Es
es el título de una exposición recién clausurada en el Museo del Prado de
Madrid, con exhibición de casi 300 piezas diversas, sobre todo de pintura y
escultura, desde una cruz devocional del siglo XIV hasta cuadros de Haes,
Madrazo, Sorolla, Fortuny, etc. durante la segunda mitad del siglo XIX. La idea
esencial se encuentra en el bello prólogo "Las vueltas y revueltas de la
Belleza", de Manuela B. Mena, y de manera más lateral en otras páginas de
Félix de Azúa ("Los otros mundos que están en este") –en ambos casos,
como en otros cronológicamente más circunscritos, en el catálogo de le
exposición. Llegar a encerrar “belleza” –el concepto es peligroso, pero nos sirve para andar por casa–
en un objeto artístico menor, de espacio reducido en principio, significó un
salto cultural extraordinario, sobre todo antes de la popularización de la
fotografía, para el estudio, el conocimiento del arte humano. Entrados ya en la
segunda década del siglo XX hace falta recuperar parte de nuestra historia para
imaginar lo que entonces el arte era: la difusión de los cuadros de Velázquez,
de las músicas de Bach, de los retablos medievales.... no alcanzaba más que al
círculo de pocos privilegiados, en tanto que a los demás les alcanzaba o no la
ola de entusiasmo que generaba en aquellos privilegiados el resultado artístico de alguien, muchas veces desconocido y lejano.
Y
hoy almacenamos miles de discos, o conectamos con sistemas que nos reproducen
instantáneamente la mejor música de cualquier rincón del mundo, interpretada por
quien queramos; o vamos a un botoncito del ordenador para que
nos devuelva miles de imágenes del recóndito arte del antiguo pintor o la talla
de un capitel románico escondido en una iglesia semiderruida de un pueblo
desierto. La capacidad para ver, observar, mirar.... se ha multiplicado por
varios millones, y al mismo tiempo, se ha mercantilizado. Curioso fenómeno de masificación y globalización que, en realidad, si no actuamos con cautela, aleja el arte, o dicho de manera más cierta: nos aleja de la capacidad humana para crear e imaginar, que se nos da envuelta en técnicas, dinero y universos que no podemos asumir. Que
todo sea posible en estos términos no es objetivamente positivo si no se
acompasa a otros avances más sutiles en otros campos: el del conocimiento y el
de la educación, fundamentalmente, a los que dedicaremos viñeta próxima. No hay
libertad si no hay conocimiento, es decir, si no hay hacia dónde dirigir esa
libertad, porque nadie lo enseñó. Suelo ejemplificarlo –por mi condición de
estudioso de la literatura– con el nacimiento de la novela picaresca en la
España de la segunda mitad del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, cuando
emergió el hombre –el sujeto libre– nuevo con capacidad para viajar, ser,
pensar, hacer, etc. En muchos casos fue una libertad vacía de horizontes, hacia
el hambre, la miseria y el desarraigo. Es tema largo, desde luego, que afecta
frontalmente a muchas de las libertades que hoy andan por ahí, y que entregan a
pueblos, generaciones, masas a la desesperación, la miseria, la emigración. Es
la terrible e interesada libertad del capitalismo o el liberalismo, al que habría que nombrar inequívocamente con todas sus letras, sin admitir que se degrade esa calificación al cajón de las antiguallas: "ca-pi-ta-lis-mo".
Volvamos a la exposición, que resulta un apasionante paseo por la historia de la expresión artística, en la que se han introducido evidentes jalones harto atractivos que funcionan como cebo para el espectador: desde la Anunciación [c. 1428] de Fra Angélico hasta los Fortuny y Sorollas finales, pasando desde luego por El Bosco, el autorretrato de Durero (1498), La Sagrada Familia del Cordero (1507) de Rafael; bastantes cosas de Rubens, entre las cuales, los exhuberantes cuadros sobre los sentidos (¡imposible identificar todas las flores y frutos!); el Agnus dei (1635-40), de Zurbarán; la Vista del jardín de la villa Medici en Roma (1639-40), de velázquez –que vuelve a ser el más discutido, el más interpretable; la veintena de Goyas, los grandes retratistas del s. XIX....
Es una comprobación de lo dicho más arriba: no se podían obtener fotos –aunque sí comprar postales y demás, yo adquirí el catálogo–, pero de vuelta a casa, vía internet, uno puede recuperar prácticamente toda la exposición y todas las imágenes.
Muy interesantes sus reflexiones y ciertas, cualquiera se pierde sin guía de conocimiento entre tanto arte ofertado, difícil discriminar y, lo que se comenta ahora, angustia y síndrome de que uno "se pierde algo" entre tantas opciones. Habrá que volver a otro arte, el de la relajación espiritual por el método que sea, disfrutar a fondo de algo, sin prisa, a saber ir despacio, respirando hondo.
ResponderEliminarUna maravilla la pintura de ese jardín, que al natural es precioso, ese jardín de verano con el calor y el perro disfrutando feliz de la sombra.