Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 30 de mayo de 2010

Claro de Luna

No distinguí bien los primeros sonidos, que de piano eran, indudablemente, pero como estaba saliendo del súper, se mezclaron con el ruido de las cajas de cobro, los paquetes, las puertas y el invariable saludo del senegalés apostado a  la entrada, que tanto me desconcertaba; no me esperaba realmente que en semejante lugar fuera a sonar algo así, solo cuando conseguí agarrar con la mano derecha las tres bolsas, mientras mantenía con la izquierda la mochila para que no se me cayera, para poder levantar la bolsa de las bebidas, al comenzar a andar, con ese balanceo típico de quien acarrea las botellas de bebida, los briques de leche, frutas y vaya usted a saber si incluso patatas y cebollas, solo entonces me di cuenta de que era el preludio, dios mío, era el preludio. Un maníaco como yo, que ha comparado ciento doce versiones –lo tengo que poner en el “blog”– de los nocturnos de Chopin, para quedarse con las lentísimas interpretaciones de Elisabeth Leonskaja y, sobre todo, de María Tipo, sabe perfectamente  que le quedan ocho minutos y medio para que, después del minueto, lleguen los cinco minutos, en las versiones más lentas, también, del Claro de luna. Enseguida me di cuenta de que en ese tiempo sí que podía llegar al portal, abrir, tomar el ascensor, entrar en casa. Y allí sería ya distinto. Allí, sí. Quizá en la penumbra del recibidor. Quizá incluso en la oscuridad del dormitorio, si me diera tiempo a bajar la persiana. Quizá… ¡Oh, no! “¡Buenos días! Muy bien, muy bien todos”. No hay que preguntarle nada, como distraído. No hay que darle pie. Soy un señor serio y grave, un intelectual quizá, no tengo por qué acordarme de que su marido sufrió un accidente la semana pasada. “¡Ah, pues bien que me alegro de que vaya mejorando!; un abrazo muy fuerte de mi parte”. “Sí, sí, porque llevo un poco deprisa”. “Me alegro, me alegro”. “¡Cuidado!” “No faltaba más!” Está terminando el preludio; a la habitación no llego, y no tengo gafas de sol ni hay donde refugiarse por aquí; si alcanzara por lo menos el portal, y que no haya nadie. “¡Sí, sí, la próxima semana!”. “Es que ahora voy con algo de prisa…” Se lo he dicho ya dos veces. Se va a mosquear. Si me fuera ahora podría cruzar la calle, porque el semáforo está verde. ¿Desde cuándo estará verde? ¿Cuánto le faltará para cambiar? “Bueno, pues es que ahora tengo que irme… usted no deje de darle ánimos, Y adíos”. No puede haber sido más brusco lo va a notar. Me van a cambiar el semáforo y no consigo zanjar los adioses. Me está diciendo algo. Como que no le oigo. Yo me voy. Por fin. Ese es el minueto. Este señor podría ir un poco más deprisa. ¡Cuidado!. No se cruzan los semáforos corriendo. Pasada la marquesina del autobús no hay obstáculo mayor; puedo llegar, puedo llegar: el último escollo es ese carrito de niño atravesado en la acera. Tengo que rodearlo, el minueto no llega nunca a los cinco minutos. “Señora, ¿me permite?” Ya. Me he enganchado. “¡Señora!”. Pero, ¿qué pasa? ¿Y ese tirón que me han dado?
Una hilera de naranjas llena de travesuras la calzada mientras siento cómo pierde peso mi bolsa de la derecha; frena estrepitosamente el autobús que acababa de llegar; se balanceaba otra de las bolsas de la compra enganchada al carrito del niño y termina por caerse al suelo llenando el aire de un ruido estrellado de cristales mientras la madre grita.
Al fondo, el claro de luna.

[Denis Antonio]

1 comentario:

  1. Una hilera de naranjas
    llena de travesuras la calzada...
    Qué bien escribe Denis Antonio.

    ResponderEliminar