Es inevitable al ver los mercados chinos pensar en que muchos productos se van a perder, porque no se venderán; parece imposible que se puedan vender –y comprar– tamaña cantidad de productos perecederos; frutas, verduras, bollos, pescados, bebidas.... Y sin embargo, si uno vuelve o pasa por el mismo mercado al anochecer, el tendero, el labrador, el cocinero recoge la carreta, el puesto o el hato prácticamente vacío: se ha vendido todo o casi todo.
Uno de los mercados mayores que he visto, en ciudades de tipo medio, que es por donde he estado, es el de Lijiang (Yunnan), en el corazón de la ciudad vieja, un lugar que se organiza y recoge cada día, a pesar de su extensión y de su complejidad. Los puestos fijos, en las casas, sencillamente abren toldos, puertas, persianas; parece que la mayoría de los tenderos viven en la parte de arriba de las casas, que son de dos pisos. Pero en lo que sería la calle, entre las casas que se amontonan irregularmente, el espacio por donde pasa el comprador o el caminante, son como callejuelas o pasillos en los que se asientan los vendedores, que no me atrevo a llamar ambulantes, porque allí establecen, alineados, sus carromatos (bicis, coches, carros...) en donde han traído lo que van a vender, normalmente productos frescos del campo, lo que incluye hongos y setas.
Lijiang ha de ser un paraíso de estos productos, pues además de los vendedores ambulantes, hay tiendas de todo tipo que exponen en grandes cestas una enorme cantidad de este tipo de productos, normalmente desecados; y he visto que forman parte de las comidas de los restaurantes y, empaquetados o tratados industrialmente, de las ventas en supermercados y tiendas de alimentación.
El panorama no quedaría completo si no añadiéramos las gigantescas barbacoas que ocupan calles enteras, con alineación de cocineros (¡he llegado a contar una hilera de cuarenta!) que preparan y ofrecen sus productos para la consumición inmediata.
Qué variedad de colores, olores y sabores.
ResponderEliminarEs precioso.
Muchas gracias por hacernos partícipes de tus curiosos recorridos.
Un abrazo.
Ana María