parece la ausencia de Antonio Carvajal, creo que también por credo estético. De puntillas, pidiendo perdón, con todo tipo de excusas –como lo haría él– dejaría por alguna página a Carlos Piera. Y sé, sé que hay muchos y tantos que no están, obligatoriamente, para no convertir la antología en disparate.
Que no lo es, porque el hilo histórico se sigue muy bien, con los hitos y estaciones obligados en Lorca, Gómez de la Serna, Guillermo de Torre y las mujeres del 27, Ory, Cirlot, Celaya, Félix Grande.... para subrayar nombres actuales (Luis García Montero, Francisco Díaz de Castro, Jon Margarit....), con concesiones a tremendistas, coloquialismos y demás, hasta llegar a casi al lado. Al fin y al cabo es condición de la antología que luego el lector elija lo que prefiere, una vez descubierto ese mar. Yo voy a elegir, una por vanidad, la otra –que va arriba– porque en cierto modo se adelanta hacia un modo de expresión modelada por el jazz, que se cumpliría mucho mejor, desde luego, en los aledaños de la poesía conceptual:
Quedan algunas tareas que ya se ve que el editor podría acometer con autoridad; la primera, la de las ramificaciones hispanoamericanas –se habla de Cortázar en la introducción, naturalmente–, que asoman en Peri Rossi o en Neuman, es decir, en asentados peninsulares. Y la tarea más interesante, a la que también alude en algún lugar: la influencia del Jazz sobre el ductus poético, sobre el modo de componer y las estructuras imaginarias y formales, bien sea por armonía bien por contraste; no creo, verbo y gracia, que a nadie se le ocurra escribir sobre jazz en versos de romance.
Apareció el libro recomendado por el buen crítico Manuel Rodríguez Rivero en El País, le envío la enhorabuena y recordé su reseña. Se leerá.
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