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LAS SILVAS
Poema
de versos en serie es la silva que, en su forma primitiva, hilvanaba
heptasílabos y endecasílabos con rima consonante, de manera aleatoria. En tanto
que se forjaba como forma métrica, permitía versos sueltos, siempre menos que
los rimados, allegaba esdrújulos en rima (estaban de moda) y permitía así mismo
la inserción de pareados, como una forma más de la selva métrica. A esta
primera definición, demasiado rigurosa, no le convienen todos los ejemplos,
pues enseguida se abrió a otras muchas variedades, sobre todo al jugar con la
disposición de las rimas y la posibilidad de trabar cada vez más los versos
rimados. Las variaciones alcanzaron a finales del siglo xix a la silva moderna (con base 4-7-11-14, incluso
aceptando versos de 9, que pueden a llegar a ser mayoritarios), la forma de la
silva más cultivada hoy, normalmente de versos blancos. La mayoría de los
poetas que cruzan esos años documentan ese paso de formas métricas rígidas a
otras más abiertas; por ejemplo Alfonsina Storni, a quien tantas veces cito,
después de entregar un libro de formas clásicas y otro de sonetos (Ocre, 1925), abre Mundo
de siete pozos (1934) con una silva sobre versos impares, que cuando
desciende a verso corto lo mismo integra pentasílabos que tetrasílabos, etc.
Ese libro, luego, manifiesta una clara preferencia por el verso corto, frente a
los versos largos de épocas anteriores. En cierto modo, realiza el mismo
trayecto que Juan Ramón Jiménez, como modelo que, consciente o
inconscientemente, muchos siguieron.
Por
otro lado, Quevedo, probablemente quien impulsó y recreó la estrofa antes de
que la retomara magistralmente Góngora con las Soledades (1613), rotuló
así otras formas estróficas, como el “Himno a las estrellas”, que es un
sexteto-lira formado por un heptasílabo inicial y cinco endecasílabos, con la
forma aBABCC. No perduraron estas formas estróficas como “silvas”, aunque
fueron ensayos frecuentes no solo en la poesía de Quevedo, sino en las de
Medrano, Villegas, etc. quienes reelaboraron la vieja lira petrarquista y la
luisiana.
Denominaré
silva a la familia de
composiciones que se basan en una serie de versos iguales o de fácil acomodo
rítmico (7-11-14…; 12-6…; etc.) Distinguiré las sílabas impares (sobre la base
del endecasílabo) de las pares (sobre la base del octosílabo); especificaré los
versos que entran en cada composición (silva de 8-6-4, por ejemplo), y señalaré
si llevan rima, de qué tipo es, o si son blancos.
El
origen de la silva, lejana imitación de las silvas stacianas, ha de situarse
muy a comienzos del siglo xvii; su
desarrollo resulta espectacular, imparable a partir de las Soledades gongorinas,
es decir, desde su misma cuna, pues bien poco hacía que Quevedo había difundido
las suyas, con las que preparaba una colección, que no llegó a cuajar, aunque a
ellas volvía con el ánimo de componer un libro. Al tiempo que Quevedo componía
las suyas, otros muchos poetas ensayaron su práctica: Martín de la Plaza,
Calatayud, Espinosa, Rioja… Más adelante, no hubo poeta de ese siglo que no
escribiera su poema en silvas, ocupando el terreno de otras formas, que se
retrajeron, como la canción, las octavas o incluso los tercetos.
Desde
entonces y durante todo el siglo xviii
fue la estrofa preferida para las poesía reflexiva de tirada extensa, aunque
también de otros subgéneros (muchas fábulas de Samaniego); en silvas escribió
Espronceda su “Himno al sol”, sus odas el Duque de Rivas y sus mejores
descripciones Zorrilla, que las desguazó en sus obras dramáticas para
adaptarlas a todo tipo de situaciones.
De
su extensión durante el modernismo puede dar cuenta el estudio de Navarro
Tomás, que enumera una veintena de variedades en Rubén Darío: 16-8-4; 14; 14-7;
14-11-7; 14-7-18; 12-10-5; 12-6 (frecuente en Juana de Ibarbouru); 12-10-6-4-3;
11-7; 10; 9; 8-4; fluctuante entre 7-14; fluctuante entre 3-15; de tiradas
rítmicas. Otros poetas modernistas frecuentaron la silva de alejandrinos,
apenas quebrados por heptasílabos (Darío, “El reino interior”; Santos Chocano,
“Melancolía”…).
