Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

viernes, 14 de noviembre de 2014

Hacer pis en Francia

Hacer pis/orinar/mear.... en Francia es una tarea costosa, que puede ir desde el euro en la estación del Este a los 0,70 cms. en la del Norte, estación que tiene la particularidad de no tener sala de espera, delicadez con los viajeros que por allí pasan, que se puede paliar dando una vuelta por la Rue Magenta y aledaños, bulliciosa y muy parisina, una delicia; bien es verdad que con la mochila a rastras. La Gare de Lyon, por otro lado, me parece que es la mayor de las muchas gares de la capital vecina, pero adolece también de depositorios de desechos humanos, harto caros; aunque allí lo caro no es solo cumplir con un rasgo fisiológico, es el lugar en donde, por ahora, he pagado el café más caro de todos: más de cinco euros, en el Starbucks –por la cosa de conectar y leer el correo. Y el café, malo a conciencia.
Hace poco, en viaje a China, me maravillé de la extraordinaria frecuencia y señalamiento de los aseos públicos en muchas ciudades grandes, obviamente gratuitos: a la civilización china no se le ha ocurrido todavía poner precio a lo necesario (por cada gripe, por ejemplo, diez euros; un catarro con mocos, 7 euros; sin mocos, tres; cada tos, diez céntimos....) y de ahí a otras carencias (impuesto a los cojos, a los ciegos, a los niños, a los viejos, a los enamorados....; de donde se pasaría a los impuestos por granos, calvas y berrugas, verbo y gracia). Por cierto, creo que a la palabra berruga le viene bien la b-, y por eso va así. Cien euros cuesta el nuevo diccionario de la RAE.... Sin comentarios.

estación de Lyon en París
No se han dado cuenta las autoridades del negocio que se abre, retomo el tema del pis.  Los catalanes, que en esto sí que son avispados, ya han introducido pagar los pises en la estación de Sants, y supongo que también en otros lugares públicos.  Téngase en cuenta que el viaje en metro por Barcelona (2,15 billete simple), ya es bastante más caro que el de París (1,80 me ha costado trasegar entre estaciones con el RER) y que con algunas triquiñuelas bien organizadas se puede sacar excelente tajada al usuario. Pongo un verbo y gracia: para cambiar un billete de TGV Paris-Barcelona, la página de la SNCF te lo consiente, pero el cambio implica que pagas prácticamente el doble ahora, o en otras palabras, que no te cambian nada, sencillamente te vuelven a vender otra vez el billete. Más sutiles y venenosos en RENFE, cuando intentas cambiar un TGV, por ejemplo el de Barcelona-Madrid, no te permiten que elijas ninguna de las tarifas que no sean la íntegra, aunque estés devolviendo un billete promo, dorado, infantil.... y quieras comprar otro de las mismas características. El resultado suele ser el mismo: prácticamente pagas otro billete nuevo, o lo que es igual: no te permiten el cambio mondo y lirondo, te engañan para que pagues el cien por cien de tu billete otra vez. Eso se llama “servicio público”, o “trato cortés al pasajero”, y cosas así, algo que no se sabe lo que es en estos países, lo de la función pública.

publicidad –con china– en tgv francés
Vuelvo al pis. Todavía no se ha llegado a la distinción, por precio, de las aguas mayores y menores, aunque en la estación del Norte, en París, ya te señalan el lugar del pis de pie o el excusado, supongo que según la cara de necesidad que pongas. Si se situaran algunas cámaras en los retretes se podría pedir un precio especial por las diarreas. En fin, no quiero seguir por ese camino, que ya se ve que está encenagado.
Es el caso que he hecho estación –cómo le cuadra aquí la vieja fórmula al discurso– en París, en viaje de Reims a Troyes, y en la capital he tenido un par de horas entre la estación del Este y la del Norte, una de las veces; y entra la del Norte y la de Lyon, la otra, en esta ocasión para volver de Arras. Aquella, como dios manda que sean las estaciones, con sus arcadas, sus vías, sus puestos y empleados, el gran panel de las llegadas y salidas, el incesante movimiento de viajeros.... ¡qué estación más hermosa! Sin embargo, la del Norte engaña con su enorme fachada de piedra: por dentro parece un metro de menos valer, sin salas de espera ni un mal lugar para sentarse y tomar un café hasta que el tren salga, leyendo los escándalos de la política francesa, deliciosos en estos momentos, si uno se acuerda de los escándalos de la política española. Tiene una sala arriba, que se llama London, que no es tal, sino la línea de embarque para viajar a Londres con el tren que se sumerje (¿no parece mejor escribir sumerge con j?) bajo el Canal de la Mancha, y que está apartado y cuidadosamente vigilado por cancerberos de emigración y otros individuos. Ni un asiento en ese lugar.
Eso sí, mi tren, que después de ir a Arras entra en Bélgica y se pierde e los países florales del Norte –me acuerdo de la belleza del nombre chino de los países bajos (`loto orquidea`, , hé lán) – lleva ya veinticinco minutos de retraso parado en la estación; y es el segundo retraso que me pilla, en otro anterior, el tren que me traía desde Dijon a París perdió otros quince minutos y casi no me dio tiempo a enlazar con el de Troyes. El retraso me ha servido para escribir esta rápida nota y, a pesar de todo, encarecer la gracia de los viajes en tren por Francia, que suelen ser gratos, rápidos, puntuales y muy caros, como cualquier cosa entre nuestros vecinos que no sea visitar iglesias. Es además muy utilizado por la población, que se mueve mucho de un lado a otro, casi siempre girando en torno a las grandes ciudades.
Hace poco una amiga china me aconsejó que para deambular por su país me “vistiera de chino”, y no supe, la verdad, cómo hacer lo de los ojos y la piel, aunque imité su graciosa manera de andar, que en el caso de las damas se caracteriza por muchos pasos rápidos, pero cortos. No me dio resultado. En Francia sí, me disfrazo de francés –o lo intento– y visto ropa de invierno oscura con alguna bufanda o pañuelo elegante y mis mochilas bien elegidas; ando recio y convencido, miro a los ojos de las damas fijamente –eso lo hacía ya en español, prohibido en chino–, sin hablarles nunca, trato a todo el mundo de usted, comido (del verbo “comedir”), y me mantengo altivo y seguro. Funciona: ya me han preguntado varias veces –en Reims, por ejemplo– que dónde está “la gare” y cosas así. Y hasta me parece normal que me hayan cobrado por un café en ese misma “gare” casi cuatro euros, y los cinco y pico de marras en la de Lyon.
Claro –vuelvo al motivo– que también se puede hacer pis a la viaja usanza, cuando nadie te ve. Ya sabes, como Picasso y Stravinsky en el Arqueológico de Nápoles.





1 comentario:

  1. Para mearse de risa, empapar la braga/calzoncillo, sentir el calorcillo piernas abajo, y luego hacer chof chof con los pies ahogados de anís/pis.
    Nos sacuden los euros como los aceituneros hacen con las aceitunas, :)
    Me encantó la ironía que derrochas en esta historia viajera.
    Bonne route, Pablo!

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