Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 6 de octubre de 2013

Primo, hazme un dibujo del sur

Granada, ayer, desde la casa de Falla

Dibujo de Alberti, para Lorca
El viajero ha tenido que ir al sur, y aunque el verbo es de obligación y la misión lo era, el viaje al sur siempre endulza el corazón. “Primo, hazme una pintura del sur”, explican en La Huerta de san Vicente –casa de García Lorca, una de ellas– cuando se enseña el dibujo que el poeta solicitó a Alberti, y que allí cuelga.
La cuesta del Realejo
El otoño granadino es todavía verano para los que bajamos desde Castilla: evidente en los campos cordobeses, en el fruto de los magnolias, en granados e 
jazmines en el Palacio de los Patos
higueras, en la intensa floración de los jazmines, por ejemplo los del Palacio de los Patos. Con muy poco tiempo, apenas he podido reavivar la memoria de algunas escenas y lugares: 
Granada camina lentamente a la destrucción de lo que no sea mercancía turística de venta inmediata, de manera que el visitante ha constatado la invasión de todas las plazoletas, callejuelas, recodos, etc. por mesas de bares y restaurantes atestados de turistas. Resulta particularmente doloroso en la mayoría de las plazas y lugares abiertos –ya no lo son– y clamoroso en algunos otros emblemáticos como la Plaza de Bib-Rambla, de la que han desaparecido todos los puestos de flores –menos uno–, no para que la plaza quedara despejada, abierta, y lucieran mejor las fachadas –por ejemplo de la Curia–, sino para llenarla de terrazas, un cordón de terrazas turísticas, que la achican y convierte el alboroto de los estorninos que coronan los tilos en una melodía bares. El concejal que tuvo la brillante idea de borrar la belleza –y el perfume– ancestral de esa plaza, terminará por talar los tilos centenarios y pagar a cazadores para diezmar los pájaros.


La plaza de Bib Rambla, tomada por bares, sin los puestos de flores 



La Corrala

Creo que nadie ha dicho nada; y no me corresponde a mí decirlo. En todo caso, he cambiado mi hospedaje habitual, en el Hotel Los Tilos de esa plaza, por otro en el Realejo, La Corrala, una recuperación de una vieja casa de vecindario: las habitaciones dan al patio central, no a la calle. Y he aprovechado la circunstancia para ver la exposición granadina de la Casa de los Tiros –un acierto, desde luego–, recorrer los patios de esa acera (entre ellas, la de la Chancillería, la casa de Francisco Suárez, etc.), acercarme a los dominicos, entrar en el claustro –hoy Colegio Mayor–, etc.; lo que siempre fue el Realejo, con su cuesta final, por un lado, y su bifurcación, por otro al Campo del Príncipe, desde donde ascendí a visitar la casa de Manuel de Fallas –allí vivió casi veinte años, hasta su exilio argentino. 


La Huerta de San Vicente
Puestos a pagar tributo a los hombres y no solo al lugar, bajé hasta el nuevo Parque de García Lorca, para volver a visitar La Huerta de San Vicente –casa de Lorca– y ver cómo había resultado finalmente la remodelación de las afueras: excelente la idea del parque, muy ordenado y limpio, con agrupaciones de olorosas, un discreto arbolado –plátanos, castaños, he visto también higueras, granados, naranjos, algún árbol tropical....– y fuentes y acequias de trazado moderno, rectas, cuadriculadas. 


Acequias del parque de García Lorca
Lo más llamativo es el campo de rosas, que ocupa buena parte del parque –estaban en flor todavía– y que, sin dejar de ser color y gracia– quizá alguien podría relacionar extrañamente con la casa de Lorca, con el poeta asesinado. La casa ocupa un lugar central, más o menos acotado por trazados ajardinados, en el que queda poco o nada del “huerto” que supongo que había sido; aunque algunos árboles centenarios o cerca de serlo que allí sobreviven –almeces, palmeras, el olmo.... – sí que delatan el lugar como el corazón, el más antiguo del parque.  El ruido cercano de coches, desgraciadamente, era ensordecedor, a pesar de algunos bosques de álamos.



De vuelta al Realejo, esta vez ya no me ha llamado la atención que fuera un barrio tomado por estudiantes, sobre todo extranjeros, que llenan los comercios, alquilan pisos y habitaciones y motivan a los muchos establecimientos de tapas, comida rápida, para llevar, etc. He aprovechado para comer y charlar con un fino y excelente poeta granadino, no comida rápida, sino lenta y conversada, en un remanso que él buscó (Albahaca) y que yo recordaba de cuando vivía aquí. Porque el viajero vivió aquí, claro, y desde la terraza de mi piso alquilado, en la C/ Valentín Barrecheguren, en la vecindad de don Emilio Orozco, maestro de granadinos, veía la estrecha calle de Elvira, “donde viven las manolas”, ahora convertida en un simpático zoco árabe.

Las ilustraciones que siguen son de la Casa de los Tiros, en donde había una acertada exposición granadina, de carácter histórico sobre todo. El dibujo pertenece a dicha exposición. 









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