La escena que precede fue tomada ayer hacia las 21 horas, al anochecer. El Retiro se había ido quedando tranquilo, apacible; al pasar al borde del lago –en bicicleta–, me detuve, con mi hijo, a escuchar una maravillosa orquesta de jazz, que se llamaba con nombre inglés (¿Hot jazz Madrid...?), pero su modo de hacer y su socarronería, incluso la actitud de tocar informalmente cuando ya no había casi gente, delataban la "nonchalance" latina.
El Retiro presta su pulmón de frescura verde al secarral madrileño; es notable –hay que decirlo, creo que se trata de una privatización– lo bien que están recomponiendo muchos sectores del parque, ahora casi nuevos y recuperados; eso sí: se machacan sin piedad los nuevos prados cada fin de semana, algo que no se va a poder evitar mientras no haya, cerca o al lado, igual número de campos de deportes o de lugares para el despliegue de tribus y familias durante los días festivos.
Es distinto lo que se observa si se cruza a otras horas; con el relamido de las mañanas, por ejemplo, uno se encuentra deliciosas escenas infantiles, de guarderías que se llevan a sus custodiados a que disfruten del fresco; o esos colectivos –es una palabra que he aprendido a utilizar ahora– que organizan su descanso, su encuentro o su actividad en el parque. Como bien sabe quien lo pasee, hay una tendencia clara a hacer deporte –correr, patinaje, bicicleta....– en grupo; a veces los grupos son de adolescentes que se imaginan sus diabluras sentados en corro (alguno, a escondidas, fuma); otras veces se trata de chicas solo.... En el caso de la foto no he llegado a saber cuál era la actividad, o quizá el cese de la actividad, pero un grupo de damas permanecía tumbado, formando un círculo perfecto, inmóviles. La verdad es que daban envidia.
Nada extraño que el paseante, que en muchos casos pasa por allí camino de sus tareas, termine en alguno de los lugares cercanos todavía con El Retiro en la cabeza. Así estos días, cuando iba por la mañana a la Biblioteca Nacional, del corazón a mis asuntos, pensando en la nueva edición que ahora publicamos de Miguel Hernández, y terminaba en la sala Cervantes husmeando manuscritos que hablaban de.... El Retiro. Vi en uno de ellos cómo se distribuían los palcos y asientos en las fiestas que sus majestades hacían en el Palacio del Buen Retiro hacia 1745; leí en otro noticia sobre cómo había que desmontar los cañones napoleónicos que se habían incrustado en las escaleras de los Jerónimos apuntando hacia los patriotas; leí los voluminosos legajos que hablaban de la vieja Plaza de Toros (donde está hoy la Puerta de Alcalá, más o menos), y así sucesivamente. Sabido es que el viejo Retiro se extendía por un área en la que se incluía la que hoy se extiende desde Recoletos hacia arriba, es decir, Correos, la RAE, el Casón, el Museo del Ejército o Salón del Reino, etc.; toda esa zona. En parte contaron espléndidamente su historia dos hispanistas angloamericanos; pero quizá haga falta todavía matizar y completar más, cosa que, en lo que se me alcanza, ya está terminándose. Hay que ir a buscar la abundante documentación dispersa, y no solo la que está en la BNE; la que yo tengo recogida proviene del Archivo del Ayuntamiento de Madrid (es decir, el de Conde Duque); de los archivos de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; del archivo del Palacio Real y del AHPM, el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, entre otros.
El regalo con el que termino es un autógrafo de Bécquer que se llama "El Retiro" y que se conserva, en un sector de manuscritos todavía no catalogados, junto con otros muchos autógrafos, algún otro también de Bécquer, en la sala Cervantes de la BNE.
Bécquer vivía cerca; hasta hace poco había una lápida en la calle de Claudio Coello que recordaba el "Aquí falleció..." No la he visto últimamente, no sé si porque se quitó sin más o porque no era del todo cierta. El caso es que hubo de pasear bastante por El Retiro. No transcribo la primera y última hoja porque resultan fáciles de leer, es un relato sencillo, de aire romántico, de 12 hojas escritas por una cara. No es inédito, pues se publicó en una revista de la época (El Museo Universal, 1865) y he visto que aparece en las ediciones de "completas"; hechas las oportunas averiguaciones con colegas –no sé si estoy autorizado a poner sus nombres aquí– terminan por comunicarme que lo conoce la buena crítica becqueriana, es decir, Jesús Rubio. De manera que me limito a añadir esta noticia sentimental, que remataré –ya que lo hemos aludido– con una reproducción de una de las muchas cartas que en esas series de manuscritos recogen correspondencia diplomática de finales del siglo XVIII y comienzos del s. XIX, sobre todo en torno a la figura de Nicolás Azzara, el embajador español el Roma. Una de ellas, con el membrete revolucionario todavía, termina con la escueta firma de "Bonaparte".
Pablo, sé quer las damas tienen más encanto desde su misterio... Así que perdóname si se/te lo quito.
ResponderEliminarEl grupo de damas de El Retiro, creo las dichosas creaturas estaban en una clase de Yoga. Debería tratarse del momento de relajación, al inicio o al final de la clase.
Ahí, respirar la serenidad del cielo y de la copa de los árboles, es algo cási tan bello como un poema de Bécquer... En serio.
Un abrazo.
Gracias, Sofía. Nunca he practicado yoga, así que no lo sé. ¿No estás en Lisboa?
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