Reparte no sé si el Ayuntamiento o la Comunidad unos acordeones –desplegables– con muchas de las actividades que tiene lugar en Madrid:está bien, pero es irregular y equívoco en algunos casos, hay que andar con tiento: la exposición de Sicilia se había terminado el 5 de febrero...., mala suerte. El artista, lo digo en homenaje simpático, había ilustrado la edición que la imprenta artesanal hizo del Cancionero y Romancero de Ausencias, de Miguel Hernández, preparada por Pablo Moíño y por mí. De manera que me escapé corriendo para poder ver la de la Imprenta artesanal, en la calle Concepción Jerónima, que se anunciaba con un bonito grabado del Madrid viejo y el goloso título de: "La Corte de las Letras. Miguel de Cervantes y el Madrid de su ´época". Nada de nada. En sala alta de tan hermoso espacio se habían ordenado unos cuantos dibujos, varios retratos y un montón de libros de época. Los dibujos, insulsos; los retratos (Cervantes, Quevedo, Lope...) tardíos y falsos; los libros, elegidos a la buena de dios, sin que tuvieran mucho que ver con Madrid. Eso sí, el espacio –pisos y taller de abajo– sigue siendo el lugar adecuado para saber cómo se hicieron los libros; pero de eso ya hemos hablado.
De allí me escapé, por si me daba tiempo, al CNARS, el Reina Sofía, andando, para ver una vez más, al ladito, en la misma calle, el lugar en donde estuvo la casa en la que en algún momento residió Velázquez, con la grata sorpresa de que, en la de al lado, repintada de mostaza, se ha colocado placa nueva para recordar que fue la casa del Abate Marchena. Muy bien. Madrid es historia, sobre todo historia. Fui por la calle Magdalena y recorrí otra vez la calle de Santa Isabel, hasta desembocar en la feísima plaza (que no tiene nombre, por cierto), a pesar del viejo hospital, de sus ascensores trasparentes y, sobre todo, del palacio Sabatini, que alberga el Conservatorio de Música, al que también dediqué una viñeta en este blog.
Llegué tarde al CNARS y pregunté, para no perder tiempo, que donde estaba la exposición de Bruce Conner.... pero se abre el 22 de febrero. De manera que deambulé por las hermosas galerías de ese espléndido lugar (¡qué suerte y qué buena idea convertirlo en museo!), buscando el amor de algún cuadro, y me entretuve contemplando el patio central, con los árboles recién podados. Buscando mis amores pasé por esas salas con presura, y yéndolas mirando, delante del Guernica, había una turba. Descansé en la salita de Solana, por ver si andaba por allí el Ciego Fidel (sí el de Los Cuernos de de don Friolera, ¿todavía no lo ha explicado nadie?) y me entretuve mirando como Valle se lucía por el Paseo de Recoletos.
Antes de salir tomé una foto de la Barceloneta –anónimo– a finales del siglo XIX, porque mañana, allí iré a cenar. ¡Cómo ha cambiado!
Esa plaza sí tiene nombre, Pablo: Sánchez Bustillo. Y hay una casa muy bonita: la del chaflán, frente a los bocatas de calamares del Brillante. Recuerda algo al Barceló.
ResponderEliminarNo he visto lápida. Me fijaré mejor. ¡
ResponderEliminarGracias!