Así nos recibían en una de las entradas del Conde-Duque cuando acudíamos al festival de poesía, un chulo madrileño cantaba canciones castizas en el primer distribuidor de público; abundante el público, mucho más numeroso que el una conferencia o un coloquio, desde luego: podría haber varios cientos de personas, quizá un par de miles, deambulando de una en otra sala o de recital en espectáculo. A poco que uno se diera cuenta, éramos todos poetas –me incluyo entre los confesos, para que no se crea que es inquina. En la gran sala en donde se exponían las mesas con poesía –se vendían libros, objetos, suscripciones, revistas....– habría quizá unas treinta, en su mayoría de ediciones y distribuciones poco o nada conocidas. Ofrezco una serie reducida:
Más original me resulto una sesión de cine –no vi toda, era simultánea–, en donde ocurría un diálogo también conocido: poemas puestos en imagen; imágenes que se iban a narraciones, etc. Para terminar con un precioso concierto de ¿Hipopótamo?, con dos pianos, voz y medios técnicos para lograr una fuga de ritmos, como si Bach hubiera encontrado acomodo en medio de un público mayoritariamente juvenil y entusiasta.
Visité hoy por la mañana otro santuario distinto de la poesía española actual, la antigua librería Hiperión, que ha estado durante más de un año cerrada. Enseguida me di cuenta del cambio de rumbo de aquel lugar, adonde uno iba –sobre todo– a ver lo que acababa de publicarse en poesía; y comenté con persona eficiente y responsable –no sé si me autorizaría a dar su nombre– el obligado cambio de rumbo: sus propios fondos editoriales, otra parte de librería de viejo, novedades de todo tipo, entre las cuales al menos mantiene los fondos orientales –que siempre fueron uno de sus campos.
¿Ya no se vende poesía? Ah, pero ¿alguna vez se ha vendido? Solamente se vende la poesía del pasado. Alberti, Juan Ramón y tantos otros se editaron –pagaron– sus primeros libros y aun muchos más. Ahora compramos (algunos) libros de Alberti, pero no los de los poetas actuales que publican sus primeras hojas, fancines, plaquetas, libros.... Nos resulta muy difícil asimilar todo y distinguir en el inmenso avispero poético de nuestros días.
Todo terminó en la bóveda del Reina Sofía, en donde –yo solo durante mucho tiempo– contemple, vi y escuche "La poética de lo inacabado". Y al volver a casa, Maria Wigley me había enviado seis muestras poéticas sobre tela; está visto que hay algo de universal en el lenguaje poético:
Solemos ser muy cerrados y nos cuesta asimilar sabores nuevos.
ResponderEliminarY para mí, igual estoy equivocada, que los españoles somos demasiado conservadores y así nos va en todo. Siempre yendo a la cola de las vanguardias que asoman por fuera.
Es la mentalidad nuestra arraigada en viejas academias. Apostar por lo que ya está encumbrado. Riesgo nulo.
Me hubiese encantado estar en esta fiesta. Pienso que es una buena idea. A la juventud le queda invertar y romper muros.
Bicos.