Por fin he conseguido escaparme a ver –contemplar sería más ajustado– el gran olmo del Cáucaso del Botánico de Madrid, gracias a una desesperante busca de documentos en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid y a las continuas colas del "Hermitage" en el Museo del Prado, que me han rechazado. Era la tercera opción y el olmo me lo ha agradecido: decenas de agujas grisáceas apuntando hacia el cielo, desnudas, presidiendo senderos y avenidas: no sé si es belleza, en todo caso es emoción inexplicable la de esa catedral de ramas enhiestas, despojadas, como una flor del invierno gélido que este año nos han regalado. No se puede hacer más que mirarlo, rodearlo, volverlo a mirar "como una red hacia el cielo", hasta que el frío me ha obligado a refugiarme en la exposición sobre la expedición de Alejandro Malaspina y José Bustamente –recién abierta– que sabía que me iba a dejar mal sabor de boca, pues el marino italiano, que logró culminar aquella prodigiosa expedición científica –cinco años– sufrió a su vuelta, por tejemanejes políticos, juicio, prisión y destierro. Y volvió a Italia, en donde murió en 1810, olvidado de todos. ¡Maldita condición de nuestra vida patria, presidida siempre por la envidia y la incapacidad!
Copia del mapa de Juan de la Cosa (1500) |
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