Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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miércoles, 20 de diciembre de 2017

Flora madrileña y Melchor


Aficionado como soy al viejo Font Quer, que se sigue reeditando cad vez más lujoso y más caro, aprovecho la llegada de los Reyes para pedir libros de flora, como he hecho esta vez. He conseguido que Melchor me adelante la Flora de Madrid, de Javier Grijalbo Cervantes (Madrid, 2016, ed. del autor), libro prieto y goloso que me está llenando el tedio de las elecciones en Cataluña. 


Es el prólogo denso y entra por vericuetos técnicos, que quizá aparten al profano; la falta de márgenes y la excesiva abundancia de cuadros, imágenes, etc. tampoco ayuda a que el libro sea, lo que se dice, muy hermoso; pero todo ello se suple en cuanto uno entra en él e intenta averiguar cosas como "Clave para determinar las especies madrileñas de pinos silvestres" (o de sauces, o de rosas silvestres....) y cosas de ese tipo. Emocionante la determinación de las zarzamoras, tan viejas e históricas en los alrededores de Madrid, si uno trae al magín cosas como La Zarzuela o el antecedente de la cocacola, es decir, la zarzaparrilla. Frente a Font Quer, verbo y gracia, echo de menos la denominación popular de flores y plantas, que se van a sus latines y allí se quedan, salpicados –pero no sistemáticamente– tal vez de sus nombres católicos, que muchas veces aparecen singularmente en una esquina. Uno desciende de las familias (gramíneas, juncaceae, papaveraceae....) a sus flores y plantas, a las gramas, juncos y amapolas..... Claro que sé que ese lenguaje universal posibilita por encima de las lenguas la ciencia, pero pocas veces aparece con su nombre redondo la anémona, o con su cuerpo cultivado la peonía. Aun así, qué esplendor de libro, qué cantidad de información, qué infinita curiosidad cuando uno entra en la familia de las euforbiaceae (buscaba la flor de pascua), o de las fabaceae (buscaba un citiso, por los poemas de Rubén Darío), que había plantado en mi lugar gallego y que lo derribó el cambio climático, porque tenía poca raíz, como el madroño, que tampoco pude trasplantar. Aulagas hay, en esa familia y en Madrid, como las del título de Rafael Juárez, que eran de la Sierra de Elvira (Granada).


Creo que se nota el interés y ramificaciones del libro, con esos maravillosos mapitas que sitúan cada especie en su lugar geográfico. Hayas al norte, ¿por qué solo hay dos abedules en el Retiro y abundan en el botánico de la Complutense?, ¿de verdad hay "collejas" en Madrid, y se guisarán como en el campo andaluz? Menos mal que aparece el toronjil al lado de la invasora melisa. 
Este año Melchor se ha portado bien; creo que porque he sido bueno. Pero no puedo explicar lo que entendemos por bueno Melchor y yo.

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