La
llamada silva de consonantes es
una sucesión de heptasílabos y endecasílabos, normalmente pareados; así se
denominó a veces al ovillejo, que
cruza fronteras también durante el parteluz de los siglos dorados, pero que
casi siempre se inclina hacia el tono festivo que le lleva el sonsonete. La
tendencia a la consonancia de pareados es grande en algunos poetas, como el
propio Quevedo o como Cervantes; en tanto que parece alejarse de ella Góngora.
Modernamente
puede aparecer esa misma estructura, pero con versos blancos, como en “El
maestro”, de Juan Gil-Albert.
Así
pues, la silva actual acepta todo tipo de quiebros impares y suele desechar la
rima, como en este caso de Ángeles Mora:
14 He mirado las ruinas como si fuera un día 1.3.6 +
4.6
7 para vivir sin ti. 4.6
4 A lo lejos, 3
11 retazos de la sal, duermen escombros, 2.6.7.10
v.e.
9 signos apenas de basura. 1.4.8
7 Es triste ir a las ruinas. 2.(3).6
v.e.
........
En
otras ocasiones se organiza de modo más rígido sobre uno o dos tipos de versos,
lo que lleva a las fronteras de otras formas estróficas y entonces no siempre
es fácil de discernir, como en este caso de Juan Ruiz Peña (“Andalucía”), que
la utilizó con relativa frecuencia, como sucesión, con rima asonante, de
heptasílabos y alejandrinos:
7 Vieja tierra del sur 1.3.6
14 salpicada de olivos / de color ceniciento, 3.6 + 3.6
7 con torcidas callejas 3.6
14 de cal o plazas donde / trasmina su embeleso 2.4.6 + 2.6
7 el florido jazmín, 3.6
14 tierra de viñas con / racimos como el sueño 1.4.6 + 2.6
………………………..
Menos
frecuente es la silva de versos pares, normalmente sobre la base del
octosílabo, de la que hay excelentes ejemplos durante el periodo romántico,
cuando poetas como Espronceda o Zorrilla necesitaban un metro abierto, maleable
y fácil para los borbotones de su inspiración. De su uso por algunos románticos
y modernistas, como Martí, Jaimes Freyre, Tomás Morales (“Los pataches”), el
mismo Darío, etc., pasó a ser uno de los moldes métricos más representativos de
la poesía sencilla de Antonio Machado (“Las encinas”, “Poema de un día”, “Los
olivos”…). Probablemente desde Machado saltó a la poesía actual, después de
haber servido para la inspiración abierta de Guillén, Lorca, Salinas, etc.
Lezama Lima llegó a componer sonetos sobre esa base (4-6-8). Unamuno, en “El
coco caballero”, por ejemplo, utilizó la de 10-6, con los decasílabos siempre
de ritmo 3.6.9. Tanto en Alfonsina Storni (“Sábado”, de El dulce daño, 1918) como
en Juana de Ibarborou las encontramos de 12 + 6, por ejemplo abriendo Raíz
salvaje (1922).
En
el panorama de la poesía actual, cuando el escritor se atiene a moldes, la
silva es la forma dominante, y cuando los intenta romper o realmente lo logra,
la silva es lo que se rompe y sus restos asoman frecuentemente entre los restos
del poema tradicional, lo que es fácil de corroborar recorriendo los
endecasílabos ocasionales –casi siempre de ritmo tradicional–, la apoyatura en
eneasílabos o la tendencia a detenerse, antes del versículo, en los
alejandrinos. Hágase la prueba con el último libro de Juan Gelman (El
emperrado corazón amora, 2011), con las idas y venidas
de Jorge Riechmann (Futuralgia, 2011), con el último libro de Carlos
Piera (Religio, 2005), o de Ben Clark (La mezcla
confusa,
2011), por citar ejemplos dispares, a los que se pueden añadir cuantos etcéteras se quiera.