Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

jueves, 6 de octubre de 2011

Versión de un poema de Gemma Gorga, "El barquero"


Llevar-se d’hora i comprovar que tot és al seu lloc, 
que les finestres no han envellit tant en una nit, 
que el pa d’ahir segueix tendre per a les dents de llet 
del nou dia, que a la cuina perdura l’olor groga 
del curri, l’olor de les nostres mans fent el sopar, 
fent, lentes, l’amor sota els llençols blancs de la farina, 
que els llibres encara conserven, tossuts, la memòria
de les paraules, que tot és, en fi, on ha de ser,
començant pels ossos i acabant per les papallones,
pels meridians i els silencis que ocupen l’exacta
latitud celeste que algú els va assignar. I així, cada
dia, la mateixa feina per passar de l’ahir
a l’avui, per creuar les aigües fosques de la nit
amb èxit i tornar a començar com si res no hagués
passat, tret d’una mica de temps, el fang dels segons.
Fins que una nit embarcarem, però serà un altre
el riu i un altre el barquer. I aleshores, digue’m, ¿qui
mantindrà el nom, qui salvarà l’olor de tot allò
que hem estat, que per nosaltres ha estat, quina mirada
guardarà les finestres, el pa, les mans, la memòria,
els llibres? Quin llot s’atrevirà a engolir tanta vida?



El barquero (de El desorden de las manos, 2002)

Levantarse temprano y comprobar que todo sigue igual,
que las ventanas no han envejecido tanto durante la noche
y que el pan de ayer sigue tierno para los dientes de leche
del nuevo día, que en la cocina perdura el olor áspero
del curri, el olor de nuestras manos preparando la cena,
preparando el amor bajo el lienzo blanco de la harina,
que los libros todavía conservan, tozudos, memoria
de las palabras, que todo está en fin donde tiene que estar,
desde los huesos hasta las mariposas, pasando por
los meridianos y por los silencios, que ocupan la exacta
latitud celeste donde alguien los dibujó. Y así cada
día idéntico trabajo para pasar del ayer
al hoy, para atravesar las oscuras aguas de la noche
con éxito y volver a comenzar como si nada hubiera
pasado –más que un poco de tiempo, el fango de los segundos.
Y así hasta que una noche embarquemos. Pero será otro ya
el río y será otro el barquero. Para entonces, dime, ¿quién
mantendrá el nombre, quién resguardará el olor de todo aquello
que hemos sido, que por nosotros ha vivido, qué mirada
recogerá las ventanas, el pan, las manos, la memoria,
los libros? ¿Qué lodo se atreverá a anegar tanta vida?





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