Las recientes manifestaciones de nacionalistas –catalanes–
han vuelto a replantear no el tema de los nacionalismos, ya no solo ese, sino
el de las disidencias entre millones de personas, pues doy por cierto que habrá
muchos más que son nacionalistas y no se manifestaron, así como que habrá otros
millones que no lo son: parece ser que estos abismos ¿ideológicos? cruzan la
historia de la humanidad y la socavan, dividen y a veces enfrentan. Sin
embargo, no cabe achacar el malestar y la disidencia a los que se manifiestan,
porque quienes proclaman el estatuto de “nacionalismo no” se encuentran con un
sistema más acorde con su modo de pensar. Digamos que ha brotado, con fuerza,
un motivo de discrepancia millonaria que antes no se manifestaba de modo tan
evidente.
Mi primer movimiento es el de culpar a quienes hayan
despertado, causado, agrandado, etc. la disidencia, y a quienes no hayan sabido
obrar para que no se manifestara de modo tan exagerado y, quizá, agresivo. En ese despertador entran
todos los extremos, desde luego, todos los ultras que quieren imponer su modo
de pensar y su dogma personal sobre la sociedad en la que viven, y que no saben
separar, distinguir, admitir, tanto de modo brutal (asaltantes de la librería Blanquerna), como cuando ejercen función pública, por ejemplo Gallardón, que impone su moral privada en el ejercicio público. Obviamente no me estoy refiriendo solo a la masa
de nacionalistas que han reavivado sus convicciones hasta sacarlas a gritos y
banderas –ese es un resultado–, sino a quien hubieran debido cuidar de que la
disidencia se atenuara para que todo el mundo viva en paz.
No tengo ninguna fórmula para que los
nacionalismos no sean un motivo de disidencia, pero hay miles de personas en
este país dedicadas a esa tarea –los llamamos políticos– que deberían
conseguirlo sin dejarnos un repertorio de imbecilidades e insultos a todas horas, cuando no ocupan su tiempo en
enriquecerse, carrera en la que parece que también se han distinguido los nacionalistas catalanes.
Tengo una segunda consideración al respecto. Me produce una
extraña sensación de fraude y amargura cuando la disidencia entre los unos y
los otros se manifiesta inmedita y primariamente en términos de “financiación”,
es decir, cuando el nacionalista pide que le den más dinero o el no
nacionalista –suponemos– le dice que no. ¿Realmente será para que los dineros
se repartan entre todos o con esos dineros que pide el catalán se están
financiando cosas como la privatización de la sanidad, el arrinconamiento y la
degradación de la enseñanza pública, las armas que ya no vendemos a Egipto, los
consejeros de las grandes empresas y de los bancos? ¿Y por eso lo reclaman? Yo creo que los catalanes
–o cualquier persona noblemente educada e inteligente– no piden dinero para
tener más que los extremeños o los andaluces, sino para que en la nube política
donde se cuece todo –una mezcla de ideología y corrupción, en la que pasan desapercibidos los mejores– no se les quite
parte de su esfuerzo o de su riqueza inmediata para financiar lo que en buena medida detestan. Los
nacionalistas alientan es prejuicio; los no nacionalistas se apoyan en la
igualdad. Creo que en ambos casos se miente y se mandan a la calle banderas,
gritos, policías y constituciones.
Si se sigue ese ovillo se llega a la misma solución de
siempre: la que pasa por el conocimiento real de lo que está ocurriendo; para lo cual se necesita lo que se
llama ahora “trasparencia”, con poco temor de dios; se necesita calidad de la educación
abierta y profunda; se necesita la dignidad de la condición humana, a la hora de comer y
vivir y pensar, pero también a la hora de ir al médico o de trabajar....
Mientras esto falle, crecerán las disidencias millonarias, como una lacra más
sobre un país ya lacerado y confundido.
Lo más grave de todo es la vuelta de fachas españolistas furibundos que atacan una librería, amedrentando a personas mayores, dignas, respetuosas, pacíficas, que celebraban una festividad. Es horrible, pensar que se vuelve a esos tiempos, con tipos que también avasallaban y arrasaban a su paso por la universidad. Dan miedo y repugnancia.
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