Me pide un prestigioso conocedor de la poesía del Barroco permiso para publicar en un florilegio de versos en honor de Luis de Góngora un soneto titulado Soledades, de China destruida...., y así se lo envío –aunque contiene una trampa menor; pero al mismo tiempo recorro parte de la poesía anterior publicada y encuentro multitud de versos escritos al arrimo, recuerdo y veneración del poeta cordobés: elegí otros dos más para el tríptico; pero la verdad es que hubiera podido añadir un puñado más, como el cuarto que incluyo también aquí, que proceden más del ductus poético de Góngora que de la paráfrasis temática o las variaciones sobre sus versos.
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Soledades
Si pudiera escuchar contigo algunas
arias de Haendel, me daría igual
que ya no me volvieras a mirar
por el arcaduz bello de una mano;
el designio, la fábrica y el modo
del cabello en estambre azul cogido,
haciéndoles atalaya del ocaso,
hasta dónde se besan los extremos;
tejió en sus ramas inconstantes nidos
cuando más escurecen las espumas
y mientras dulce aquel su muerte anuncia
no hay silencio a que pronto no responda.
Campo amanezca esteril de ceniza.
La razón falta donde sobran años.
Los otros dos casos son diferentes, al primero, que se encuentra en una entrada referida a los clásicos en este blog, se refiera la coletilla del párrafo anterior
El segundo termina un paseo por el Retiro hacia la Puerta de Alcalá, en donde se esconde un discreto monumento a Góngora.
Y estas ahora que el primer invierno
de cuantas esparcidas en el barro
hojas de luz de forma y de colores
con el tiempo caídas se olvidaron;
de cuantas esparcidas en el barro
hojas de luz de forma y de colores
con el tiempo caídas se olvidaron;
y estas que desprendidas con el viento
las ramas del Retiro desnudaron
flores, cuantas trenzadas dispusieron
el iris que llegó con el verano;
y esta que tanto si se queja y dice
por copas de los árboles cegados
costumbre con que pasa los otoños
costumbre con que el tiempo se ha pasado,
este que con la vida a cuestas sigue
tiempo mientras y cuando terminado.
Vestidos
de abanicos de colores,
gincos y arces casi deshojados;
el árbol del amor aun resiste,
dejaron de ser fronda los castaños;
con fondo de palmeras y de pitas
un frágil liquidámbar desmayado
va dejando distintos amarillos
para tejer alfombras en el prado;
hacia el paseo donde están los tilos
montan guardia esqueletos de avellanos,
olmos que se han traído los inviernos,
y acacias otoñales en los bancos.
Se esconde Góngora en los parasoles;
los tilos arriba están, verdes y alzados.
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