Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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domingo, 27 de agosto de 2017

Viaje a Mongolia interior


Manzhouli la extraña y bella ciudad que hace frontera con Rusia, y a la que hemos llegado después de seguir el curso del rio, cruzando las extensas praderas (草原) de Mongolia. Digamos que ha sido el final de uno de nuestros trayectos. Durante el viaje: caballos, mucho ganado (vacas y ovejas), pero también bandadas de cuervos, colmenas, campos de colza (aún con la flor amarilla) y extensas eras de trigo recién recolectado. En algún momento el viajero se ha parado a fotografiar las flores silvestres, lo que ya mostraré. No he visto perros en los rebaños de ovejas, pero sé que hay lobos, aunque las montañas son las rusas, lejanas, al otro lado del río Gen. EL ganado atraviesa constantemente la carretera, para beber en humedales, que son muy abundantes.









Para un paisajista, lo mejor, el juego de verdes en las praderas, y el de azules y blancos en el cielo Y los tejados añiles en casas pintadas de naranja de los pueblos. Me ha llamado la atención la cercanía de las nubes a la tierra, pero no me lo sé explicar. 
Pueblos y aldeas son muy especiales, de casas bajas con techo añil, paredes y fachadas de color naranja, normalmente de madera (¿de abedul?), aunque en otros lugares he visto adobe y ladrillos de arcilla.

Javi no ha querido comer cordero. Verduras y un plato de huevos (¡con ocho huevos¡). Para desayunar, leche fresca, mermelada de arándanos, bollos... Esta noche, si llegamos a la frontera, compraremos  chocolate ruso, que se vende bastante barato por todos lados. 




Los viajeros habíab alcanzado por fin el extremo norte de su viaje, en Mongolia interior, al llegar a la frontera rusa. Creo que lo primero que hicimos fue comprarnos una tableta de chocolate ruso, que devoramos compulsivamente. El chocolate es muy caro en China y las marcas europeas que llegan lo hacen a precio desorbitado (Dove, Richter....) Nos lo merecíamos después de un largo viaje entre pastizales, llanuras, humedales e inmensos bosques de abedules, que vuelve a ser –junto a las pináceas– el árbol más abundante. El tiempo se ha ido enfriando poco a poco, han desaparecido las frutas, aunque quedan tomates y verduras. De hecho, en un alto en el camino hemos vuelto a tomar berenjenas, mi plato preferido en China, esta vez terminado en yogur, ya que en esta zona –ganadera por excelencia– son abundantes todos los productos lácteos.


Lo más llamativo en pueblos y ciudades vuelve a ser la arquitectura, cada vez más contagiada del ruso (cúpulas de colores, predominio de rectos y frontispicios, portalones gigantescos....todo algo gesticulante).


Mongolia interior es una región enorme con escasa población, lo contrario que en China. El alto en el camino ha sido en un lugar minúsculo, una población probablemente artificial con casitas de madera muy bien acondicionadas, en una de cuyas habitaciones esperamos a que, a la hora de cenar, se encienda alguna luz en las cuatro calles y alguien nos sirva un arroz frito o un caldo con fideos.
Javi ha encontrado un ciervo en un corral.



El viajero tiene muchas dificultades para redactar este blog, casi nunca logra conectar al wifi y cuando lo hace, la censura de China a las cosas europeas y americanas estropea todo; o sea que cuento lo que puedo y cuando puedo. Muchas veces tampoco puedo elegir las fotos adecuadas.







Finalmente hemos contratado un 4x4 para poder atravesar estepas y pastizales, pues queremos llegar, además de a la frontera rusa, al inmenso lago Hulur.
La cena fue muy abundante, como siempre en China.
Nos acostamos pronto, porque anochece pronto y es costumbre. A la aldea llegó bastante gente. A las seis y media de la mañana ya andaban todos brujuleando. Empezamos una nueva jornada que no sé si este artilugio me dejará contar. 


El tiempo ha ido de la lluvia y el viento a una jornada espléndida de sol radiante, que embellecía el juego de colores de los pastizales.






















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