Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 23 de diciembre de 2012

De Ronsard a Blas de Otero, pasando por Góngora. Tratadillo de fuentes


Cuando uno lee –en general cuando uno actúa– hace sonar su propia sinfonía, tanto o más complicada según sus circunstancias. Vivifica los sonidos adquiridos y almacenados con los que recibe, y con frecuencia acumula referencias que se cruzan en la experiencia momentánea que atraviesa: quizá sea uno los placeres de la experiencia artística. Todo eso bien sabido es. Como lo es el control que uno quiera ejercer sobre ese estallido de incitaciones, que puede dejar en libertad o puede intentar delimitar rigurosamente mediante el control inteligente de lo que se le viene. He dicho "intentar" porque no siempre se controla el baúl de referencias que guardamos. La enorme capacidad de la música para evocar, por ejemplo, juega con frecuencia en campo etéreo y nos alcanza con un vaho a veces impreciso, del que no alcanzamos a saber más que su resultado sobre nuestro estado de ánimo, sin llegar a anclarlo en un momento exacto de nuestras experiencias anteriores.
A lo largo de mi carrera docente y profesional he disparado casi siempre contra el tratamiento dado a lo que se llama "fuentes", no solo porque el origen de la fuente haya podido estar en el modo común de hacer las cosas en situaciones semejantes –la vieja poligénesis, y entonces recordaba la reseña de Dámaso Alonso a Curtius–, sino porque el señalamiento de una fuente o de un lugar común es posterior al estado de ánimo, inspiración, deseo expresivo, etc. que acucia al artista y que le alivia cuando encuentra el cauce adecuado para manifestarlo, la fuente. Lo importante es dar cuenta de aquel estado previo, al que se somete la fuente, no hablar de la "fuente" como origen, lo que constituye un acto de rebajamiento erudito que convierte el universo de la creación en la fabricación de un producto industrial menor. 
Y me he dado cuenta, por cierto, de que la razón "fuente" se encuentra tan asentada en nuestro mundo crítico y académico que es difícil desterrar los argumentos que con ella vienen debajo del brazo.

Ronsard se refiere a la dama (soneto XVI de Les Amours) para "jamais m'aprocher / de sa beauté si fierement humaine", lo que enseguida nos recuerda al Góngora que rebotó Blas de Otero, y que fue cobrando tonos distintos en cada ocasión. ¿Habrá leído Blas de Otero a Ronsard? Posiblemente, pero no sé si recordaría este verso al leer los de Góngora u otros que este humilde lector tampoco recuerda. Encrucijada de caminos la de aquel poeta cordobés rebosante siempre de poesía, probablemente mal entendido, incluso en su rincón del Retiro, en la plaza de parasoles chinos. ¿Le habría gustado a Góngora ese lugar que le han dado, demasiado cercano a la verja de la calle Alcalá?

Monumento a Góngora en el Retiro (Madrid)
A veces Góngora resulta tan complejo que sobre un mismo pasaje caben silencios distintos y peligrosos, pues su bibliografía crece de modo desmesurado; en estos momentos Góngora es un poeta acorralado por la crítica más sesuda. Y Góngora está lleno de rincones insospechados, por su belleza o por su  latencia de significados. 
Vamos a uno, en un romance que Carreira –el mejor conocedor de su poesía– gusta de comentar como "primera jácara de nuestra literatura, género que desarrollarán Quevedo, Cáncer y otros décadas más tarde", es decir, con ese prurito infantil de clasificar al cordobés continuamente como el mejor, el más guapo, el de nariz más grande, el primero que. No parece que en la historia de nuestra literatura se pueda hacer nada con esas proclamas cuantificadas de carreras, pero sea. Se trata de un romance de rima chusca (en "ete"): "Tendiendo sus blancos paños / sobre el florido ribete / que guarnece la una orilla / del frisado Guadalete, / halló el sol una mañana / de las que el abril promete, / a la violada señora / Violante de Navarrete...." Y ese es el texto del manuscrito Chacón. El editor va comentando en nota lo más alejado del lector actual, con la fea costumbre de apoyarse en Autoridades y dejarse lo más difícil en el tintero. Y así no sabemos bien por qué esta hembra es "entre lacayos cohete" (14), o no se actualiza el valor semántico de "bufete" (v. 16), etc. Esa precariedad se mantiene hasta el final, dejando a buenas noches al lector. En fin, nos vamos al v.  89, que es el único en el que, en este romance, se anota "palabra de significado desconocido":

"Quiero bien a ese galán, Y si no te quieres mal, vete, / que arena viene pisando / el de lo pardeguillete"

No me creo que gongoristas habituados a interpretaciones basadas en todo tipo de escorzos lingüísticos no hayan ido a interpretar ese vocablo inexistente como un sencillo calambur: "par-de-guillete", 'viene el que te va a dar lo merecido y ponerte un par de grilletes'; y que hayan montado sus lucubraciones sobre los trazados de la r/u, ya que –como dice el propio crítico en su monumental edición de los romances (I, 579)– "la palabra ya fue problemática para los distintos escribas, a juzgar por las variantes". 
Góngora a veces parece desamparado.
Yo lo leo, ensimismado y feliz, muchas noches, sin que lo sepan los gongoristas, que lo tienen por suyo.
Este post, entre fuentes va, de París a Florencia.








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