martes, 5 de septiembre de 2017

Mongolia y sus lugares


La travesía de Mongolia interior tiene muchas encrucijadas. En este caso el camino cruzaba Jalai nur o Zhalainuoer y llegaba a Manzhouli, desde donde se podía alcanzar con facilidad el lago Hulur. Como he señalado, el río Er lleva de su mano, a su derecha, la frontera rusa, con la provincia de Abagaytuy, y termina, arriba, en aquella ciudad. Los signos del maridaje ruso-chino-mongol son constantes: en la facción de las gentes, la lengua, las costumbres, etc. Los más evidentes, en los comercios y letrería de escaparates y edificios oficiales, generalmente en chino y en ruso, alguna otra vez con hanzis de minorías étnicas.

frontera chino rusa


Manzhouli es, como todas las ciudades fronterizas, una ciudad curiosa ajetreada de comercios y viajeros. Los edificios son aparatosamente rusos, con juegos arquitectónicos algo majestuosos o muy redichos, parecen iglesias occidentales; los comercios prodigan las joyas, pieles, piedras, comestibles y licores, instrumentos ópticos, uniformes militares, ropa en general…


La ciudad se adorna, como otras muchas de china, con bastantes esculturas metálicas de carácter figurativo, en los lugares más céntricos; y se ilumina toda al hacerse de noche: calles, plazas y edificios totalmente prodigando una extraña sensación neoyorquina de multitud, que es realmente falsa.



Al día siguiente nos desplazamos hacia el lago Hulu, que está cerca, a unos 20 kms, y cuando se alcanza parece un verdadero mar, pues no se puede ver alguna de las orillas. Es un lago curioso, dicen que el quinto mayor de China, porque no había ni en la cercanía ni en sus orillas ningún árbol y prácticamente escasas edificaciones, solo alguna chabola para turistas. La explicación: obviamente el lago se hiela cuando llega e invierno y se convierte en inmensa pista de patinaje.



Eso sí, en los alrededores seguían ofreciendo caballos y tiendas a los turistas que quisieran practicar la equitación, a modo de los antiguos mongoles, del Gengis Khan que aparece en muchos lugares, por ejemplo en la gran plaza de Hailar, de donde partimos. La historia de Gengis Kahn (siglo XII) es curiosa, aunque no de este lugar, y pertenece a la memoria colectiva de los mongoles, digamos, como la del Cid a los españoles. Rebrotó recientemente con motivo de la invasión japonesa, que llegó a Manzhouli y ocupó Hailar, es decir el último rincón de esta parte de Mongolia. Solo en 1945 la pararon los rusos, que se aliaron a los mongoles y a los chinos para expulsarlos. En Hailar hay un montículo con huellas de la batalla, exposición, tanques viejos, etc. En buena parte de aquí deriva la curiosa fraternidad entre chinos, mongoles y rusos en toda esta parte de China.


Cruzamos también por Jalai Nur, ciudad curiosa porque conserva muchos barrios viejos, formados por casas muy bajas con techo rojizo, numerosas chimeneas, materiales de arcilla, adobe y madera, configurando un modo de vida pegado a tierra –lejos del frío y del calor–, de población que hubo de ser agrícola y ganadera. Esta desapareciendo rápidamente, sustituida por modernos edificios funcionales. Paramos, por cierto, en uno de estos lugares, a repostar (a comer algo) y comprobamos que los servicios sanitarios todavía eran un hoyo en un rincón del huerto aledaño a la casa. A veces la desigualdad es notable.




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