Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 23 de octubre de 2016

Sin paraguas


Otoño tardío está siendo como dios manda; los coches navegan por las calles de Dos Hermanas y otros pueblos sevillanos; entran las borrascas por la bahía de Cádiz y barren toda Andalucía hasta el Mediterráneo para apoderarse de la gota fría, que dejan caer en lugares donde la tierra es arcillosa y no gusta de embarrarse con el agua. Otoño siempre fue desordenado y procura que sus gentes lo sean enviando vientos, volviendo paraguas y logrando que llueva no desde arriba, sino desordenadamente. En Canada –Ottawa–, en donde profesé algunas veces leyendo poesía española que, con la distancia, cobraba melancolías, me enseñaron a amar la lluvia, en la que a veces no reparamos, porque se nos antoja natural; y en alguno de aquellos lejanos otoños que pinta los arces de colores imposibles, un mi compañero de partidas de ajedrez, interrumpió una partida –lo hacia con frecuencia– porque era mejor jugar que terminar, y porque se había puesto a llover. Mientras salía yo busqué un paraguas y, ya fuera, fui a abrirlo....


–¿Qué haces?
–El paraguas...
Me miró asombrado, en tanto él se quitaba una especie de chaquetón y se me iba a pasear mirando a cielo abierto de vez en cuando y recibiendo la lluvia como si fuera un arce. Sonreía, me miraba, andaba, abría los brazos, giraba su cara para poder recibir la lluvia plenamente.... Y me invitaba, de feliz que iba, a que yo hiciera lo mismo. 




Ninguno de los dos ganó nunca al otro una partida de ajedrez; y juntos fuimos a ver el otoño de Gatineau. Mucho más tarde aprendí, de manos de Pablo Moíño, un viejo alumno, perdido, la belleza borgiana de las derrotas, que él practicaba también. 
Hoy lo he recordado, en este tardío otoño, revoltoso y madrileño, volviendo al Retiro sin paraguas. Me voy a fotografiar la lluvia, porque el domingo se anuncia otoño puro. En la puerta, me despide Brahms, como si lloviera la música. 








1 comentario:

  1. Efectivamente, esa es la sensación. Te sientes árbol.
    ¡Y las fotos!¡Ay, las fotos..!

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