Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 16 de abril de 2014

Domingo de Ramos


Muy acertado hubo de ser que coincidieran las fiestas religiosas con los cambios naturales, que es lo que ocurre a lo largo de todo el año, de manera que el final de los fríos invernales y los primeros brotes de la primavera coinciden aproximadamente con la llamada Semana Santa, es decir, que la religión inscribe su marca en los cambios naturales, para que sean aceptados naturalmente también. 

Espléndido de luz y color fue el domingo de Ramos, que esta vez viví en el Ferrol, que tiene una Semana Santa de prestigio.  Sobre la que yo recordaba de otros lugares, fundamentalmente castellanos, he visto que tenía rasgos propios técnicos, por ejemplo el de los costaleros a la manera andaluza, llevan en andas los dos pasos que formaban la procesión, con media docena de cofradías, formadas –es otro rasgo– también por mujeres con cucurucho (las mujeres antes llevaban cubierta de tela sin cucurucho, como los costaleros). El paso lo marcaban dos bandas y tenía la particularidad, que he visto en otros lugares, de que en algún momento los costaleros (una cuadrilla de unos cuarenta) elevaban en brazos rígidos el paso durante unos segundos, y la gente aplaudía, lo mismo que aplaudía cuando ejecutaban en orden y compás la entrada en la calle Real desde la plaza del Amboage, en maniobra lenta, medida y probablemente difícil.




Pero lo mejor de aquel domingo de ramos lo ponía el aire festivo de la gente, bien vestida ("Domingo de Ramos el que no estrena nada se queda sin manos"), con sus palmas y ramas verdes de olivo y, sobre todo, laurel; las pastelerías que anunciaban los dulces típicos, la ilusión de los niños, que también formaban pequeños grupos, la sensación de vida recobrada y el que todavía se pueda y se deba hacer en grupo, en comunidad, socialmente, sea con el pretexto –o la fe– religioso, sea como mero motivo de sentirse uno más en la comunidad.


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