sábado, 27 de agosto de 2011

Andrés, el colmenero


Cuando se acerca el final de agosto me voy a ver a Andrés el Colmenero, en A Ribeira, enfrente de mi casa, como quien dice, que además fue él quien me libro el verano pasado de la colmena que se me había instalado en el patio; es  verdad que, como está prohibido deshacerse de colmenas y como, a fin y al cabo, él es colmenero, tardó unos veinte días en convencerse de que no habría modo de sacar a la reina, ya que la colmena, muy crecida, ocupaba algún lugar dentro de los muros de piedra, con acceso por decenas de ranuras. La sentencia vino con el “polvo de escarabajos”; pero antes, pasamos muchas tardes viendo partidos de los mundiales de fútbol y tapando ranuras, por si había otra solución.

puesto de feria hoy en Cedeira 
Andrés tiene colmenas por varios lugares, como cumple para tener variedad de mieles con sus sabores, y cuando he ido a verle –Lamela, Covo, Arrasa, Carreiro....– estaba en algunas de Faro reogiendo miel, de manera que he charlado con su madre y hemos hablado de cómo va la miel. La nueva este año es de “flores silvestres” y me la ha dado a probar: riquísima, sin duda. Se prueba con un palillo, por cierto. Le he comprado cuatro quilos, uno de cada variedad y me he llevado las etiquetas para ponérselas en casa; también he tomado la foto de su casa, en donde se ve la ría de Cedeira. Colmenas, a la derecha (según se mira).
Dice Andrés Laguna en el Pedacio (manejo la edición de 1566) que la mejor es la de ajedrea –bueno, la de tomillo–, luego la de romero (¡mieles de Cuenca!) y solo al final concede que la de brezo (“erica”, en su lenguaje latinoide). Las que le compré el año pasado fueron todas de eucalipto –son las de color más claro– y me dijeron que era excelente. Me dijeron, porque no he conseguido averiguar si tienen azúcar –glucosa– y me han dicho que no me siga atiborrando de dulces con esa sustancia. De manera que las llevo en prenda a amigos y vecinos, de la misma manera que llevo retoños de laurel, hortensias, heliotropos, nueces y avellanas del país, judías verdes.... Parezco un frutero el día de feria. No lo digo a humo de pajas: los sábados hay feria y el cuarto domingo de cada mes (¡qué fecha tan rara!) “feirón”, que atrae a todos los gitanos de la comarca y a algún labrador. En la pequeña feria de los sábados he comprado la mayoría de los productos; y aun me he comedido para no comprar unas preciosas azaleas a tres euros: habíalas rojas, gitanas, inmaculadas....


El español tiene alma de mercadito. Pero para mercados callejeros, los parisinos: alianza definitiva entre el campo y la ciudad, con la elegancia francesa. Estos de Galicia son más rudos, claro, y los gitanos se empeñan en vender ropa interior de señora de tallas gigantescas, y zapatos, muchos zapatos; aunque una vendedora hoy tenía un saquito de alubias blancas –judiones– que llamaban la atención.
– A nueve el quilo....
– ¡Bufff...!
– Estaban a diez, y he bajado....
– Si probablemente lo valgan, pero son muy caras....
– Las semillas me costaron a ocho....
– Deme dos quilos de judías verdes.
– ¿Y unos pimientos?
– No, solo eso, que ya llevo de casi todo. ¿Y a cómo tiene las nueces?
– A cuatro.
– También llevo un quilo, aquí.
– ¿Y a cómo se las han vendido?
– A cinco. Creo que son francesas.
– Ya ve.

Y hablando de las nueces me he acordado de Grenoble –“nueces de Grenoble”, anuncian los supermercados franceses–, y al acordarme de Grenoble se me ha venido a la mente Ana Cayuela, que allí enseña, compañera y amiga desde hace mucho tiempo, que ayer me envió un recuerdo con el que pasé con dulzura de miel todo el día, y un artículo, con el que pasaré la siesta, para irme haciendo a asuntos de corte, que ahí están a la vuelta de la esquina.
¡Qué confundido va todo!







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