En Corrientes |
En corrientes |
En Palermo |
Al
peregrino le gustan los versos y quienes los escriben: es como abrir un
balcón conocido a un paisaje nuevo. Los paisajes poéticos en argentina son como
sus árboles: muchos, grandes, variados, admirables.... Y además, las librerías a veces invaden los bares, los cafés y los restaurantes. Está bien: esperemos que no sea lo contrario.
El magnolio gigantesco delante de La Biela |
Este último aspecto es un motivo de ruina y
perdición, porque con solo recorrer las librerías de la Calle Santa Fe y las de
Corrientes, la maleta ya había duplicado su volumen y había decido jubilar un
par de pantalones y un jersey, anticipadamente, como se hace ahora, para que dejaran
hueco a los libros, variopinta colección en la que ya tenía lugar algunas
primeras ediciones de la
poesía de Ramón Pérez de Ayala (la ed. de 1947, la
primera, de toda su poesía en Austral de Argentina), de Santos Chocano (ed. de
1943 de la Colección Panamericana), de Juana de Ibarborou (Raíz salvaje, El canto fresco), etc. junto con algún libro raro de
Juan Ramón Jiménez, de Azorín (una
antología con textos de Clarín, que regalaré a un buen amigo), etc.
El caso es que cuando por
fin localicé la librería Norte, frente a la escuela de Ingeniería, en la avenida
del General Las Heras, y hablé con quien la lleva –conocedor, como dios manda,
del panorama– ya había pocas posibilidades en los rincones de la maleta: unas
zapatillas, dos pares de calcetines, una prenda indeterminada (entre jersey y
polo).... fueron condenadas a la hoguera para hacer hueco a un montoncito de
libros, cuidadosamente seleccionados de una lista propia, para no adquirir lo
que se ha editado o se piensa editar en España, por ejemplo el tocho de completas hasta ahora de Gelman
(en un solo volumen y mas barato en España que el de Argentina, en dos
volúmenes) o el nuevo libro de Arturo
Carrera en Tusquets. Por cierto que de este poeta pude comprar Arturo y yo (ediciones de la Flor, de 1980), con dedicatoria autógrafa del escritor, y practicar uno de mis fetichismos.
Al
final, cupieron en la maleta Estación
Finlandia. Poemas reunidos (1974-2011), de Jorge Aulicino; el muy
sorprendente y valioso libro final de J.R. Wilcock, Italienisches Liederbuch...., con su versión italiana; El cántaro, de Beatriz Vallejos, que es
una antología algo pasada (2001) para nuestras intenciones; Guarán (2012), de Leopoldo Castilla; Un arte callado (2008), de Joaquín O.
Giannuzzi; la Poesía completa de Olga
Orozco; Los italianos a la guerra, de Sandro Barrella y unas cuantas cosas más... y no me atreví a traer a
la península la antología de Fondebrider, demasiado grande; también deseché la
prosa pensativa –más reflexiva que poética– de Arnaldo Calveneyra; o la colección
de volúmenes de Joaquín Girri, que bien me hubiera gustado.
Habrá
que volver a Buenos Aires o con más maletas o con maletas vacías.
Imposible una antología mínima que dé cuenta de tonos y estilos, entre el verso tendido y el poema extenso de Olga Orozco y la pincelada casi impresionista –además pintora es– de Beatriz Vallejo. Hay que seguir leyendo. Y ya se verá. Esa indeterminación de futuro y ese vocerío poético es típico de todos los lugares de inquietud creadora; y me parece que está bien que así sea.
Termino con un solo ejemplo, "la noche invernal" , de Joaquín O. Giannuzzi, en Un arte callado (2008):
Lo lamento, pero la luz de mi tabaco en la oscuridad
no delata la palpitación de un pensamiento activo
sino la de un animal despierto que rechina los dientes,
librado a sus demoledoras fantasías nocturnas.
Inútil guarida de la noche
donde el mundo consigue introducir sus ácidos intensos
hasta agotar la humanidad de mi cerebro.
Aplastado nacimiento de una música posible.
Afuera, en el frío y la lluvia, ráfagas
de aire abstracto y demencial en manos venenosas.
Así, en esta oscura enfermedad, concluyen los años del
corazón.
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