Es realmente llamativo la lucha que César Vallejo mantuvo con la forma más tradicional de las estrofas, hasta el punto de que quien lea su obra poética desde esa perspectiva se percatará de que recorrió un camino, por tortuoso, muy creativo, en el que, desde el punto de vista métrico, intentó fidelidad y huida, construir y destruir ese cauce versal. Un tanto por cierto abundantísimo de su obra, sobre todo en sus primeros libros, son sonetos de factura clásica, en los que el vaso formal desborda contenidos y aventuras expresivas; pronto esa capacidad de Vallejo por decir distinto y más lejos de lo que había conocido comienza a romper sonetos, por todos lados; aun así, volviendo una y otra vez al molde clásico, mantenido cada vez con dificultad. En esa lucha van quedando restos de la batalla, los más curiosos: su constante preferencia por poemas de cuatro estrofas, en las que trasparenta la vieja forma soneto, quebrada, rehecha, traicionada... Algunos ejemplos son casi modelos perfectos de cómo se varía un soneto. O de cómo se vuelve a él, para observar los destrozos: unas veces es deformando los terceros: otras añadiendo algún verso, a modo de estrambote.
Copio un ejemplo bastante claro, me parece:
Así pasa la vida, como raro espejismo
¡la rosa azul que alumbra y da el ser al cardo!
Junto al dogma del fardo
matador, el sofisma del Bien y la Razón!
Se ha cogido, al acaso, lo que rozó la mano;
los perfumes volaron, y entre ellos se ha sentido
el moho que a mitad de la ruta ha crecido
en el manzano seco de la muerta Ilusión.
Así pasa la vida,
con cánticos aleves de agostada bacante.
Yo voy todo azorado, adelante... adelante,
rezongando mi marcha funeral.
Van al pie de brahacmánicos elefantes reales,
y al sórdido abejeo de un hervor mercurial,
parejas que alzan brindis esculpidos en roca
y olvidados crespúsculos una cruz en la boca.
Así pasa la vida, vasta orquesta de Esfinges
que arrojaron al Vacío su marcha funeral.
En la edición de Américo Ferrari, que manejo por comodidad ahora, se editan en Los Heraldos Negros una quincena de sonetos perfectos y hasta una decena de contrahechos de diversa manera (por ejemplo “Truenos”, “Líneas”), en donde no faltan los de metro diverso, como “Lluvia” (de eneasílabos), los de alejandrinos (“Encaje de fiebre”), los mixtos (“Los anillos fatigados”), y desde luego el poema de cuatro estrofas, como ya dije. En el libro siguiente, en Trilce, la sensación es que Vallejo avanza todavía más en su laboratorio métrico, pues el libro se abre con toda una batería de poemas que se encauzan a través de las cuatro estrofas y que, aun anunciando la silva moderna, todavía conservan esa cuádruple división estrófica que delata su abolengo sonetil. Hacia la mitad del libro la ruptura parece lograrse por su mayor extensión, resueltamente hacia la silva moderna, con menos retrocesos hacia la forma pura del soneto viejo (el XXXIV, el XXXVII, el XXXVIII... por ejemplo) y mayor audacia en las transgresiones. Tanto es así, que bien pudiera leerse Trilce como un ensayo de destrozar y rehacer sonetos. Alguno se acerca todavía (“La tarde cocinera se detiene....”, el XLVI) al soneto clásico, aunque siempre con quiebros y guiños (“Cratrerizados los puntos más altos, los puntos...”, el LVII), que están a punto de hacerlo irreconocible (“”Ha triunfado otro ay. La verdad está allí...”, el LXXIII). Algo semejante se observa en algunos “Poemas en prosa”. Finalmente, en Poemas humanos parece haberse superado esta lucha amor odio con la forma soneto, que se puede volver a escribir a la manera antigua (“Me moriré en París con aguacero....”; “Quiero escribir, pero me sale espuma...”), con alguna licencia (“Sombrero, abrigo, guantes...”), pero que ha desembocado ya en poemas de mayor aliento, más extensos sin duda, en donde la vieja forma de cuatro estrofas sigue apareciendo como recuerdo, pero desbordada ya por una inspiración mucho más abierta, tal, por citar uno entre todos, el “Me viene, hay días, una gana ubérrima, política....” Quizá lo más significativo sea, en consecuencia, que Vallejo consigue salir de la prisión del soneto y sus consecuencias, salir de la lucha, y que por esa razón exhibe una gran variedad de resultados métricos, que le permiten ese aliento épico y emocionado de España aparta de mí este caliz.
Ejemplos de los primeros contrafacta que se pueden leer como campo de batalla para zafarse del soneto o para retorcer su estructura: “A mi hermano Miguel”. Otro texto que copio ahora (se puede agrandar para leerlo mejor) es de la edición milanesa (Lerici) de 1964, que manejamos –junto a la de Losada, a la que sigue– en mi generación.