Es
es el título de una exposición recién clausurada en el Museo del Prado de
Madrid, con exhibición de casi 300 piezas diversas, sobre todo de pintura y
escultura, desde una cruz devocional del siglo XIV hasta cuadros de Haes,
Madrazo, Sorolla, Fortuny, etc. durante la segunda mitad del siglo XIX. La idea
esencial se encuentra en el bello prólogo "Las vueltas y revueltas de la
Belleza", de Manuela B. Mena, y de manera más lateral en otras páginas de
Félix de Azúa ("Los otros mundos que están en este") –en ambos casos,
como en otros cronológicamente más circunscritos, en el catálogo de le
exposición. Llegar a encerrar “belleza” –el concepto es peligroso, pero nos sirve para andar por casa–
en un objeto artístico menor, de espacio reducido en principio, significó un
salto cultural extraordinario, sobre todo antes de la popularización de la
fotografía, para el estudio, el conocimiento del arte humano. Entrados ya en la
segunda década del siglo XX hace falta recuperar parte de nuestra historia para
imaginar lo que entonces el arte era: la difusión de los cuadros de Velázquez,
de las músicas de Bach, de los retablos medievales.... no alcanzaba más que al
círculo de pocos privilegiados, en tanto que a los demás les alcanzaba o no la
ola de entusiasmo que generaba en aquellos privilegiados el resultado artístico de alguien, muchas veces desconocido y lejano.

Volvamos a la exposición, que resulta un apasionante paseo por la historia de la expresión artística, en la que se han introducido evidentes jalones harto atractivos que funcionan como cebo para el espectador: desde la Anunciación [c. 1428] de Fra Angélico hasta los Fortuny y Sorollas finales, pasando desde luego por El Bosco, el autorretrato de Durero (1498), La Sagrada Familia del Cordero (1507) de Rafael; bastantes cosas de Rubens, entre las cuales, los exhuberantes cuadros sobre los sentidos (¡imposible identificar todas las flores y frutos!); el Agnus dei (1635-40), de Zurbarán; la Vista del jardín de la villa Medici en Roma (1639-40), de velázquez –que vuelve a ser el más discutido, el más interpretable; la veintena de Goyas, los grandes retratistas del s. XIX....
Es una comprobación de lo dicho más arriba: no se podían obtener fotos –aunque sí comprar postales y demás, yo adquirí el catálogo–, pero de vuelta a casa, vía internet, uno puede recuperar prácticamente toda la exposición y todas las imágenes.
Muy interesantes sus reflexiones y ciertas, cualquiera se pierde sin guía de conocimiento entre tanto arte ofertado, difícil discriminar y, lo que se comenta ahora, angustia y síndrome de que uno "se pierde algo" entre tantas opciones. Habrá que volver a otro arte, el de la relajación espiritual por el método que sea, disfrutar a fondo de algo, sin prisa, a saber ir despacio, respirando hondo.
ResponderEliminarUna maravilla la pintura de ese jardín, que al natural es precioso, ese jardín de verano con el calor y el perro disfrutando feliz de la sombra.