Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 5 de junio de 2012

"Razones para no tirar las cosas"

Quienes escriben en verso –a veces, los poetas– suelen hacer gala de una prosa fluida, rica, jugosa, expresiva, precisa, quizá porque el campo de la prosa no les exige tanto como el del verso clásico; el mejor ejemplo que se me ocurre, para generalizar, es el de la prosa de Juan Ramón Jiménez, que acabó enamorado de su propio quehacer y quiso reconvertir toda su obra poética en lienzos en prosa: no le dio tiempo a ir más allá de Espacio, poema en prosa que ha embobado a críticos e historiadores y que a mí, desde luego, que no tengo que hacer méritos basados en la admiración, me parece un rincón poco valioso de JRJ. 
A veces el poeta decide hablar, sencillamente hablar. Y hablar con la lengua de cada día puede entrañar tantas dificultades o más como hacer gorgoritos, porque se habla para decir.
Sigo pertinazmente el quehacer poético de bastantes escritores actuales, y con su lectura medito y me enriquezco. Uno de ellos es Luis García Montero.

Parece lógico que Luis García Montero cuando va a la prosa vaya a hablar y que en su lenguaje se digan cosas, lo sabe muy bien quien lo haya venido leyendo. Curiosamente, el subtítulo de su último libro, en prosa, es "razones para no tirar las cosas". Lo que no se tira es lo que está, apoya nuestro vivir, se usa y permanece durante el escaso tiempo en que nos ocupamos estar por aquí. El gesto está lleno de significado y, si no se me confundiera, subrayaría que es hermoso, y hablaría de la hermosura en términos simples –como él lo hace del amor, el despertador, la copa....– sin sacarlo de quicio, pero sin ocultarlo.
Cierto es que esta objetividad, que puede llegar al mero nombre –me autocito, perdón, con lo que señalaba hace poco en este blog de María Salgado y su Ready, se reviste entonces de un latido simbólico imposible de eliminar, porque la sencillez termina en la nominación, y las cosas se resisten a ser lugares físicos y perceptibles: en cuanto entran en contacto con la dimensión humana se enredan con el recuerdo, el corazón, la emoción, los deseos.... Se enredan. Por eso las "cosas" pueden ser un baluarte, la resistencia para que no anulen lo que somos y sentimos. Y ese es el título del libro "Una forma de resistencia".
En otras ocasiones –lo hago siempre que puedo– he pedido que la circulación se pare, con policia motorizada, cuando viene del aeropuerto un maestro, una enfermera, el panadero.... cuya tarea es, sin ningún género de dudas, más valiosa y digna de cambio de tráfico, que la de un político o el director de algún emporio financiero o comercial. De ese tenor otras cuantas propuestas que me han llevado contra las cuerdas, por ejemplo en mi universidad, lugar de pandillas con corbata. No creo que se logre nada de nada, ahora, sobre todo, que se ha conseguido construir problemas que gravitan enormes y lejanos sin posibilidad de explicárnoslos  con las entendederas de la gente común. Nos los explican incansablemente políticos y banqueros, por fin inextricablemente maridados, sin ningún tipo de vergüenza, a cada telediario, a cada periódico. Ya se ha conseguido que haya un dios lejano, inaccesible, todopoderoso, amenazante, con su doble cara político-financiera, que justifica el paro, la miseria, las colas en el ambulatorio, la degradación de la enseñanza.... Es un dios un poco hijo de puta, dicho sea con todos los respetos para esa jodida divinidad.
Por eso el libro de Luis García Montero es tan oportuno y tan hermoso, y nos podemos sentar a paladearlo; como yo les suelo decir a mis alumnos: hay que tomarse más en serio las flores, la música, el amor, la ternura.... sean ustedes –o sed– sensibles sin pudor, tiernos sin recato, abiertos a ser y conocer, negándose a la argumentación que no alcancemos, a la ceguera de la conducta, a la condena de la libertad, y así con un rosario de posibilidades que, asombrosamente, nos están prohibiendo.  Párense ustedes –o vosotros– a contemplar su estado, a mirar esas que fueron pompa y alegría, el derrumbe de los muros de la patria mía, la espina en el corazón clavada, la vuelta de las golondrinas a los balcones, o el romero y el amor del campo (para desagraviar a JRJ).... Mejor lo dice LGM: "Hay que tomarse con más serenidad las aceras del otoño, los amaneceres fríos del trabajo cotidiano".


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