Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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martes, 3 de diciembre de 2013

Películas de música

Me refiero al cine sobre música, particularmente al que yo echo de menos: películas sobre música clásica, de algunas de las cuales tengo recuerdos lejano y perdidos, porque no suelen ser frecuentes, probablemente porque no atraen al público. Ese es el problema grave, desde luego. Esta semana he podido ver una de esas películas (El último concierto, de Y. Zilberman, 2012), en una salita de los Golem (Madrid) en la que no había más que diez personas –y era sábado–; a la salida, en las colas de La batalla del hambre, o algo así –película fantástica y violenta– se comentaba que ya no quedaban entradas. Me acordé de Schubert, con la sala vacía, mientras muy cerca el público hacia temblar la sala con sus aplausos a Paganini. 


El problema es que se haya conseguido vaciar la sala y que tantos y tantos espectadores no sepan ver aquello y prefieran el chisporroteo de ruido y color que les entretiene la retina durante un par de horas –no me refiero a Paganini–, nada más, por no entrar en averiguar qué pasaría con los cuartetos de Beethoven si fueran a parar a los oídos de la gente de aquella cola. En realidad los dos problemas finales son siempre los mismos, y ahora me gusta denominarlos otra vez y nuevamente con su etiqueta cierta, también desprestigiada: educación y capitalismo.
Al sistema educativo, basado en criterios técnicos y mercantiles, le importa un bledo la ampliación de la libertad del hombre a partir de su desarrollo cultural: lo que puede hacer y pensar ha quedado definitivamente suplantado por lo que puede comprar. Y una vez inculcado ese principio –divino hoy–, el sistema capitalista asienta su poder en el sostenimiento y ampliación del mercado, y en la degradación aceptada de quienes viven en él, sin que se puedan plantear ni siquiera si existe otra posibilidad de vida, otro modo social de organizarse, otro modo personal de ser, otro modo de llenar su tiempo que no sea con la imaginación dormida o programada. 
El caso es que no había más que cuatro gatos en aquel cine, y no porque la película fuera difícil, extraña, mala, para pedantes y cosas así. De hecho se podría mirar con ojos críticos el quehacer de ese cuarteto de músicos asentados en Nueva York –un Central Park nevado son los exteriores preferidos–, cuya vida ha transcurrido interpretando música de cámara en las salas de conciertos de todo el mundo. Pero en la película suena y suena constantemente el cuarteto de la opus 131 en do sostenido menor de Beethoven (normalmente numerado como 31), que es la pieza que los protagonistas van a interpretar y que, según explican varias veces, Beethoven quiso que se tocaran sus siete movimientos sin pausa: en una de las versiones que yo tengo –Melos, ya sé que no es la mejor– dura cuarenta minutos. A partir de ese y otros datos técnicos, la película se organiza sobre un racimo de temas, algunos musicales (tocar sin partitura, concertar cuatro sonidos diferentes, etc.) y otros derivados (la personalidad y rasgos de cada integrante, las circunstancias que van surgiendo...) Realizada con dignidad y sin estridencias, el arranque del Adagio ma non troppo e molto expressivo sirve de motor a todo el resto de la trama y dota de una peculiar profundidad al cuarteto –que no es la mía– que de ese modo se imbrica mejor con otras circunstancias y enriquecerá al espectador, al melómano y al que no lo es: excelente película para no dejar pasar la música clásica como un ruido más.
En algún momento me ha parecido oír algún fragmento que no pertenece a este cuarteto tardío. Supongo que a los aficionados y a los melómanos –que serán más críticos– no les habrá parecido bien esta mezcla, sobre todo por lo que se dice de Schubert –que en su lecho de muerte era la único que quería oír– o de las cualidades de la interpretación, con alguna escena muy emotiva, como la que expone el primer violín a su discípula: hay que leer una extensa biografía del compositor para poder interpretar adecuadamente su música. Casos, opiniones y dichos que dejan la película abierta, para hablar sobre ella y sobre lo que en ella se ve, se dice y se oye.
El universo de las películas de música (fundamentalmente clásica) está muy mal representado y explicado en las páginas que he visto de la red: el público recuerda las más recientes, sean malas (como Amadeus) o mejores (como El Piano)  y ya ha echado en olvido algunas de las más famosas (como Muerte en Venecia  o Todas las mañanas del mundo), y ya ni idea de aquellas maravillas sobre Bach, Schubert o Chopin (Tchaikovsky tuvo peor fortuna). Y todo eso por no pasar al jazz...




7 comentarios:

  1. La cultura nunca ha sido de masas, Pablo. No le conviene al sistema montado, adoradores del dios dinero, que el pueblo adquiera criterios para saber lo qué es bueno. Imagínate a dónde irían ellos a parar!
    Te dejo un enlace, que si no lo conoces, me imagino te agradará.

    http://bav.bodleian.ox.ac.uk/browse

    Bicos.

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  2. Preciosa película. Yo la vi en Sevilla. La sala no estaba llena, desde luego; pero sí había bastante más de diez personas.

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  3. En los mismos Golem, la película japonesa magnífica de Kore-eda, también con música estupenda, llenaba la sala, así que la gente sí que sabe distinguir y hay gustos para todo.

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  4. No la he visto, anónimo, pero no me refiero a la banda musical de las películas, que es otra cuestión, también digna de considerarse. Para el martes, la filmoteca nacional (el Doré de Madrid) anuncia, por ejemplo, cine sobre B. Britten, al que pienso ir, aunque creo que es más documental que narrativa. Me refiero a ese tipo de películas.
    Gracias por el comentario.

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  5. El anónimo, de nuevo, recuerda que en su día la película El último concierto llenó las salas. Los intérpretes eran buenos y atrajo a muchísimo público. Ya sé a qué tipo de películas se refería pero yo añadía, sin embargo, las otras con banda sonora magnífica. En realidad, El último concierto trata más de la forma de ser de cada uno que de la música, más bien de los conflictos emocionales, vitales, vanidades laborales y personales, más que de música. El público, si algo es bueno, lo sabe apreciar también; en su día lo hizo y los asiduos al Golem ya se habrán puesto a ver las novedades, creo yo.

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  6. NO sabía que la película hubiera tenido tanto éxito, bien que me alegro, gracias por la matización; es positivo, habrá que alinearlo con ese estallido –avidez cultural, al menos– que delatan las colas en museos y exposiciones.
    Claro que también es verdad que la película musical acarrea otros temas y motivos y que en El útlimo concierto es fácil derivar hacia otros campos; pero está el hecho musical como tema central.
    Más gracias.

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