Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

lunes, 18 de enero de 2016

El jardín de la luna brillante / 皓 月 园


Es uno de los rincones más hermosos de la isla de Gulangyu, quizá porque además, en uno de los extremos de la isla, al sudeste, resulta más original, o quizá porque la enorme estatua de piedra del héroe nacional Zheng Chenggong –a cuya memmoria se dedica el lugar y las más de las estatuas- es lo que más destaca cuando se mira la isla desde las orillas de Xiamen o desde otros lugares. 

Como siempre, de todas maneras, se recibe al visitante con un estallido floral, se acota el espacio, se regodea con jardines muy hermosos –a la china– y se deja pasear orillando el mar, por camino de piedra que alcanza atalayas marinas. En el interior, pabellones, recodos, escaleras, barandas, lugares secretos..... 
El viajero, que tiene sus manías, se ha parado en un pabellón, se ha sentado de cara al mar, y ha borrajeado versos de amor, que son los que surgen cuando a uno le llega la gracia del paisaje, como un temblor, si se me admite la sinestesia. Creo que estas hipálages –es decir, las sinestesias, es para variar el vocabulario, google no reconoce ninguna de las dos y las subraya, con saña, en rojo–, decía que creo que estas sinestesias se me van al vacío del amor, que no tengo, son como puñaladas traperas que me asestan llenando aquel vacío. El caso es que así fue y que los versos no eran malos, me parece. 



Se me dirá que. No hace falta andar con esas consideraciones. La literatura es el reino de lo imaginario, no existe aquella disciplina –que me dio de comer– si  no se da ese salta hacia la real gana, que puede terminar en la realidad o en otros lugares. A mí me gusta saltar imaginariamente hacia la realidad y tener con ella mis componendas mientras escribo versos.


Me temo que este texto, que hubiera debido ser objetivo y ponderado, a lo más con algún toque de estilo impresionista –por su brevedad– se me está yendo de madre. Y es que este general de gesto hosco y caballo soberbio no me pone nada, y entonces huyo de su visión para imaginar los ojos que nunca se terminan, para allá, en los confines de las orejas hacer como que digo en susurros –a lo Leonard Cohen– y con ese pretexto dejar que los labios recorran los caracoles de la oreja.


Creo que debo recuperar el tema debido, aunque a mí como que me gusta más el otro, que me arranca movimientos de ternura; pero, ¿a dónde bueno va a ir a parar esa sugerencia evocadora? 
Vuelvo.


Es aquí donde se ha situado el impresionante grupo escultórico en relieve que representa con su monumentalidad la heroicidad del general que combatió a los invasores; escultura, por cierto, que fue premiada en 1998. El viajero, que no gusta demasiado de gestas bélicas, no la ha reproducido. Vaya.



La serie de fotos que he enhebrado hace un  momento me han servido de aliviadero para no seguir con la tema de los caracoles y aledaños. Buscando otro compás. No tiene el mar oleaje, que podría haberme dado compás y ritmo nuevo; aunque bien recuerdo que lo de las mareas es lenguaje peligroso en chino, que usan acertadamente el nombre de la marea alta (高潮) para el vértice del encuentro amoroso, que así me sale de retorcido llamar ahora al orgasmo. Me lo advirtió una buena amiga en Qingdao el año pasado,  cuando la marea estaba baja, eh.


En el sinembargo, he bajado a la playa, he llegado hasta el final del camino de piedra granítica, que se mete entre mares y, cuando nadie me veía, me he descalzado y he pisado el oceano, no sea que me vuelva sin haber tenido amores carnales con él. Estaba frío –siempre son así las primeras caricias–, pero luego se sentía su suavidad y una cierta densidad tibia. No seguiré por ese camino tan fácil de la metáfora. Está prohibido bañarse en toda la isla; pero con esta maniobra no hará falta que de vuelta a casa me detenga a darme un masaje de pies, hábito de bienestar al que me he acostumbrado, como muchos chinos. 


En fin, para que mi escena con el mar sea completa, también he probado, solo degustado, el agua sin tragarla: estaba muy, muy salada, yo diría que casi como la del Mediterráneo.


He vuelto a casa cuando ya anochecía, por caminos extraviados y olor a galán de noche (¿o era jazmín?). En el lugar donde me hospedo, Ming Lin Lu me está preparando un tazón de fideos con su caldo (面条 ), que sabe que me encantan; aunque todavía no sé hacerlos bien, me falta ese toque final de salsa y picadillo de verduras. 
Se me está acabando el tiempo y aun querría.... 



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