Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 18 de marzo de 2012

Madrid, El Rastro




Empieza con cacharros y termina con flores, de Tirso de Molina a la Ribera de Curtidores. Es el Rastro de Madrid, el mercado de todo de los domingos por la mañana, cuya presencia se detecta ya desde la glorieta de Embajadores, junto a las verjas del IES Cervantes –allí estudié yo mi bachillerato– hasta que se alcanza la Ribera de Curtidores, la calle central de la que salen callecitas llenas de gente.

Termómetro de muchas cosas de Madrid: de la población flotante, del paro y la crisis, de la menguada artesanía, del negocio de chamarileros, de colecciones de cromos de todo tipo, de carteristas y extranjeros.... El Rastro, como todo el mundo sabe, era el viejo matadero de Madrid, mercado popular donde los haya, del que sin embargo han desaparecido –o al menos yo no lo he visto esta vez– algunas de las calles y rincones más típicos, como el de los pintores o de los animales (perros y gatos de raza sobre todo).  Y el rastro aparece con frecuencia en la literatura clásica como barrio popular de Madrid, al sur de Madrid.


Probablemente las ordenanzas municipales han ido saneando ese comercio. No sé si también habrán saneado el de la japonesita que vendía deliciosas braguitas de encaje, los magrebíes con excelentes piezas de cerámica o los que vendían sus propias poesías, a veces a voz en grito. Lo artesanal sobrevive, es verdad, pero por lo general con escasa capacidad de atraer al curioso.


Siguen y aun han aumentado quienes exponen la manta con sus pertenencias más dispares: zapatos, cuadros, planchas, libros, la taza de desayunar, un paraguas.... Y aun se pueden encontrar pequeños chamarileros especializados en relojes viejos, lámparas, botellas, cueros, etc. Son los menos: se adivina que hay una industria que por debajo suministra género a senegaleses, gitanos o simples vendedores y que, por tanto, venden las mismas gafas de sol, relojes digitales, aparatos eléctricos, ropa de marca falseada, etc.

¿Habrán llegado de madrugada los carros cargados de libros? Era un viejo hábito, acudir antes del desayuno a examinar lo que llegaba, antes de que pasara a los montones de volúmenes a 2 o 3 euros y precios semejantes.
Al cruzar la calle Mira el sol me he acordado del poema de Blas de Otero (en Hojas de Madrid) a esta calle, cuando gustaba de pasear por los barrios. Luego he ido a la plaza de los cromos, en donde he visto lo que se lleva: pokemos de todo tipo, isak de fútbol, postales.... Aparte de los negocios memor o pero organizados, lo más curioso era ver cómo se producía el intercambio entre los chavales: se acercaban al corro con su mazo de cromos, se miraban y se cambiaban el mazo, cada uno repasaba el del otro y separaba los que no tenía (¡se conocían de memoria lo que sí tenían y lo que les faltaba!), luego cambiaban uno por uno, apenas se decían nada, sonreían, y se iban con el mazo a otro corro. 


Como todas las cosas gigantescas de Madrid no hay que empeñarse en verlo todo, de modo que un par de horas son más que suficientes para subir hasta el mercadito flores de Tirso de Molina,  amenizados por bellísima música hispanoamericana que canta el trío de la foto. La mujer, que me ha visto tomarla, me ha sonreído, me ha guiñado el ojo y me ha señalado el lugar de las monedas. Le he echado, sonrisas y monedas, desde luego.
niños y adultos cambiando cromos





6 comentarios:

  1. RECUERDO
    Hace muchos años fui al rastro- la única vez que he ido- y caminé por esa corriente de gente y cachivaches con entusiasmo y la inquietante sensación de sentirme un poco perdida. Cuando llegué a casa, mi bolsa, de "piel vuelta", que era bastante gruesa, estaba rajada de arriba a abajo. Saber que la navaja había estado tan cerca de mi cuerpo me estremeció. No Se llevaron nada, el galimatías de mi bolsa era incluso peor que el del Rastro.

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  2. Sí, es un riesgo; hay que ir bien pertrechado y sin nada de valor. Y no solo son los cacos, muchos lugares –lo sabe todo el mundo– se han especializado en la venta de objetos robados (periquitos, bicicletas, libros, etc.) Esta vez me ha llamado la atención, por cierto, que había aumentado considerablemente la presencia de la policía patrullando.

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  3. El Rastro es un lugar de encuentro: se encuentran, como dices, los niños para cambiar sus cromos, los amigos que después de las compras se van a tomar unas cañas, los vendedores con los clientes habituales, etc. Es un mercado peculiar que atrae a miles de madrileños y turistas cada domingo, un reducto mercantil frente a los grandes centros comerciales y las multinacionales que nos rodean por todos lados. Y como en otros lugares de Madrid y demás sitios en los que hay una masiva afluencia de gente, hay que tener cuidado con los carteristas.

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  4. Vivo junto al rastro, en la calle amparo (Lavapiés) y acostumbro a bajar todos los domingos a dar una vuelta. El sentimiento que tengo cuando voy es un poco contradictorio, ya que por una parte me siento en casa al conocer ya cada rincon de este lugar, y por otra parte cada domingo me parece un lugar distinto. Me encanta urgar y revolver en los puestos en busca de algún tesoro; a veces hay suerte y a veces no, pero se trata de tener paciencia y, si no encuentas nada, volver el próximo domingo.
    Tengo 25años; los mismos que llevo viviendo en Madrid, y puedo decir que NUNCA me han robado en el rastro ni en cualquier lugar del centro. Todos sabemos de sobra que cuando hay aglomeraciones hay que tener ciertas precauciones con las pertenencias, pero tampoco he tenido que dejar todas mis cosas de valor en casa para que no me roben. Simplemente hay que estar al loro y no despistarse.

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  5. Vivo en el número 37 de la Ribera de Curtidores, a veces la gente no sabe donde está esta calle y entonces digo El Rastro y quedo totalmente identificada. Creo que es lo mejor y eso que procedo de Caranbanchel que bueno, perdón, es lo segundo mejor de Madrid, pero desde la Ribera de Curtidores abarco todo mucho mejor. Aunque enamorada, estoy sola y no es porque no lo tenga claro respecto al hombre que me gusta sino que desde mi divorcio me da un poco de miedo, veo a digamos mi chico todos los días y sólo espero que me diga algo, a mi la verdad es que me cuesta mas y cuando se pasa días sin cruzar palabra conmigo, literalmente me muero ........................

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