Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 26 de noviembre de 2013

Volver de vez en cuando a Salamanca

Fonseca
Casa de las Conchas
Extraña esta ciudad milenaria, entre la sensualidad y el estudio, arrinconada en ese frío, pero decorada con el calor dorado de los atardeceres, ahora casi iluminada por las arboledas del Tormes. Si el día es limpio y soleado, el azul resulta terso y deslumbrante. He estado en ella muchas veces, y he vivido –en la calle Libreros– de joven: y aun me impresiona y no sé qué buscar recorriendo sus calles y deteniéndome en rincones, monumentos, lugares históricos. Las últimas veces he vuelto a admirar la plazoleta que se abre delante de las ursulinas y desemboca, por detrás del palacio de Monterrey, en otra placita muy peculiar, Unamuno en el centro. Y al ir allí, estar allí, mirar allí, sí que siento algún tipo de emoción, que no ha de ser humana, porque, como diría Machado, allí no nací ni a la vida ni al amor, por tanto no puede estar allí mi corazón: habrá de ser lo que aprendí, sentí o me ocurrió mientras leía con pasión pedante y adolescente, primero a Unamuno (desde mi ventana se veía la "parra" de la casa rectoral), luego y sobre todo a fray Luis, con cuya estatua me cruzaba cada día cuando iba a trabajar a la biblioteca de la Universidad –mi primer trabajo, cuando me marché de Madrid (año 1962-63, lo que señala la causa)–. Mi devoción por Unamuno se apagó un tanto, pero las odas luisianas me han seguido acompañando, lo mismo que sus versiones poéticas.

Por la mañana recibía clases en el Palacio Anaya –Senabre, Cortés, Real de la Riva, Lázaro Carreter...; y allí me volvía a cruzar con don Miguel, más tenaz y pétreo que nunca, el de Victorio Macho y la cruz de la leyenda en el pecho.

Cuando tenía tiempo, poco, deambulaba por los patios y me iba a admirar vencejos, en verano, o estorninos, en otoño: me obligaban a mirar arriba, a la catedral o la Compañía. Extraña emoción, quizá emoción histórica.
Estorninos en clerecía
Ahora he vuelto, para conversar sobre Quevedo con mi querida amiga y colega Lía Schwartz, de visitante en Salamanca, sobre Quevedo, que es un pretexto que nos une académicamente para decir las cosas que los buenos amigos, un poco de vuelta de todo, se dicen. En medio, Lina Rodríguez Cacho, la pasión de la literatura encarnada en una salmantina: no sería Salamanca la misma sin Lina diciéndonos todo lo mucho que siempre tiene que decir.
Conversar se va convirtiendo en un remanso de los azares de la vida y de las destemplanzas del tiempo. Y la conversación pasa de ser un motivo de comunicación –lo que se dice– a valer por ella misma, un hecho fáctico.

Muchos orientales he visto –chinos, japoneses...– que recorren con su paso corto y peculiar las calles peatonales y reaparecen sonrientes en bares, bibliotecas, clases.... pero Salamanca persiste impertérrita con su serenidad de piedra y frío, acoge a todo y exige pronto bufandas, gorro y guantes. Es inútil que se haya llenado de comercios de embutidos, más caros que en cualquier otro lugar, o que hayan proliferado hamburgueserías americanas. La ciudad mantiene su corazón en forma de plaza y su laberinto de calles rosadas con un edificio histórico a cada paso. Y si uno entra.... he aquí quizá una de las ciudades que conserva la mayor y más admirable riqueza de patios y claustros históricos: las Dueñas, San Esteban, Las Conchas, Clerecía, el Patio de Escuelas, Fonseca, el Museo Municipal.... Entre los enumerados –¿cuántos más hay?– no había visto nunca algunos (como el Palacio en el que se ha montado del Museo Municipal, algo pobre de contenido, pero soberbio de espacio).
Si los patios y claustros invitaban a la meditación, Salamanca será una ciudad para meditar, a la que hay que volver de vez en cuando.

Palacio Anaya

Museo Municipal


2 comentarios:

  1. Emocionante, preciosa crónica, Pablo. Dices que es una emoción extraña... creo que es emoción de lo vivido, muy humana me parece. Toda una declaración de amor a Salamanca, dan ganas de salir corriendo hacia allí.

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  2. Bello texto, digno de la belleza de las fotos que lo acompañan.

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